El
filósofo Pedro Yerena dice que dicen de él que es un libro abierto y ya escrito,
y agrega que a tal afirmación no hagamos caso, que nada es cierto. Me atrevo a
contradecirlo, y más: todos, por el solo hecho de existir, somos libros
abiertos donde no sólo mucha gente ha escrito, sino, de entrada y desde que habitamos
el microcosmos uterino, donde la misma naturaleza nos redacta hasta
convertirnos, modestia aparte, en la máquina más sofisticada entre todas las
que pueblan la cáscara de este melón llamado Tierra.
Algo,
o más bien mucho, hay sobre esto en Mapa
del libro humano, hijo bibliográfico más reciente de Gilberto Prado Galán
(Torreón, 1960). El ensayista, un ensayista que sí escribe muy bonito, continúa
y magnifica de algún modo lo realizado en Los
ojos de la Medusa: explorar con poesía y erudición, con erudición y poesía
que nunca dejan de darse la mano, el laberinto del humano ser, la nomenclatura
y el valor real y simbólico que tiene cada parte del organismo que nos
constituye.
La
tarea, por supuesto, no es sencilla, pues si hay algo complejo entre lo
complejo eso es lo que somos y el conocimiento y el sentido que damos a lo que
somos. Esta inverosímil complejidad del homo
sapiens ha demandado siglos de observación, miles y miles de horas hombre
para dar, sin que el misterio haya sido revelado por completo, con la verdad absoluta
sobre el funcionamiento del engranaje vital. El avance durante los siglos
cercanos ha sido portentoso, es verdad, tanto que ya es posible, por ejemplo,
curar enfermedades inauditas y, algo todavía más apabullante, xerografíar,
clonar al ser humano con todas las implicaciones éticas y demográficas que esto
conlleva.
Prado
Galán, fascinado desde siempre por el funcionamiento de la máquina, suma con
éste, pues, dos aproximaciones a la fachada y a los interiores de la criatura
que somos. Las ha cristalizado, como ya dije, desde una perspectiva literaria,
irrenunciablemente poética, sin descuidar el fondo de conocimiento profundo que
caracteriza a los ensayistas de mejor cuna.
Como
en Los ojos de la Medusa, en Mapa del libro humano avanza a trancos
cortos, gambetea, para el balón y sigue con su dominio del asunto sin dejar de
darnos la impresión de originalidad —cara en el ensayo—, como si cada parte del
cuerpo guardara secretos que nos son revelados por primera vez, como si fuéramos
acompañados por un guía en la ciudad que habitamos pero ya no vemos: nuestro
propio cuerpo.
Maliciosamente,
inteligentemente, la metáfora global de esta obra se halla cifrada en el
título. Prado Galán no piensa en el cuerpo humano como un cuerpo, pues eso es
dominio casi exclusivo de la ciencia médica, sino como un libro. Lo que hace
entonces, casi en sentido estricto, es reseñarnos ese libro, mapearlo, trazar
las coordenadas que nos permiten apreciar el valor literario atañedero al
arsenal lingüístico de la anatomía y la belleza que hay en la descripción de
las funciones propias de cada uno de nuestros recovecos externos y recónditos.
El
resultado salta a la vista: paseamos la mirada y el entendimiento por nosotros
mismos, reconsideramos el valor de nuestra arquitectura, nuestro moblaje y
nuestro cableado, y nos solazamos con la opulencia del saber gilberteano
siempre aderezado por un sentido del humor elegante hasta para citar giros
populares. No es, como podría pensarse hasta ahora, un recuento poetizado sobre
secciones aisladas del organismo, sino un pespunte entre esas partes y su razón
de ser. El detonante de la reflexión es, en más de un caso, como bien lo ha
notado Héctor Orestes Aguilar, prologuista, cierta palabra a todas luces rara,
técnica, ajena al vocabulario habitual. Un caso para mi ejemplar, aunque en
todas las estampas late este sistema, es “Un rinoceronte en la cama”,
instantánea dedicada al ronquido. La palabra que aquí mueve el pensamiento del
autor es punto menos que espectacular, un racimo de letras que en teoría
debemos pronunciar de corridito. Notemos en la cita lo que he advertido:
ubicación física del objeto, función específica y palabra o palabras detonantes:
“El ronquido es, según dicen los que saben, el sonido que se produce al paso
libre del aire a la nasofaringe. Y sus causas son de naturaleza variopinta: el
alcohol, la comida antes del sueño, el cigarro, el sobrepeso o las salidas de
tono de la úvula o del velo del paladar. Llegué al asombro del ronquido por la
vía de una palabra kilométrica, que retuvo mi atención de inmediato:
uvolopalatofaringoplastia, vocablo teratólogico, de 25 letras, que por supuesto
ha sido expulsado de la cárcel de los diccionarios”.
Dividido
en dos grandes predios (“Extramuros” e “Intramuros”), la suma de estampas sobre
las diferentes partes del cuerpo humano, sus modos de accionar, similares y
conexos, es también kilométrica: 95, si no computo mal. A esto hay que añadir
el prólogo ya mencionado y tenemos de cuerpo entero un tour al país de carne y hueso que somos, a las regiones de la
nariz, del oído, de la garganta, de las axilas, de los pies, y también a las
provincias de la próstata, de los pulmones, del hígado, de los intestinos y
demás etcéteras siempre orientados por el sextante de un ensayista que, sin
necesitarlas ya, sigue dando pruebas de su mandona pericia a la hora de usar,
por cierto, el más fértil territorio de nuestro cuerpo: el cerebro.
Felicidades
a Gilberto por estas veinte mil leguas de viaje al centro y al exterior de lo
que somos.
Comarca Lagunera, 7, abril y 2016
Nota:
comentario leído el 7 de abril de 2016 en la presentación de Mapa del libro humano (Axial- Arteletra,
México, 2015, 164 pp.). Se celebró en el auditorio del Museo Regional de La Laguna,
Torreón. Participé junto a Gilberto Prado Galán y en la misma mesa fueron presentados,
también de la colección Axial-Arteletra, En
los signos luminosos de tu cuerpo, de Pablo Arredondo, y Moradas diez éticas, de Javier Prado Galán, este último presentado por Salvador García Cuéllar.