Usé comillas en el encabezado para insinuar que aquí debemos percibir algo raro
en el gentilicio “laguneros”. En efecto, hay una rareza: que deseo referirme en
estos párrafos a tres relatos ubicados en nuestro contexto pero escritos por
tres escritores foráneos. Es decir, son laguneros no por el origen o la
radicación de los autores, sino por el ambiente en el que las historias fueron
ubicadas. Los cuentos son “Floreal”, de Alfonso Reyes; “Gómez Palacio”, de
Roberto Bolaño, y “La vanagloria”, de Enrique Serna. Procedo a sobrevolarlos.
En
“Floreal”, que conozco desde hace al menos 25 años, encontramos una estampa narrativa
que juega con la memoria personal y la fantasía. Fue escrito en Madrid hacia
1915, cuando aún estaba fresco el ramalazo de la Decena Trágica y Reyes se
sintió impelido a salir del país primero a Francia y de allí a España. Mientras
se las veía negras para sobrevivir, el regiomontano tomó la pluma y recordó una
escena que seguramente vio de cerca en alguno de sus trayectos desde Monterrey
a la Ciudad de México. El texto es breve, de apenas una página y media, y en él
evoca a una mujer con la que se cartea. Describe la zona del Torreón viejo, las
vías y la estación del tren, los comercios y el hotel que comenzaron la
expansión de la ciudad, desde la famosa Casa del Cerro hacia el oriente, todo
polvoso y con mucha población gringa y china, cuando Torreón todavía era un lugar
de paso. Puede ser ésta una de las primeras reconstrucciones literarias de la atmósfera
lagunera.
Otro
cuento que trabaja explícitamente con el espacio lagunero es “Gómez Palacio”,
del chileno Roberto Bolaño. Sobre este texto, en 2005 escribí y publiqué un
comentario que de momento no sé dónde conservo. El cuento fue publicado por
Bolaño en 2001, pero sitúa sus acciones hacia mediados de los setenta, época en
la que aún vivía en nuestro país. En aquel momento la Casa de la Cultura gomezpalatina
recién había sido estrenada y tenía muchos talleres en acción, entre ellos el
de literatura que durante varios años coordinó el poeta zacatecano José de
Jesús Sampedro. Menciono esto porque la anécdota del cuento pasa por aquí: un
joven escritor recibe la invitación de hacer un viaje de trabajo en el norte.
Se trata de una oportunidad no muy favorecedora, así que la asume por necesidad
y con resignación. Luego de pasar por San Luis Potosí, Monterrey, Saltillo y
Durango, el instructor literario debe hacer su última parada en Gómez (así le
decimos acá a Gómez Palacio). De entrada, al protagonista le suena horrible el
nombre de la ciudad. Es atendido por una directora gordezuela y de ojos
saltones, poeta y parlanchina. El protagonista narra su desolación en el
desierto, la certeza de estar viviendo un conato de pesadilla en una ciudad
condenada a la mediocridad. “Gómez Palacio” fue incluido por Bolaño en el libro
Putas asesinas, de Anagrama.
“La
vanagloria”, de Enrique Serna, es otro cuento con telón de fondo lagunero. Fue
publicado hacia 2013 en La ternura
caníbal, del sello Páginas de Espuma. Narrado también en primera persona,
cuenta un momento en la vida de Juan Pablo, joven profesor de secundaria y
poeta. Tras recibir un espaldarazo de Octavio Paz, se esponja como pavorreal;
sin embargo, pronto, tras perder la carta enviada por el premio Nobel, se le
viene encima un alud de críticas perpetradas por el salvaje mundillo literario
de Torreón. Espléndidamente narrada, como todo en Serna, vemos en la historia
que Juan Pablo entra en una espiral de paranoia megalomaniaca que al final
encuentra algo parecido al equilibrio hasta deshacer los nubarrones trágicos.
Si
armara una antología de cuentos laguneros de no laguneros, sin duda metería
estas tres historias. Échenles un ojo cuando puedan.