miércoles, febrero 03, 2021

Diez desagrados









Al comentar sus intrincados diarios de juventud, Ricardo Piglia señaló que una obsesión visible en aquellas hojas fue la de las listas. El autor de Respiración artificial armaba, pues, listas sobre cualquier tema, y ya viejo, en un documental, explicó que tal vez lo hacía “para no pensar”, para “sacarse las ideas de la cabeza”. Allí mismo muestra dos: una con un ranking de boxeadores y otra (“más interna”) quizá relacionada con algunos de sus intereses: amor, sentido de la vida, política, futbol, teatro, cine, literatura…

Las listas gustan al mundo y son por ello carne de internet. En YouTube, por ejemplo, hay miles de cápsulas con listas de todos los pelajes. Sólo de cine podemos hallar las diez mejores películas de la historia, las diez mejores películas de terror de toda la historia, las diez mejores películas de terror mexicanas de toda la historia, y lo mismo podemos encontrar de actrices, recetas, relojes, rascacielos, videojuegos, asesinos seriales, tacos, ajedrecistas, inventos y un etcétera incuantificable.

No es extraño entonces que a mi modo piense de vez en cuando en listas. Una de ellas se relaciona con objetos que me desagradan de sobremanera (uso aquí la preposición “de” sólo para recomendar que nunca debe ser usada antes del adverbio “sobremanera”). Son objetos que aborrezco, pero este aborrecimiento no tiene por qué empatar, obvio, con los gustos de quien lee. Mi lista es la siguiente:

Gorra de hiphopero. Mi padre, beisbolista de la vieja guardia, la odiaba, y me heredó esta saludable aversión. Tiene la visera recta y el hongo muy abombado; si es usada con la visera cargada a la sien, siempre infunde al portador un notable aire de imbecilidad.

Cuernos de reno navideños. Es uno de los ornamentos más feos inventados por la civilización humana. Pachones, de fieltro, como dos cojines con picos, no los pondría en mi vehículo ni amenazado de muerte por la despiadada camorra napolitana.

Sombrero de copa futbolero. Es espantoso, y no sé por qué sigue teniendo tanto éxito en los estadios. Sólo se le ve bien al gato protagonizado por Mike Myers en The cat in the hat y a Slash, guitarrista de Guns & Roses.

Portacelular de cinturón. Siempre me da una impresión triple: de inseguridad, de incomodidad y de fealdad. Siento que el celular se va a caer de allí, que el usuario no está a gusto cuando se sienta y que indefectiblemente el dispositivo tiene algo de ostentoso si el teléfono es grande.

Aroma a Vainillito. Todavía usada en algunos vehículos carentes de misericordia, esta fragancia podría imprimir el toque mágico de Ómnibus de México incluso a los Ferraris. Si tengo la desgracia de tomar un taxi o un Uber con su tufo, sé que me espera una larga cefalea.

Escoba cuadrada. Sólo sirve para barrer mal. Jamás podrá competir contra la escoba con forma de escoba, la de espiga natural.

Firma electrónica. Todos los dispositivos comerciales para firmar a mano sobre una pantalla son ineficaces. Ni un calígrafo es capaz de firmar allí con la sensación de haber firmado bien.

Crocs grandes. Los crocs parecen un calzado práctico, pero sospecho que sólo se le ve lindo a los niños. Pasada cierta edad y en cierto tamaño de pie, siempre tengo la impresión de que apestan a una mezcla de hule y patas.

Contenedores de pasteles. En general, todos los contenedores de comida para un solo uso son abominables. Todos. Los de pastel son particularmente latosos, pues suelen ser grandes y de un plástico rígido y muy contaminante.