Amorcito corazón
(Nitro Press-Instituto Sonorense de Cultura, 2015, 127 pp.), novela de Carlos
René Padilla (Agua Prieta, Sonora, 1977), pega un brinco al pasado y nos
inmiscuye en una aventura situada en el DF de 1957, cuando la capital ya
comenzaba a dejar de ser “la región más transparente del aire”. Con prosa
agilísima, tan ágil que los diálogos se imbrican vertiginosamente con la ya de
por sí vertiginosa narración, Padilla aprieta su historia en unas pocas horas,
el tiempo contrarreloj que necesitan dos investigadores, los norteñotes
Ezequiel Rocha y Pánfilo Díaz, para esclarecer un doble asesinato.
Dos
fulanos, un hombre y una mujer, aparecen semicalcinados en un tambo. Rocha y
Díaz llegan al lugar y a partir de allí comienzan una pesquisa que los (nos)
llevará a recorrer varios submundos: el de las corporaciones policiales, el de
los hacinamientos habitacionales deefeños, el de las estrellas de cine mexicano
y el de la droga en el norte del país. Aunque parezca increíble, Padilla se las
arregló para que en esta novela desarrollada en el DF quedaran varias marcas de
su condición norteña: como los dos investigadores, uno de los muertos es nada
menos que Pedro Infante, sinaloense cuya muerte fue aquí ficcionalizada.
A
partir del enigma inicial y con la valiosa ayuda del Niño Palencia, fotógrafo
de la nota roja, los sabuesos develan poco a poco el misterio que envuelve a
los dos muertos. En determinado punto, no sin cierta violencia y picardía
ejercidas en el trance de investigar, Rocha y Díaz logran convencer a su jefe,
el señor Córdova, de proseguir una investigación que les está siendo arrebatada
por un gringo cercano a nuestra alta burocracia. Gracias a Ismael Rodríguez, el
cineasta, se enteran de lo que ha pasado con el ídolo de Guamúchil: María Félix
y el mismo Rodríguez habían viajado a Sinaloa en el avión de Pedro Infante
porque el actor deseaba mostrarles unos predios que acababa de comprar. Allí
los tres se llevan una sorpresa que vinculará la historia con el narcotráfico
que ya en el 57 era una realidad amenazante en la tierra del Chapo.
Dotado
de habilidad para contar a todo tren, Padilla cuaja una historia envolvente,
maliciosa, plena de humor negro; en suma, un acabado espécimen de literatura
policial a la mexicana.