El
fenómeno de los candidatos independientes ha sido administrado con sabia
marrullería por el poder político mexicano. Los partidos, claro, se han
convertido en cotos cerrados que regentean camarillas cada vez más alejadas de
la sociedad a la que dicen representar, de manera que el juego es tan perfecto
como perverso: sólo los partidos, y ahora los candidatos independientes, están
dentro de la ley, aunque unos y otros no sean más que la expresión visible y
teóricamente en pugna de aliados en el drenaje profundo del sistema.
Los
cambios que se han dado en la estructura electoral simulan atender una demanda
social, pero no son palomeados por las cúpulas partidistas si no les fueran
funcionales principalmente a ellos. Así, la apertura a las candidaturas
independientes pareció desde el principio un paso adelante, la aceptación de un
justo reclamo de la ciudadanía harta de los partidos y sus fechorías, así que
los partidos decidieron, como una más de las susodichas fechorías, abrir la
cancha a los aspirantes sin partido. El Bronco de Nuevo León fue, lo vimos, el
primer tanteo de este experimento: desligado del PRI al cuarto para las doce
pero con un corsé esencialmente priísta, el tal Bronco llegó a la gubernatura
neoleonesa con atrabancadas fintas de renovación. El “calis” sirvió para medir
el agua a los camotes importantes: los de 2018.
Hoy
sábado, a unas horas de que cierre el registro de candidatos, ya se han
apuntado varios personajes con proyecto independiente. Lo que parece legítimo,
sin embargo, permitirá el año siguiente lo que en el fondo se desea:
particularizar (es decir, convertir en partícula) el voto, viabilizar la
posibilidad de que no se cargue a un solo lado, principalmente al del Morena-López
Obrador. La tirada es que con una parte minoritaria del electorado nuevamente
sea entronizado el candidato del PRI o del PAN, el que sea, que dará lo mismo,
o un “independiente” en el remoto caso de que prenda, lo que se ve muy difícil.
Los independientes han entrado a la tómbola, pues, para hacer el juego, para
colocarse en el aparador que luego les reditúe algo, casi como lo hizo Roberto
Campa Cifrián, cuya labor de patiño en la candidatura presidencial de Nueva
Alianza le ha rendido extraordinarios frutos desde 2006 a la fecha.
El escenario se parece, mutatis mutandis, al de 2006 y 2012: hay que hacer todo lo posible, lo que sea, para detener al peligro para México.
El escenario se parece, mutatis mutandis, al de 2006 y 2012: hay que hacer todo lo posible, lo que sea, para detener al peligro para México.