Sin mucho encarecimiento, más bien con un velo de misterio, me habían recomendado pasar los ojos por Mario Levrero. Salvado el ítem, ahora me toca hacer lo posible por entusiasmar a otros para que lo lean. De veras, no cometan el error de postergar su acercamiento al libro que aquí convido: Dejen todo en mis manos (Random House, México, 2017, 121 pp.), novela corta cuyo buen sabor se expande y queda en el recuerdo como sólo pueden hacerlo ciertos ingredientes poderosos (el cilantro y la vainilla, por ejemplo).
Mario
Levrero nació en Montevideo, Uruguay, en 1940, y murió allí mismo en 2004. En
medio de esas dos fechas se dedicó a los oficios de librero, guionista de
cómics, humorista y creador de crucigramas y de una obra literaria
campechaneada entre el cuento, la novela y el ensayo. Según el editor, y le
creo, se trata ahora de un escritor “de culto”, bien conocido y mejor admirado
por una secta de lectores que lo considera un maestro. Con Dejen todo en mis manos, la novelita de su cuño que leí en
diciembre, adherí sin trabas al contingente de sus fieles y casi secretos
admiradores.
Dejen todo en mis manos
está fechada en 1993, así que fue escrita en la madurez de Levrero. Destaco,
entre sus muchas virtudes, dos que saltan a la sensibilidad del lector: la
bella sencillez de su prosa y el encuadre tristón e involuntariamente
humorístico de su protagonista. Cierto que abundan las historias de escritores
fracasados o, si no fracasados, al menos lo suficientemente amarguetas como
para llevarnos al sinsentido de la existencia y demás arañas. En el caso de
este relato, el protagonista es un escritor de medio pelo, un hombre que ha
hecho su chamba sin recibir mucho a cambio, ni dinero ni fama. La novela
empieza por ello en un momento crítico: el novelista necesita un poco de plata
para sobrevivir, y es por esto que acepta un ofrecimiento de su editorial: por
dos mil dólares, accede a buscar al autor de un manuscrito sin firma.
No
es común que en las editoriales aterricen propuestas deslumbrantes, pero aquí
lo que detona el desarrollo de la acción es un gran libro. El editor sabe que
se trata de una obra valiosa, e invita al protagonista, también escritor, a
emprender la búsqueda mercenaria del autor desconocido. Están en Montevideo, “y
aquí no existe la profesión de escritor, y el escritor está obligado a hacer
cualquier cosa, excepto —naturalmente— escribir, si quiere seguir
sobreviviendo”.
Cuando
lee el manuscrito confirma que, en efecto, el desconocido es mejor que García
Márquez (sic): “El argumento estaba
construido en torno a un protagonista más bien contemplativo; y esa
contemplación se refería mayormente al progresivo derrumbe de nuestras
instituciones, nuestros valores, nuestra economía y nuestra cultura (…) Pero
había mucho más, una visión profunda del mundo y del ser humano, e incluía piedad
por el ser humano, reafirmación del individuo y exaltación del espíritu”.
El
protagonista sale, pues, a la caza del fantasma que escribió tal maravilla. Su
olfato lo lleva a un pueblo olvidado de la provincia charrúa, y es allí, mientras
se desarrolla la pesquisa literaria, donde vemos que se despliega la
personalidad del sabueso, su mirada sardónica de la vida y el tremendo imán que
tiene la cercanía del amor descubierto a los tumbos en la aventura.
Dejen todo en mis manos
es una gran novela. La leí y de inmediato sentí que le debía este piropo.