Con
la muerte del compositor Armando Manzanero, este 2020 cierra en la tesitura
fúnebre marcada desde marzo o abril, cuando comenzó el confinamiento obligado
por la pandemia. En lo personal mido los fallecimientos en tres ámbitos: el
internacional, el nacional y el local, y a cada muerte le doy la misma
importancia, aunque no el mismo grado de tristeza. Por supuesto, como a todos,
me duelen más las desapariciones de personas con las que alguna vez trabé
relación personal, pero esto no quiere decir que no lamente con análoga pena
las muertes de personas cuyo trabajo me alegró alguna vez la vida.
En
el contexto internacional, este año partieron Rubem Fonseca, Luis Sepúlveda y Luis
Eduardo Aute. Del brasileño, a quien alguna vez vi leer en la FIL de
Guadalajara, celebro el atrevimiento, el desenfado y la crudeza de su obra
narrativa; del chileno, la agilidad y el encanto de historias como Mundo del fin del mundo o Diario de un killer sentimental; y del
español, el gran número de canciones que alimentó muchas horas en la soledad de
mis habitaciones. En otro plano, lamenté, lamento y lamentaré, con alto grado
de pesadumbre, la muerte de Maradona, tal vez uno de los seres humanos que más
felicidad le ha dado a la parte lúdica de mi corazón.
De
México, ayer recibí la noticia de que había muerto el ensayista Juan José
Reyes, a quien tuve el gusto de conocer en Durango. Poco antes había partido
Sandro Cohen, de quien tantos buenos consejos gramaticales he hallado en sus
libros. Meses antes, y escribí un apunte a propósito, se fue Óscar Chávez, uno
de mis ídolos de juventud. Por las mismas fechas también partió el cineasta
Gabriel Retes, y meses después, en otros espacios profesionales, el comediante
Manuel Loco Valdés y recién el ya
mencionado Armando Manzanero.
La
suma de compañeros fallecidos en La Laguna es triste. Este año murió el
cantante de trova Juan Carlos Esparza, quien con su guitarra y su voz supo
alegrar a muchos en nuestra región. También Javier Alcorcha, un silencioso e
incansable animador teatral, hombre que nunca demandó reflectores para su
persona y siempre prodigó su esfuerzo para el mundo de la escenificación. Perdí
asimismo al actor y narrador Alfonso López Vargas, nacido en Michoacán y
aclimatado a La Laguna, autor de dos libros de cuentos, uno de ellos para
niños. Hace un mes falleció también el profesor y poeta Salvador Espinoza
Sáenz-Pardo, compañero de trabajo durante muchos años en la Ibero Torreón y
compañero también de espacio en las páginas del suplemento cultural de La Opinión, hace más de treinta años.
También compañero de trotes académicos, murió Roberto López Franco, maestro de
la Ibero Torreón y la UAdeC, y colaborador algunos años de Milenio Laguna.
Dejo
al final dos afectos muy cercanos: este año perdí a mi amigo Antonio Cruz, médico,
poeta y microcuentista; vivía en Santiago del Estero, Argentina, y desde que lo
conocí, allá por 2007, fue un hombre que se brindó pleno en su generoso apoyo a
mi trabajo de escritor. También, hace un mes, el 27 de noviembre, murió en
Matamoros de La Laguna, Coahuila, el poeta y cronista Oliverio Rodríguez
Herrera, padre de Maribel, mi compañera, y excelente amigo, hombre querido y
respetado en su comunidad.
La lista, claro, puede ampliarse. Este 2020 nos deja muchas lecciones. Entre otras, que la vida es mucho más frágil de lo que imaginamos. Que el 2021 sea mejor para todos. Que tengan un excelente año.