Como
dos años trabajé de manera altruista en una cárcel y, obvio, fue una
experiencia imborrable. De aquel pequeño esfuerzo obtuve in situ una conclusión que en México ya es lugar común: los pobres
son la materia prima de nuestras cárceles. Quizá debo generalizar y decir lo
mismo de Brasil, de Colombia, de Perú y de todo país rezagado, pero lo que vi
lo vi en México y es aterrador. Aquellos sábados entraba al reclusorio para
dirigir un taller literario y por los pasillos, en los patios, por todos los
recovecos del lugar aparecían sujetos que a las claras se veían sumidos en la
precariedad, eufemismo para no decir, simplemente, pobres.
Muchas
veces intenté localizar algún preso que pusiera en crisis mi certeza de que
allí, en el bote, sólo había jodidos. No lo logré. Seguramente los hay, algunos
pocos, pero no me tocó verlos, escucharlos, saber que estaban tras las rejas,
pese a su buena posición económica, por algún error de esos que cualquier ser
humano puede cometer. Pero no, insisto: las cárceles sólo se alimentan de
pobres, y en el envés de esta triste realidad está lo previsible: no es que los
pudientes no delincan, sino que la posición económica es el factor clave para no
morder barrote en el reino de la impunidad.
Por
eso no me extraña que uno de los Porkys de Veracruz acusado de pederastia se
haya salido con la suya. El júnior había sido detenido en junio pasado en
Madrid, y luego de este lapso el juez consideró que no había quedado plenamente
acreditado el delito de pederastia. La determinación tiene un aspecto
churrigueresco: “… un roce o frotamiento no serán considerados como actos
sexuales, de no presentarse el elemento intencional de satisfacer un deseo
sexual a costas del pasivo”.
Pese
a lo delicado que es examinar delitos sexuales de este tipo, es increíble que
en la circunstancia en la que operaron los Porkys, y prófugos como estaban, no
se considere que hubo un “elemento intencional”. El arabesco retórico se debe,
creo, a la posición social de los acusados, bien ubicados como júniors de esos
que hoy son plaga y se enorgullecen de su plata y de su estupidez y de su
facilidad para librar cualquier lío con la justicia. De no haber sido pudientes,
los acusados pasarían en automático a ser carne de presidio. Así es México.
Punto.