miércoles, julio 15, 2020

Mi amigo Antonio Cruz















El domingo pasado recibí la noticia: mi amigo Antonio Cruz había muerto. Un mes antes me había hablado desde Santiago del Estero, Argentina, para conversar sobre literatura. Me alegró aquel domingo, y aunque su salud estaba ya muy quebrantada, lo escuché optimista, cordial, afectuoso como siempre. Pese a la distancia, la de Antonio era una amistad harto cálida y cercana. Los miles de kilómetros que nos separaban no impedían que se interesara noblemente en mi vida y en mis textos, casi como si fuera un cuate lagunero de los más cercanos.
Maestro, médico y escritor, Antonio nació en Frías, Santiago del Estero, Argentina, en 1951. Egresó como médico cirujano de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC, 1976) y ejerció diversos cargos públicos relacionados con su profesión. Hizo periodismo radial y publicó colaboraciones en medios periodísticos de Santiago del Estero, Buenos Aires, Tucumán, Córdoba, Salta y otras provincias argentinas. Publicó los poemarios Catarsis, poemas de amor con esperanza (1998), Ashpa Súmaj (2003), Canto a mi pueblo (2003), Aires del noroeste y Tránsito (desde la oscuridad hacia la luz) (2008), así como el libro de cuentos Tío Elías y otros (2004), entre otros. Era uno de esos raros escritores-todo-generosidad, un hombre despojado de envidia, ajeno por completo a la mala leche que lamentablemente es habitual en los medios artísticos. Al contrario, durante muchos años tendió puentes y se dedicó a alentar la escritura de otros con un desinterés literario casi apostólico, si se me permite la expresión.
Además del contacto que permiten hoy las nuevas tecnologías, tres veces tuve la fortuna de verlo y de tratarlo personalmente. Una maravilla de ser humano. La primera vez que dialogamos fue en Tucumán, hacia 2007. Ambos participábamos en un congreso literario y en el tumulto de asistentes nadie me lo presentó. Recuerdo que al final de la actividad académica hubo una cena en un edificio antiguo y lujoso ubicado frente a la plaza principal de San Miguel de Tucumán. En un momento se me ocurrió tomar aire y ver la plaza, y hasta allí llegó Toño para hacerme conversación. Me impresionó su bonhomía, la genuina atención que puso en mis palabras. Desde allí quedamos como amigos y con frecuencia nos cruzamos mails. Volvimos a vernos en 2010, en la Feria del Libro de Buenos Aires, donde compartimos una mesa de lectura en la que también participó Martín Gardella, amigo de ambos. Un año después nos reencontramos en Santiago del Estero, la ciudad donde radicaba. Junto a varios escritores santiagueños había organizado un encuentro de escritores y tuvo la bondad de convidarme. No olvidaré nunca que aquella vez nos recibió en su casa, donde cenamos junto a Mariana Lucatelli, su esposa, y los escritores Alejandro Vaccaro, argentino, y Rony Vásquez Guevara, peruano. En aquella ocasión llevé a mi hija mayor, quien conoció a Toño y también recibió de él un trato de caballero.
Al saber de su muerte sobrevolé muros de Facebook de amigos comunes; todos coincidían en la misma idea: Antonio Cruz fue un hombre generoso, sensible, solidario, inteligente y entregado a su profesión de médico y su vocación de escritor. Alguna vez le dediqué un cuento, lo que yo entendí nomás como un apretón de manos. Nunca dejó de agradecerlo con palabras de apoyo a mi trabajo y de cariño a mi familia. Era un tipazo. Nunca lo olvidaré. Descanse en paz.