El
final y el principio de los años abre siempre una rendija al diseño de planes.
El que más sirve para el choteo es el proyecto de hacer dieta y ejercicio, y
ciertamente no es de poco valor si consideramos la tendencia general al
sedentarismo provocado sobre todo por el uso de computadoras. No está mal, por
esto, vislumbrar un programa aunque sea laxo de buena alimentación y actividad
suficiente para oxigenarse y fortalecer el esqueleto. Igualmente, no está mal
la planeación de algún ahorro y otros propósitos habituales en el proyectismo
de enero. Ya verá cada quien qué tanto cumple y qué tanto no.
Uno
de los planes menos recurrentes en el arranque de los años es el de leer. No lo
digo por quienes ya de por sí leen, sujetos que con plan o sin plan mostrarán
avidez por encarar renglones, ni por aquellos que rechazan la lectura como si pegara
lepra, sino por las personas que oscilan entre el deseo ferviente de leer y no
lo cristalizan porque la vida suele torcerlos hacia otras actividades. A tales
personas desean encontrar los tres párrafos siguientes.
Cuento
un par de experiencias cercanas, ambas muy distintas. En 2019 pensé en un plan
de lectura diversificado por géneros. Me propuse leer novelas, cuentos, ensayos
y poesía casi por igual. No lo cumplí, me hice trampa. Ya para marzo de ese año
había leído algunas novelas y varios ensayos, pero pocos cuentos y menos
poesía. Terminé leyendo 22 libros de ensayo (tres editados por mí, y también
los cuento pues incluso suelo leerlos al menos dos veces), 12 novelas, como 80
cuentos de distintos autores y muchos poemas en desorden. Tuve por primera vez
la precaución de anotar cada avance y al final obtuve una sensación mixta: por
un lado, me alegró el dividendo; por otro, me apuró como siempre el caos de mi
vida y mis lecturas.
La
segunda experiencia que comparto se dio en el 2020, año de la pandemia. No sé
por qué no seguí el método trazado un año antes, y comencé a leer como lo había
hecho siempre: movido por el pálpito, por la corazonada de que debía leer tal o
cual libro, y no otros. Así el procedimiento, llegué a diciembre sin saber con
claridad qué tantos autores y de qué géneros había leído. No sé si leí más que
en 2019, pero supongo que no. Sé, eso sí, que fue un año de radicalización en cuanto
a la edad de los libros. Procuré negarme a la lectura de novedades y hundí la
mirada casi exclusivamente en obras de cierta edad, una especie de fetichismo
que me llevó a rechazar lo recién hecho y respetar lo ya cuajado, lo ya
destilado por el paso de los años. Francamente, el método de 2020 no me gustó,
pues le abrió en exceso la manga al capricho y al desorden.
Por
todo, no recomendaría un plan de lectura demasiado rígido, pero tampoco
permitir que el solo azar haga de las veleidosas suyas. Creo que el mundo
actual es muy hábil para distraernos, para sujetarnos de las solapas y retener
nuestra mirada en tonterías de redes sociales y demás pérdidas miserables de
tiempo, así que, para dar la batalla, es prudente un mínimo trazado de proyectos.
Pensar al menos, no sé, en dos libros al mes, y campechanear los géneros y los
autores con una pizca de orden, será como prometerse caminar media hora todas
las mañanas, un propósito asequible, y no ganar el maratón, un disparate que
desde ya vamos a incumplir. Suerte con su lectura.