Quizá hoy, ante la
ubicuidad de las cámaras, no nos asombra que todos tomen fotos. Un celular en
las manos es ya tan habitual como las propias manos, así que disparar clicks se
ha convertido en una de las costumbres más comunes de la humanidad para
beneplácito, principalmente, de la egolatría. Esto no significa que todos
tengan per se —o desarrollen con el
tiempo— una capacidad notable para la foto artística o para el llamado
fotoperiodismo. De hecho, la mayoría ni siquiera se plantea tales
posibilidades, sino que toma fotos sólo porque es posible hacerlas y
almacenarlas y difundirlas sin límite mediante la infinita catapulta de las
redes sociales.
Hay usuarios de cámaras,
sin embargo, que no disparan por disparar, que capten lo que capten con sus
objetivos siempre lo hacen con una intencionalidad determinada, ora artística,
ora reporteril, ora simultaneada de ambas posibilidades. Armando Monsiváis
Saldaña —Monsi para sus amigos y también para sus no tanto— es un fotógrafo
de tal pelaje. Cámara en ristre desde hace al menos veinte años, en sus
imágenes siempre ha sabido combinar, con justo equilibrio, bien rimado, lo
artístico con lo periodístico, de suerte que no hay imagen suya ajena a estos
dos valores.
Como sabemos, Monsi es un cartonista político
consumado, y para muchos, me incluyo, el mejor de La Laguna. Lo considero así
desde hace al menos tres décadas, pues desde entonces, o quizá desde un poco antes, sigo su trabajo
de monero en las páginas de nuestros periódicos y revistas. Trazo y sentido,
forma y fondo, composición e idea son virtudes presentes en sus entregas a la
prensa, todo logrado con un estilo inconfundible, su estilo.
Sin abandonar el
cartón pasó a la fotografía y esta actividad se ha convertido en su segunda
pasión. Fue, me lo dijo alguna vez, un proceso que comenzó un tanto por
accidente, si es que creemos más en el azar que en las estratagemas prestablecidas
del destino. Al abrazar, junto con su socio Héctor Esparza, periodista, el
proyecto de la revista Nomádica, se
habilitó como todo lo que podía ser en términos periodísticos: monero, redactor
y fotógrafo. En realidades más prósperas la división del trabajo es lo común,
pero en las nuestras, más cercanas a la escasez, casi todos nos vemos obligados
a maniobrar en diferentes oficios y más vale que lleguemos a dominarlos para no
naufragar en el océano de la necesidad. Monsi
comenzó con una pequeña cámara, pero de su lado, como buen cartonista, tenía una
onza que pesaba a su
favor: dominaba la composición, es decir, lo primero que debe conocer un
fotógrafo bien nacido.
La calidad de sus fotos
ha evolucionado desde entonces tanto como su herramienta de trabajo, la cámara.
Armado con muchos años a cuestas de experiencia y con mejor equipo, las fotos
de Monsi, como puede verse en Oasis, adunan la belleza de la foto
artística al sentido documental de la foto periodística. Sus tomas tienen
siempre algo de memorable, la retención de instantes que desean, creo que con
éxito, quedarse en el recuerdo de quien las mira.
Por eso el valor de las
páginas que vienen a continuación. En ambientes abiertos o cerrados, con poca o
mucha luz, con presencia humana o animal, en el campo o en la urbe, el
fotógrafo ya diestro que hay en Monsi
nos regala con imágenes que se mueven en la frontera del periodismo y del arte,
en el justo punto entre lo testimonial y lo estético. A veces alguna imagen
tira más para un lado que para otro, pero siempre de manera harto sutil, sin
fracturar el equilibrio que de manera natural, sin forzarlo, habita en el
artista-periodista, o periodista-artista, que hay en Armando Monsiváis.
Celebro, por todo, la
aparición de Oasis. Estoy seguro de
que todas sus imágenes nos comunicarán algo, de que en cada una de ellas
podremos suponer a un fotógrafo que al captarlas ha cuidado nuestro tiempo, el tiempo
que a partir de aquí podemos invertir en recorrer esta hermosa galería, este Oasis de luces y de formas.
Bienvenidos.
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Lagunera, 5, noviembre y 2017
Texto de presentación publicado en Oasis, visiones en fotografía, de Armando Monsiváis Saldaña, Peñoles-Lala-Nomádica, Torreón, 95 pp.