Al comentar sus intrincados diarios de juventud, Ricardo Piglia señaló que una obsesión visible en aquellas hojas fue la de las listas. El autor de Respiración artificial armaba, pues, listas sobre cualquier tema, y ya viejo, en un documental, explicó que tal vez lo hacía “para no pensar”, para “sacarse las ideas de la cabeza”. Allí mismo muestra dos: una con un ranking de boxeadores y otra (“más interna”) quizá relacionada con algunos de sus intereses: amor, sentido de la vida, política, futbol, teatro, cine, literatura…
Las
listas gustan al mundo y son por ello carne de internet. En YouTube, por
ejemplo, hay miles de cápsulas con listas de todos los pelajes. Sólo de cine
podemos hallar las diez mejores películas de la historia, las diez mejores
películas de terror de toda la historia, las diez mejores películas de terror
mexicanas de toda la historia, y lo mismo podemos encontrar de actrices,
recetas, relojes, rascacielos, videojuegos, asesinos seriales, tacos,
ajedrecistas, inventos y un etcétera incuantificable.
No
es extraño entonces que a mi modo piense de vez en cuando en listas. Una de
ellas se relaciona con objetos que me desagradan de sobremanera (uso aquí la preposición “de” sólo para recomendar
que nunca debe ser usada antes del adverbio “sobremanera”). Son objetos que
aborrezco, pero este aborrecimiento no tiene por qué empatar, obvio, con los
gustos de quien lee. Mi lista es la siguiente:
Gorra
de hiphopero. Mi padre, beisbolista de la vieja guardia, la odiaba, y me heredó
esta saludable aversión. Tiene la visera recta y el hongo muy abombado; si es
usada con la visera cargada a la sien, siempre infunde al portador un notable aire de imbecilidad.
Cuernos
de reno navideños. Es uno de los ornamentos más feos inventados por la civilización
humana. Pachones, de fieltro, como dos cojines con picos, no los pondría en mi
vehículo ni amenazado de muerte por la despiadada camorra napolitana.
Sombrero
de copa futbolero. Es espantoso, y no sé por qué sigue teniendo tanto éxito en
los estadios. Sólo se le ve bien al gato protagonizado por Mike Myers en The cat in the hat y a Slash,
guitarrista de Guns & Roses.
Portacelular
de cinturón. Siempre me da una impresión triple: de inseguridad, de incomodidad
y de fealdad. Siento que el celular se va a caer de allí, que el usuario no
está a gusto cuando se sienta y que indefectiblemente el dispositivo tiene algo
de ostentoso si el teléfono es grande.
Aroma
a Vainillito. Todavía usada en algunos vehículos carentes de misericordia, esta
fragancia podría imprimir el toque mágico de Ómnibus de México incluso a los Ferraris.
Si tengo la desgracia de tomar un taxi o un Uber con su tufo, sé que me espera
una larga cefalea.
Escoba
cuadrada. Sólo sirve para barrer mal. Jamás podrá competir contra la escoba con
forma de escoba, la de espiga natural.
Firma
electrónica. Todos los dispositivos comerciales para firmar a mano sobre una
pantalla son ineficaces. Ni un calígrafo es capaz de firmar allí con la
sensación de haber firmado bien.
Crocs
grandes. Los crocs parecen un calzado práctico, pero sospecho que sólo se le ve
lindo a los niños. Pasada cierta edad y en cierto tamaño de pie, siempre tengo
la impresión de que apestan a una mezcla de hule y patas.
Contenedores
de pasteles. En general, todos los contenedores de comida para un solo uso son
abominables. Todos. Los de pastel son particularmente latosos, pues suelen ser grandes
y de un plástico rígido y muy contaminante.