miércoles, octubre 04, 2017

Feria con pan de pulque
















Podemos gozar de tal o cual comida, pero la que se queda en nuestro espíritu es la propia. Yo, que amo la lagunera, no puedo dejar de reconocer que en materia de pan dulce hay uno que no hemos podido superar: el de pulque saltillense. A propósito, cuento esta anécdota.
Ocurrió en la edición 2014 o 2015 de la Feria Internacional del Libro de Arteaga, no recuerdo con precisión. Fui invitado a decir unas palabras sobre Saúl Rosales, quien recibió un reconocimiento a su trayectoria como escritor y maestro. Otra vez me pasó lo que en muchos otros viajes: que acepto las invitaciones de Saltillo y de Durango y como a estas dos ciudades llego en tres horas desde Torreón, todo lo apiño en un solo día, ya que siempre tengo trabajo rezagado en la oficina.
Así pasó en aquella oportunidad. Salí de La Laguna, en bus, a las 11 de la mañana y llegué a Saltillo como a la una. De la terminal tomé un taxi directo a la sede de la Feria, pues el reconocimiento a Saúl estaba programado para la media tarde. Pensé en hacer tiempo entre los libros ofrecidos por las editoriales o tal vez asistir a una presentación. El estado invitado fue Puebla y por allí escuché, casi de casualidad, a un grupo de escritores poblanos entre los que se encontraban Jaime Mesa y Omar Nieto, a quienes para entonces yo no trataba, pero sí conocía por foto. Ponderaron con nutridos elogios el paquete de pan de pulque que les habían regalado los organizadores. Escuché eso y en secreto les di la razón: lo mejor que puede haber en Saltillo es el pan de pulque de la casa Mena. Poco después se dio el reconocimiento a Saúl; hablé, habló, hubo bastante concurrencia y al final salí con apuro de la Feria, no sin antes recibir la caja de regalo. Ya en la terminal y a punto de tomar el Ómnibus, reparé en mi hambre. Desde el módico desayuno de café y plátano, no había probado nada en todo el día. Me resigné a viajar así, con las tripas despobladas. El bus iba casi solo y asombrosamente no olía mal. Entonces recordé la caja. La bajé del portaequipaje, la abrí y se hizo la luz: era mi pan de pulque. No me gusta comer en los camiones, pero la tentación fue enorme. Abrí una bolsa de empanadas de nuez. Devoré cuatro con delectación. Abrí otra y despaché dos. Tuve que parar. Si el viaje hubiera sido más largo, no llega una sola pieza de pan Mena a mi cueva lagunera.