La poesía no pasa idéntica de la literatura a las canciones. Con la música se da, de alguna forma, una traducción o al menos una
reinterpretación, así que quizá algo se gana y quizá algo se pierde en tal
proceso. Sin regatear la fortuna que pueden tener muchos poemas pasados al
formato musical, hay obras que me gustan sólo como letras. Una de ellas es “Milonga
de dos hermanos”, incluida en el libro Para
las seis cuerdas (Emecé, 1965), de Borges. Trataré de explicar por qué.
Si escuchamos las interpretaciones de Jairo y de Jesús Suaste advertiremos que ambas son excelentes, aunque creo que algo, así sea levemente, les sobra. Supongo que es el dramatismo no sólo de
la voz, sino de la música. Borges compuso esas milongas para ser dichas sin
tono lloriqueante o exaltado, ni siquiera mínimamente conmovedor. Recordemos su
opinión, por cierto, sobre “el inconsolable tango-canción”, género que solía
rechazar con el argumento de que gimoteaba demasiado. Las milongas de Borges, pienso,
deben ser enunciadas como él las dijo: sin adornos vocales, sin alardes
interjectivos. Debemos pronunciarlas pues como si lo contado allí no nos
afectara, pues hay en todos esos versos una especie de indiferencia ante el
dolor y la muerte que de ser posible debe coincidir con una lectura de estilo sobrio
y hasta seco. Borges
lo expresó así, como lo oímos en esta desapasionada enunciación.
“Milonga de dos hermanos” está en el libro de poesía que más
me gusta de este autor. Algunos pensarán que estoy loco, pero el Borges que
siempre he sentido más cerca no ha sido el genio creador de laberintos
intelectuales a la manera de “El Aleph” o “El jardín de senderos que se
bifurcan”, sino el Borges conmovido y atraído por compadritos y gauchos, por
cuchilleros, por esos pobres diablos cultores del coraje en los que el ciego vio
una especie de secreta épica. No por nada escribí hace poco que los cuentos que
más releo de él son, por ejemplo, “La intrusa”, “El Sur” y otros de la misma
familia, donde aparecen el campo, el caballo, la payada, el ombú, el silencio
de la llanura y el admirable y gratuito coraje de hombres ajenos a la
civilización.
Aprender de memoria la “Milonga de dos hermanos” me costó
casi una semana de repetición a baja intensidad. Al fin logré asirlo y me lo
repito a solas para no sentirme obligado a releerlo. Todo es perfecto, pero la
estrofa final es la que termina por hacer universal, intemporal, la profana y
anónima competencia de los hermanos Iberra. Meter a Caín en el remate es más
que genial luego de lo expuesto en el camino; al hacerlo, Borges parece decir “Miren,
amigos, hasta aquí la milonga puede parecer de quien sea; gracias a la última
estrofa cualquiera sabrá entender que es mía”.
Se las comparto, a ver si me dan la razón.
Milonga de dos
hermanos
Traiga cuentos la guitarra
de cuando el fierro brillaba,
cuentos de truco y de taba,
de cuadreras y de copas,
cuentos de la Costa Brava
y el Camino de las Tropas.
Venga una historia de ayer
que apreciarán los más lerdos;
el destino no hace acuerdos
y nadie se lo reproche
ya estoy viendo que esta noche
vienen del Sur los recuerdos.
Velay, señores, la historia
de los hermanos Iberra,
hombres de amor y de guerra
y en el peligro primeros,
la flor de los cuchilleros
y ahora los tapa la tierra.
Suelen al hombre perder
la soberbia o la codicia:
también el coraje envicia
a quien le da noche y día
el que era menor debía
más muertes a la justicia.
Cuando Juan Iberra vio
que el menor lo aventajaba,
la paciencia se le acaba
y le fue tendiendo un lazo
le dio muerte de un balazo,
allá por la Costa Brava.
Así de manera fiel
conté la historia hasta el fin;
es la historia de Caín
que sigue matando a Abel.
de cuando el fierro brillaba,
cuentos de truco y de taba,
de cuadreras y de copas,
cuentos de la Costa Brava
y el Camino de las Tropas.
Venga una historia de ayer
que apreciarán los más lerdos;
el destino no hace acuerdos
y nadie se lo reproche
ya estoy viendo que esta noche
vienen del Sur los recuerdos.
Velay, señores, la historia
de los hermanos Iberra,
hombres de amor y de guerra
y en el peligro primeros,
la flor de los cuchilleros
y ahora los tapa la tierra.
Suelen al hombre perder
la soberbia o la codicia:
también el coraje envicia
a quien le da noche y día
el que era menor debía
más muertes a la justicia.
Cuando Juan Iberra vio
que el menor lo aventajaba,
la paciencia se le acaba
y le fue tendiendo un lazo
le dio muerte de un balazo,
allá por la Costa Brava.
Así de manera fiel
conté la historia hasta el fin;
es la historia de Caín
que sigue matando a Abel.