miércoles, enero 27, 2021

Dejen todo en sus manos

 














Sin mucho encarecimiento, más bien con un velo de misterio, me habían recomendado pasar los ojos por Mario Levrero. Salvado el ítem, ahora me toca hacer lo posible por entusiasmar a otros para que lo lean. De veras, no cometan el error de postergar su acercamiento al libro que aquí convido: Dejen todo en mis manos (Random House, México, 2017, 121 pp.), novela corta cuyo buen sabor se expande y queda en el recuerdo como sólo pueden hacerlo ciertos ingredientes poderosos (el cilantro y la vainilla, por ejemplo).

Mario Levrero nació en Montevideo, Uruguay, en 1940, y murió allí mismo en 2004. En medio de esas dos fechas se dedicó a los oficios de librero, guionista de cómics, humorista y creador de crucigramas y de una obra literaria campechaneada entre el cuento, la novela y el ensayo. Según el editor, y le creo, se trata ahora de un escritor “de culto”, bien conocido y mejor admirado por una secta de lectores que lo considera un maestro. Con Dejen todo en mis manos, la novelita de su cuño que leí en diciembre, adherí sin trabas al contingente de sus fieles y casi secretos admiradores.

Dejen todo en mis manos está fechada en 1993, así que fue escrita en la madurez de Levrero. Destaco, entre sus muchas virtudes, dos que saltan a la sensibilidad del lector: la bella sencillez de su prosa y el encuadre tristón e involuntariamente humorístico de su protagonista. Cierto que abundan las historias de escritores fracasados o, si no fracasados, al menos lo suficientemente amarguetas como para llevarnos al sinsentido de la existencia y demás arañas. En el caso de este relato, el protagonista es un escritor de medio pelo, un hombre que ha hecho su chamba sin recibir mucho a cambio, ni dinero ni fama. La novela empieza por ello en un momento crítico: el novelista necesita un poco de plata para sobrevivir, y es por esto que acepta un ofrecimiento de su editorial: por dos mil dólares, accede a buscar al autor de un manuscrito sin firma.

No es común que en las editoriales aterricen propuestas deslumbrantes, pero aquí lo que detona el desarrollo de la acción es un gran libro. El editor sabe que se trata de una obra valiosa, e invita al protagonista, también escritor, a emprender la búsqueda mercenaria del autor desconocido. Están en Montevideo, “y aquí no existe la profesión de escritor, y el escritor está obligado a hacer cualquier cosa, excepto —naturalmente— escribir, si quiere seguir sobreviviendo”.

Cuando lee el manuscrito confirma que, en efecto, el desconocido es mejor que García Márquez (sic): “El argumento estaba construido en torno a un protagonista más bien contemplativo; y esa contemplación se refería mayormente al progresivo derrumbe de nuestras instituciones, nuestros valores, nuestra economía y nuestra cultura (…) Pero había mucho más, una visión profunda del mundo y del ser humano, e incluía piedad por el ser humano, reafirmación del individuo y exaltación del espíritu”.

El protagonista sale, pues, a la caza del fantasma que escribió tal maravilla. Su olfato lo lleva a un pueblo olvidado de la provincia charrúa, y es allí, mientras se desarrolla la pesquisa literaria, donde vemos que se despliega la personalidad del sabueso, su mirada sardónica de la vida y el tremendo imán que tiene la cercanía del amor descubierto a los tumbos en la aventura.

Dejen todo en mis manos es una gran novela. La leí y de inmediato sentí que le debía este piropo.