El ábaco fue durante muchos años el instrumento que nos enseñó a
contar; no es pues gratuito que ahora use tal palabra para hilar este
comentario. Si algo comparten muchos géneros de escritura es que cuentan, que
acumulan —como si fueran cálculos o piedras— anécdotas, peripecias, hechos,
situaciones, opiniones, juicios, ideas. Como la novela, como la crónica, como
el reportaje, la historia también cuenta, narra, describe, expone una serie de
ideas cuyo propósito es crear un efecto: no estético, no político, sino
científico, esto al menos en la historia urdida con una metodología cuya
apetencia es, justamente, cerrar lo más posible las puertas a la
ficcionalización del pasado.
El asunto, así planteado, parece fácil, pero, como toda ciencia, la
historia requiere la aceptación de ciertos presupuestos fundamentales antes de
contar, y explicar eso no es tan sencillo. El primer presupuesto: que la
historia es una ciencia social, precisamente, y, como tal, su aspiración es
sembrar su semilla en los terrenos dedicados a la producción de conocimiento.
Que la historia haya sido y sea usada, sobre todo, para embellecer, adulterar o
adecentar el pasado, o que se le edifique para justificar discursos legítimos o
ilegítimos de algún poder, no obsta para señalar que en su condición más noble
(o menos espuria, según queramos) tiene como fin la generación de discursos
científicamente válidos.
De esta manera, arraigada como está la noción de que La Historia es una
entidad abstracta independiente del historiador y de sus mil subjetividades,
nunca será ocioso el desbrozamiento del proceso mediante el cual opera la
escritura (la forma de contar) de la historia en su sentido menos literario o
político y, sí, más científico. Eso es lo que hace, aseguro que con solvencia,
el historiador Sergio Antonio Corona Páez (Torreón, Coahuila, 1950) en Cultura
y pasado. Consideraciones en torno a la escritura de la historia
(UAdeC-Ibero Torreón, 2014; incluye una presentación de Salvador Hernández
Vélez y varios ensayos, a modo de ejemplos, del doctor Corona Páez). Su
exposición señala los errores más frecuentes planteados al historiar y propone
con claridad las rutas que debe asumir el historiador si lo que desea es hacer
ciencia, contar, si no verdades, aproximaciones al conocimiento del pasado que
en determinado momento sean apreciadas como tales, como verdades, gracias al
método mediante el cual fueron obtenidas: el científico, que es frío, severo,
antisentimental y, en lo posible, apartidista.
Este
es, entonces, un libro de teoría de la escritura de la historia, pero sin
lágrimas. Hay en él, sutilmente subsumido, un saber y una asimilación de la
nueva historia que toma en cuenta, con exuberante eclecticismo, formulaciones
de todas las disciplinas, desde la economía hasta
la sociología, desde la filosofía hasta la antropología, desde la lingüística hasta
la economía, y que se apoya con solidez en la lingüística, dado que en suma y a
fin de cuentas la historia es un discurso, una construcción, un relato, es
decir, un enhebramiento verbal atravesado por la propia historicidad de quien
escribe, de ahí la importancia del énfasis en el deseo de generar ciencia que
debe hacer quien escribe o lee historia cuando la intención es vincularse al
conocimiento y no a la estilización ingenua o mañosa del pasado.
Reitero que
el doctor Corona Páez tiene las herramientas para explicarnos cómo cuenta la
historia, y lo hace con prosa de suyo accesible. No puedo menos, por ello, que
celebrar la utilidad de Cultura y pasado... Sé que muchos me acompañarán en esta
enhorabuena.
*Texto leído
en la presentación de Cultura y pasado celebrada el 27 de enero de 2014 en
el Teatro Isauro Martínez de Torreón. Participamos Salvador Hernández Vélez, el
autor y yo.