Pese
a la insistencia de muchos historiadores, todavía es común advertir que en el
público sigue afianzada una noción de la historia como algo independiente del
historiador. Aunque la historia, o sea, el pasado, es una realidad que ya no
existe y sólo podemos tangibilizarla en términos de documento, la opinión generalizada
tiende a pensar que tanto los documentos como los libros de historia son, per se, “la historia”. Parece un juego
de palabras, pero no lo es. Sólo es necesario pensar que el pasado ya no existe
y es imposible que vuelva, razón por la cual es necesario reconstruirla, es
decir, historiar, conseguir documentos y articular conjeturas (relatos) a
partir de su análisis e interpretación. La escritura que se obtiene como
resultado es la historiografía, la escritura de la historia, no la historia en
sí, ya irrecuperable.
Creer
que la escritura de la historia es “la historia” ha sido tal vez la clave que
ha posibilitado su manipulación por el poder. Como la gente cree que la
historia está en los libros de historia, nada más adecuado para cualquier
poderoso que fomentar la escritura de historias a modo para legitimarse. Esta
es la razón por la que hasta la fecha las historias más populares son las que
se refieren a los acontecimientos políticos y militares, a las caídas y los
ascensos de tal o cual régimen o gobierno, a la vida y a la obra de los
próceres. No otro tema, sino éste, aborda Leonardo Sciascia en El Archivo de Egipto, una novelita algo
olvidada. Su tema eje es simple: la escritura de la historia generalmente ha
dependido de los caprichos del poder, de ahí que sea tan peligrosa en manos de
los mandamases.
Cada
vez es más frecuente, sin embargo, comprobar que la escritura de la historia
mira hacia otro punto, no tanto ya a los Grandes Hechos y a las Grandes Figuras
sino al magma en el que se despliega la vida cotidiana con toda su complejidad.
Esta historia nos enfatiza que la escritura sobre el pasado puede también
detenerse a hurgar en comunidades específicas unidas asimismo por prácticas
sociales ajenas al poder y sus detentadores. Esta historia, menos glamorosa
pero tan importante como la otra, fija su atención en la gente de a pie, en el
ciudadano que todos los días reproduce haceres compartidos por su comunidad.
Visibilizar estas prácticas, describir su espesura, traerlas al presente para
comprenderlas, es también tarea de historiadores.
Como
cualquier escritura sobre el pasado, la de la vida cotidiana requiere apuntalarse
en documentos. Es el caso de Luces en el
polvo. Influencia del Club Fotográfico de La Laguna en el trabajo de José de
Jesús Gil Alonso (1961-1987), libro de Alfredo Máynez Gil publicado en 2020
por la Ibero Torreón. Gracias a la cercanía de un fondo familiar lleno de
textos y fotografías, Máynez Gil hundió su atención en el pasado de un grupo de
ciudadanos de La Laguna dedicados a diversos oficios, pero ligados en un
momento de sus vidas por una pasión: la fotografía. El joven historiador se
apoya en una fuente primaria: las actas del Club Fotográfico de La Laguna
animado por, al menos, cuatro decenas de integrantes a lo largo de un cuarto de
siglo.
Además
de tales actas, en sí misma valiosas por elocuentes, Máynez Gil apeló a otras
herramientas útiles en ciertos casos como apoyo para la escritura de la
historia: las entrevistas directas, ya que una parte significativa de los
participantes en el Club viven y accedieron al diálogo, lo cual incrementó y
precisó la información contenida en las actas. Asimismo, al material
fotográfico reunido por su abuelo José de Jesús Gil Alonso, miembro del Club,
quien es situado en este libro como la parte de un todo que le es afín: su
grupo de amigos, los demás participantes. El libro es entonces una especie de
sinécdoque.
Luces en el polvo contiene
una introducción, siete secciones y un apartado conclusivo. Además, como
apéndice muy destacado, una galería con 22 fotografías de Gil Alonso. El
prólogo fue preparado por la doctora Laura Orellana Trinidad, directora del
Archivo Histórico de la Ibero Torreón, quién aquí, nuevamente, ha enfatizado el
valor no sólo académico, sino social, que tiene el resguardo de los documentos
familiares como fuentes primordiales para la reconstrucción del pasado. A
propósito del material trabajado por Alfredo Máynez, acentúa la importancia que
adquiere dar visibilidad en la escritura histórica a grupos antes ignorados: “La estimación del acervo fotográfico del
doctor Gil Alonso se inscribe en un entramado de profundos cambios culturales
que han afectado a las Ciencias Sociales en las últimas cinco décadas,
particularmente a la historia, la archivística y la sociología. Esta metamorfosis
se debe, en gran medida, a las luchas de distintos grupos sociales por lograr
una mayor representación en la sociedad, lo que finalmente tuvo un impacto en
la selección de los objetos de estudio que estas disciplinas comenzaron a
abordar así como del tipo de documentos que se requerían para estudiarlos”.
No cabe duda de
que lo conseguido en Luces en el polvo
debe motivar el orgullo de Alfredo Máynez Gil, quien con este su primer libro
da pie a seguir explorando todo lo que puede ofrecer cada documento resguardado
en los fondos familiares, tanto los que ya tienen cabida en los archivos como
aquellos que siguen en posesión de hijos o nietos. Felicidades a Alfredo por
este inteligente libro y felicidades a Laura por acompañarlo en el camino de su
enfoque y su escritura.