sábado, enero 30, 2021

Palabras con renombre


 









El escritor argentino Enrique Anderson Imbert es autor de este microrrelato titulado “Sadismo y masoquismo”:

“Escena en el infierno. Sacher-Masoch se acerca al marqués de Sade y, masoquísticamente, le ruega:

—¡Pégame, pégame! ¡Pégame fuerte, que me gusta!

El marqués de Sade levanta el puño, va a pegarle, pero se contiene a tiempo y, con la boca y la mirada crueles, sadísticamente le dice:

—No”.

Maliciosamente, la escena debe ocurrir en el infierno porque Donatien Alphonse François de Sade, mejor conocido en el bajo mundo de la filosofía como el Marqués de Sade, vivió en el siglo XVIII, y Leopold Ritter von Sacher-Masoch en el siglo siguiente, el decimonono. Sus apellidos sirvieron para crear un famoso par de adjetivos, “sadismo” y “masoquismo”, conductas que basan el goce, sobre todo venéreo, en el ejercicio de la violencia, sólo que la primera cuando es infligida y la segunda al recibirla, y ambas, se supone, con armónico placer. Son dos palabras que devinieron siamesas, pues ya decimos sado-masoquista, o sin guion: sadomasoquista, como si fuera una sola palabra, con el “sado” en función de prefijo.

Muchos nombres y apellidos de personajes importantes asimismo han generado un adjetivo que sirve para designar corrientes de pensamiento, épocas, conductas, rasgos, cualidades…: adánico, socrático, aristotélico, platónico, mosaico (de Moisés), virgiliano, ciceroniano, carolingio, dantesco, teresiano, cervantino, mozartiano, napoleónico, sorjuanino, bolivariano, goyesco, juarista, marxista, isabelino, freudiano, kafkiano, zapatista, villista, hitleriano, castrista, peronista, rulfiano, cortazareano… Digamos pues que este recurso es común: al nombre o al apellido se la añade un sufijo (ista, ino, esco…) que determina la relación del sujeto con la doctrina, la época o el estilo que le cupo en suerte, como pasa con don Porfirio, a quien le añadimos “ista” y da “porfirista”: “la moda porfirista”, “el militarismo porfirista”. No debemos olvidar que el paso del nombre propio al adjetivo obliga a eliminar la mayúscula: Madero-maderista, como sucede con los gentilicios: Torreón-torreonense.

Hay otras de uso más o menos común derivadas de nombres o apellidos: boicotear, por Charles Cunningham Boycott, a quien alguna vez boicotearon. Galvanizar, por Luigi Galvani, inventor de la galvanización. Algo parecido ocurre con Joseph Ignace Guillotin y el filoso verbo “guillotinar”. Por culpa de William Linch, promotor de la justicia por mano propia en Virginia, EUA, nació el nada exquisito verbo “linchar”. La “mancerina”, que fue usada años ha para tomar chocolate, debe su nombre a Pedro de Toledo y Leiva, marqués de Mancera, virrey del Perú. Dos apellidos rusos dieron como resultado nombres para un par de armas: el coctel molotov y el fusil kalashnikov, también llamado AK-47 (o sea, Automática Kalashnikova 1947, por Mijaíl Kaláshnikov, su inventor, y el año de su creación, el 47); no olvido decir que el AK-47 tiene en México un apodo que evoca narcocorridos: cuerno de chivo. En el caso del “coctel molotov” o “bomba molotov”, curiosamente no es invento de los rusos, sino de los fineses, que es la otra forma de decir “finlandeses”; gracias a este artefacto ironizaron con el nombre del ministro soviético Viacheslav Mólotov.

Dejo al final algunos apellidos usados como sustantivos mediante el recurso de la elipsis, o sea, de la omisión de una palabra o idea. Cuando decimos “compró un Stradivarius”, obviamos la palabra “violín” o “instrumento”, “compró un [violín] Stradivarius”. Lo mismo con “usaba una [máquina de escribir o una pistola] Remington”, “conduce un [auto] Ford” o “guardaré la sopa en el [recipiente] tupper”, por Antonio Stradivari, Eliphalet Remington, Henry Ford y Earl Silas Tupper, respectivamente.