En
1994 cubrí durante cuatro meses parte del proceso electoral en Chihuahua. Lo
hice para El Diario de aquella
entidad, y no recuerdo dónde conocí a Miroslava Breach, si en ruedas de prensa
o en sesiones del IFE. No la traté, pero su peculiar nombre era fácil de
memorizar y desde entonces la ubiqué como reportera respetada en el entorno de
la capital chihuahuense. Luego, durante más el veinte años y un poco al azar de
la lectura en internet, leí notas de esta periodista brutalmente asesinada el
23 de marzo pasado.
Este
crimen me conmueve y me irrita por el antecedente que acabo de traer. No quiere
decir que los otros valgan menos, sino que ese nombre estaba, como el de Eliseo
Barrón, unido de alguna tenue forma a mi experiencia profesional: Miroslava
trabajó para El Diario, donde yo
publiqué en los noventa; y Eliseo, en Milenio
Laguna, donde publico estas líneas. En ambos casos sus muertes se inscriben
en el contexto ya largamente turbulento e ininterrumpido de la violencia que en
grado superlativo padecemos desde 2006, es decir, desde el arranque del
espuriato.
No
estoy completamente seguro, sin embargo, sobre el origen de la descomposición
que hoy se advierte al rojo vivo. Como ocurre en la escritura de la historia,
en algún punto hay que hacer cortes artificiales para no comenzar todo desde el
Big Bang; igual, para explicar el fenómeno de la violencia recargada en México
debemos colocar un punto de arranque, una cota. Para mí es el 88. El régimen
priísta ya se había agotado en ese momento y gracias a lo que ya sabemos y no
es necesario recontar, fue mantenido a punta de garrote. Sorpresivamente, ese
año no calcularon el efecto de la antipatía y fue necesario un golpe brusco de
timón la misma noche del recuento de votos. Luego, en 1994, para prevenir otro
escenario ochentayochero, sembraron antes el miedo, casi el terror, lo que
derivó en el triunfo de Zedillo. Luego vino la farsa de la transición foxista y
después, de nuevo, la siembra del miedo en 2006 que seis años después amerdizó
en la vuelta pactada del PRI, es decir, en el retorno del apocalipsis.
Hoy,
otra vez, en este mar de tsunamis recurrentes que es nuestra política, se va
abriendo el expediente del miedo, ese viejo conocido electoral de los mexicanos.