Soy de los que creen,
no sé si exageradamente, que en los hechos no ha habido transición política en
México al menos desde 1928. Sumamos pues noventa años de lo mismo: un régimen
autoritario, pleno de privilegios para unos cuantos grupos que, mutatis mutandis en el plano ideológico,
se autoprotegen y preservan el estado de abismal desigualdad característico de
México. El PRI, por supuesto, es el causante mayor de esta calamidad, pero no
ha sido magra la colaboración de otras fuerzas políticas en teoría opositoras.
En los últimos años, baste este ejemplo, el PRD de la línea chuchista-pactista
se ha entregado con destacada solicitud al actual gobierno federal.
Pero no sólo la
“izquierda” representada por el perredismo blandengue ha revuelto sus canicas
con las del priísmo; el PAN, opositor histórico del tricolor, ha renunciado a
los principios de sus fundadores y en los años recientes sus líneas de acción
han entroncado, contranatura, con las de un PRI que entre sus principales
valores se cuenta el hecho de no tenerlos, de responder sólo a intereses de
camarilla. Así entonces, las esperanzas de renovación que trajeron las
elecciones del 2000 se vieron frustradas por la ineptitud y la mendacidad de
Vicente Fox, y luego, tras el amaño de 2006, por el despotismo de Felipe
Calderón. El resultado es lo que hoy estamos viendo: un país desvaído,
vapuleado por el saqueo, la corrupción y la impunidad.
En el libro El amasiato: el pacto secreto Peña-Calderón y
otras traiciones panistas, Álvaro Delgado (Lagos de Moreno, Jalisco, 1966)
recorre de lado a lado el sexenio de Felipe Calderón y lo que llevamos del
presente hasta mediados de 2016, es decir, los diez vertiginosos años de la
violencia sin coto y el desprestigio casi terminal de las instituciones en el
que ahora estamos instalados. Es un lapso complejo, acaso el más borroso
momento de nuestra historia reciente, pues se han desvanecido las fronteras
que, así sea precariamente, habían distinguido la geografía política mexicana
como espacio segmentado en tres grandes territorios: por un lado una siempre
trastabillante y conflictuada izquierda, por otro una derecha plena de fe en la
virginidad ideológica de sus adeptos y, en un punto siempre ambiguo, el PRI y
su pragmatismo capaz de abrazar cualquier postulado con tal de lograr sus
propósitos. Pues bien, eso se dislocó en los diez años que deambula El amasiato, época extraña en la que
todo o casi todo se ha “revolcao en un merengue”, como dice el tango
“Cambalache”.
Provisto de un arsenal
de datos obtenido de entrevistas directas, documentos y acervos periodísticos,
el libro de Delgado, reportero de Proceso
y autor de títulos como El Yunque y El Ejército de Dios, explica
minuciosamente en qué consistió el amasiato entre el mexiquense y el
michoacano. La historia comienza, digamos, en 2006, cuando el entonces
gobernador del Estado de México tuvo un acercamiento con el candidato del PAN a
la presidencia para negociar la entrega de 200 mil votos que a la postre serían
muy útiles en la jornada electoral del 2 de julio. A partir de entonces y ya en
el desfiguro total, los dos partidos (léase los dos personajes, Peña y
Calderón) comenzaron una relación entrañable que no pasó desapercibida para
nadie, menos para los panistas que vieron la evolución de ese amorío político
durante el segundo sexenio presidencial del PAN.
Calderón no sólo
emprendió por sus pistolas “la guerra contra el narco” y militarizó el país, lo
que devino genocidio hasta hoy impune, sino que quiso proceder a la más pura
usanza del presidencialismo priísta: trató de adueñarse de su partido y lo logró parcialmente
durante las presidencias de esos dos tipos de cuidado que fueron Germán
Martínez y César Nava, ambas expertos en negocios particulares antes que en
trabajo político. Pese al desconcierto de gran parte de la militancia
blanquiazul (como la de Javier Corral y Juan José Rodríguez Prats), Calderón
prosiguió con su acercamiento a la figura de Peña Nieto hasta llegar al
siguiente proceso electoral, el de 2012, para definir al nuevo presidente de la
República.
Álvaro Delgado describe
pormenorizadamente, y desde la perspectiva de varios involucrados, el más
asombroso viraje que un panista ha dado para favorecer a su supuesto némesis:
el PRI. Me refiero al desguace de la campaña electoral de Josefina Vázquez
Mota, que nació muerta tras el fallido acto del Estadio Azul, la revivieron un
poco con los espots de “Peña no cumple” y la volvieron a desfondar con el
retiro de esos anuncios que habían pegado estrepitosamente en la línea de
flotación peñista, pues exhibían lo que hoy todos sabemos a la perfección: que
en efecto Peña no cumple. La justificación que se dio para retirar esos espots
no deja de ser, sin embargo, lógica si nos atenemos a los compromisos de EPN y
FCH de 2006: según los sondeos del PAN, el candidato del PRD, López Obrador,
estaba siendo el más favorecido por los espots panistas contra Peña, al grado
de que se corría el riesgo de que ganara, y eso no lo iban a permitir quienes
son enemigos del PRI pero en las malas no dejan de echarle una manita. En esto
Calderón no estuvo solo, ya sabemos, y recibió ayuda, entre otros, de Vicente Fox,
el rey de los bandazos.
Libro ágil, certero y
sobrio, El amasiato sirve ahora,
asombrosamente, no tanto para asomarnos al pasado inmediato, a los dos sexenios
oscuros de Calderón y Peña, sino para vislumbrar el futuro que ya despunta. Por
eso ha regresado el fusible mil veces quemable de Josefina, ahora en Edomex, y
por eso ya hace fila Margarita ante la debacle del PRI. En pocas palabras, quieren
hacer de las suyas otra vez, quieren que el amasiato jamás llegue a su fin.
El
amasiato: el pacto secreto Peña-Calderón y otras traiciones panistas, Álvaro
Delgado, Ediciones Proceso, México, 2016, 191 pp.