“Yo
leo cosas viejas. Yo ya releo. Otras veces, leo. Pero más releo. (…) en general
leo para atrás”, dijo Juan Sasturain en una entrevista reciente. Como él,
muchos gustamos del nado en albercas ya conocidas, pues eso es, de alguna
forma, releer: echar un clavado en piscinas cuya agua hemos braceado con
anterioridad. ¿Y por qué es así? ¿Qué no son infinitos los libros publicados
después de que ya leímos? ¿Vamos a dejarlos a un lado?
Creo
que releer no necesariamente margina el acto de leer. Yo releo, o leo para
atrás, como dice Sasturain, pero también leo tanto como puedo. En ambos casos
se trata de un placer similar, no exactamente el mismo. Al releer reconozco,
revivo una experiencia. Con frecuencia me llevo la sorpresa de que lo releído
vuelve a gustarme, y también con frecuencia, gracias al olvido, siento que
estoy leyendo por primera vez lo releído. Ocurre que los vagos recuerdos que
quedan de un libro visitado hace treinta años, digamos, no dejaban entrever su
calidad, una calidad que resucita con la relectura. También sucede lo
contrario: que el recuerdo sedimentado hace de tal o cual libro un gran libro,
y los años, la experiencia, en suma las pérdidas y las ganancias de la vida,
provocan una reacción negativa en el presente y modifican el pasado. Releer
también destruye.
Y
hay algo más. Uno relee por la misma razón por la que escucha la música que lo
sedujo en su juventud. Al hacerlo no sólo entramos en contacto con la canción o
la página que en el pasado nos atraparon, sino con la época en la que eso sucedió.
Si no es un libro clásico —esos libros que leemos con “previo fervor”— puede
ser que el reencuentro con el pasado sea más hondo, ya que en las páginas hay
marcas, gestos, pequeñas circunstancias que nos remiten a un pasado compartido.
Un ejemplo podría verse en la literatura de Revueltas. Si ya de por sí fue de
difícil acceso en su momento, lo es más ahora, dado que su mirada (la del
escritor durangueño) no se corresponde con la de cientos de autores actuales. Me
refiero a lo más evidente, que los personajes de Revueltas tienen actividad
política, y por ello una actitud peculiar ante la vida. Hoy es difícil, por no
decir imposible, que un joven autor construya personajes revueltianos. Sus
atmósferas y sus tramas no podrían “politizarse”. Estamos en otro momento, la
percepción cambió mucho, y eso lo nota un lector viejo, un lector que relee.