miércoles, julio 27, 2016

Helicóptero











Nos dijeron que veríamos al presidente de la República, y fue inolvidable. Todo comenzó cuando el problema se puso profundamente grave y en asamblea decidimos organizar las protestas. Lo primero fue el bloqueo: tapamos durante varias horas la carretera de paso hacia Torreón y eso no sólo nos arrimó a la prensa, sino al delegado federal con el que dialogamos durante dos horas. Prometió solución en menos de una semana, de manera que levantamos el bloqueo y esperamos la respuesta. La semana pasó, claro, y el delegado no dio trazas de haber conseguido nada. Lo localizamos por teléfono y nos pidió una semana más de margen: “Estoy en México, no es fácil contactar al señor secretario, comprendan, estoy en eso, les suplico una semana más”. Volvimos a convocar una asamblea y acordamos conceder la semana extra. El problema seguía, pero tampoco quisimos pasar por intransigentes, así que era mejor esperar otro tanto. La semana casi terminaba y el delegado se nos adelantó con un telefonazo desde la capital: “Sé que tal vez les parezca poco, pero ya tengo cita con el señor secretario. Es dentro de quince días, conviene que esperen”. Para saber si esperábamos o no fue convocada otra asamblea. Los más acelerados recomendaron, no sin mentadas de madre al delegado, otro bloqueo, y los más sensatos, entre los que me contaba, propusimos calma, pues ya estábamos casi ante las puertas de la Secretaría. La votación nos favoreció, por suerte, y dejamos pasar esa quincena. El día llegó y la respuesta del secretario fue que esperáramos hasta fin de año, fecha en la que se calcularía el nuevo presupuesto. Estallamos. Organizamos un nuevo bloqueo y hasta quemamos llantas para añadir drama a las fotos periodísticas de la protesta. El delegado llegó entonces con una noticia espléndida: el presidente, dijo, nos recibiría en su rancho de Nuevo León. Según esto había hablado con él. Organizamos una comitiva y en troca salimos tres comisionados rumbo a Saltillo. Allí nos recibió el delegado y esperamos varias horas sin saber en qué momento nos encontraríamos con el presidente. Ya comenzábamos a impacientarnos y amenazamos con regresar cuando el delegado nos llevó hasta donde estaba un helicóptero: “Los dejará en el rancho del señor presidente”, dijo. Subimos emocionados y nerviosos. Al llegar, bajamos y nos recibió un licenciado fino y falsamente amable. Nos dijo que el señor presidente vería nuestro caso, que le dejáramos algún papel, y nos retacharon otra vez por aire. Han pasado cinco años. El presidente, a quien jamás vimos, ya es ex presidente y nuestro problema sigue intacto. Pero volamos tres en helicóptero, eso es lo inolvidable.