Cuando
hace quince años vi ese gol quedé deslumbrado: el maldito gana el balón a tres
cuartos de la cancha y a partir de allí urde un milagro. Se quita a su primer
enemigo con un corte hacia la derecha, luego se sacude a otro con una gambeta
hacia la izquierda, de inmediato vuelve a virar hacia la izquierda, luego hacia
la derecha, de nuevo hacia la derecha y al final, antes de disparar, tiene el
cinismo de amagar que tira con la diestra y girar hacia perfil izquierdo. En
diez metros hizo seis recortes y algo asombroso, algo que jamás he visto de
nuevo: a un negrito que según esto ayuda a defender lo dribló tres veces en la
misma jugada. El gol al que me refiero fue anotado por Zlatan Ibrahimović en un
partido disputado entre el Ajax (donde él jugaba) contra el Breda, de la liga
holandesa. Así supe de Ibra, y al indagar en su bio me enteré que era sueco de
origen balcánico.
Pasó
una década y en el programa español Informe Robinson, pescado en YouTube durante algún fin de semana de hace cinco años,
recibí el flechazo de Tomás Felipe Carlovich, mejor conocido como el Trinche. Ya he escrito sobre él, pero no
es ocioso repetir aquí que, según sus evangelistas, fue tan bueno como Maradona
o Messi, afirmación que se basa sólo en los testimonios de quienes lo vieron en
acción, pues no hay registro en video de sus destrezas, como el famoso “caño
doble”. Era grandote, corpulento, una especie de tronco, pero dueño de una
técnica exquisita. Menotti, Pekerman, Quique Wolff y otros exjugadores no poco autorizados
para hablar sobre futbol admiten que se trataba de un genio que desperdició sus
dones en la incuria y en ocasiones en la más franca rebeldía, pues renegaba del
entrenamiento, lo que a la larga derivó en el mito del genio que jugaba sólo
para divertirse, no por plata. Como Ibrahimović, Carlovich era de origen
balcánico.
En
esta semana supe de un jugador de basquetbol que me recordó a los dos anteriores
futbolistas. Su nombre es, o fue, Pete Maravich, apodado Pistola. Nació en Pensilvania hacia 1947, y murió joven, en 1988,
de cuarenta años. Lo raro de Pistola
Maravich, además de ser blanco en un deporte dominado casi monopólicamente por
negros, fue que hizo escuela al fundar un tipo de basquetbol basado en la
fantasía, en el arabesco, en la invención de movimientos sorpresivos. Al ver
grabaciones de sus jugadas me dejó boquiabierto su repertorio de tiros y de
pases, sobre todo el famoso “pase sin ver” que yo creía patentado por el Magic Johnson, una jugada que en futbol
sólo supo hacer Rolandinho. Pues no, Maravich, quien usaba un corte de pelo
estilo George Harrison, había inventado varios años antes, como si tuviera ojos
en la nuca, el “pase sin ver”, y como éste, muchas otras evoluciones en las que
es posible admirar al basquetbolista que no se conforma con botar y disparar,
sino que inventa y abre el juego a otra dimensión: la dimensión lúdica. Como
Zlatan Ibrahimović, como Tomás Felipe Carlovich, Peter Maravich era de origen
balcánico.
Algo
tienen los deportistas de esos rumbos, y no por nada Luka Modrić, otro
balcánico, fue designado el mejor jugador del mundial Rusia 2018.