Un
personaje de la cultura popular argentina tenía como apodo “El hombre que
razonaba demasiado”. Como él, y aunque no tantos como es deseable, algunos
seres humanos incurren en el acto de razonar. Otros más piensan y resuelven
problemas prácticos, claro, pero poco se dan a la tarea de trabajar con las
ideas al grado de concluir que nada es simple, que aun lo más pequeño y en
apariencia elemental reviste una complejidad digna de la más honda reflexión.
Miguel
Ángel Centeno Campos (Gómez Palacio, Dgo., 1982) es, como el personaje
susodicho, un hombre que en lo suyo razona demasiado. De profesión psicólogo y
por ello especialista en el buceo de almas, ha ramificado su quehacer hacia
otro tipo de psicología: la que explora en el yo propio y se expresa no
mediante cuadros clínicos, sino con versos. Según se sabe, si indagamos en el
laberinto del alma humana es casi imposible dar con certezas rotundas
(“rotundo” significa “redondo”, es decir, “perfecto”), sino con aproximaciones
que por fuerza deben ser cautas: nada hay de automático en las manifestaciones
de nuestro comportamiento y por ello no hay un ser humano idéntico a otro.
Es
esta diferencia la que torna interesante —algunos dicen que hasta novelesca—
cualquier vida. Miguel entonces, como su tocayo Montaigne, se toma a sí mismo
como personaje de su libro y luego nos comparte en serenos poemas el agitado
mar que olea en su interior. Digamos que observa (todos los sentidos pueden ser
asimilados al de la vista), después reflexiona y al final trasmuta en verso sus
conjeturas. Esto no significa que las piezas de este poemario sean helados
informes del alma propia o graficación estadística de sentimientos, sino
cálidas aproximaciones al hombre que habita bajo la piel de un ser que en el
exterior es llamado Miguel Ángel Centeno.
Oscuros soliloquios
insinúa desde el título que sus “conclusiones”, por denominarlas de un modo
provisional, son expuestas en grado de vislumbre o tentativa. Los poemas son un
diálogo del poeta consigo mismo, un ida y vuelta de ideas que se da sobre todo
en la noche, de ahí su énfasis en la oscuridad, pero también una conversación
que no supone el arribo al alba de las certidumbres acabadas, sino a la
penumbra inevitable de la duda que es, precisamente, el combustible de
cualquier reflexión que aspire a ser profunda.
Celebro
que Miguel Ángel, participante en el taller literario del Teatro Isauro
Martínez, nos permita caminar al lado de su espíritu en estos Oscuros soliloquios, el primero de sus
libros. El trato con su poesía será, sin duda, una forma de conocerlo mejor a
él y, de paso, a nosotros mismos, sus agradecidos lectores.
Por
último, una semblanza mínima: Miguel Ángel Centeno Campos es psicólogo por la
Universidad Juárez del Estado de Durango y maestro en terapia de familia y
pareja por la Universidad Autónoma de La Laguna (donde también es profesor).
Miembro del taller literario del Teatro Isauro Martínez, ha publicado en la
revista Estepa del Nazas y en la
revista Acequias de la Ibero Torreón.