miércoles, enero 07, 2015

Don Julio












Publiqué este pequeño artículo hace 19 años, en 1996, tras el retiro de Julio Scherer de la dirección de Proceso. Apareció originalmente en la revista Brecha, de Torreón, y nunca lo había puesto en línea; hoy, tras la muerte del gran periodista, lo reciclo pese a la ingenuidad de algunas afirmaciones allí expuestas y a reserva de escribir algo más amplio para el semanario argentino Miradas al Sur.

Para lograr una ponderación aproximada de la trayectoria que Julio Scherer ha descrito habría que parafrasear a Tomás De Quincey: el director de Proceso convirtió al moderno periodismo mexicano en una de las bellas artes. La afirmación parece, de entrada, hiperbólica. Sin embargo, quien haya frecuentado las páginas del semanario fundado el 6 de noviembre de 1976 sabrá bien que los elogios a Scherer y a su equipo podrán ser exagerados, pero siempre justos. Él, ellos, todos los que han edificado al “Semanario de información y análisis” no saben el tamaño del favor que le han hecho a la realidad nacional, obstinada como pocas, debido a la cerrazón del sistema, en no deponer su tradicional juego de máscaras y en tener al embute convertido en una especie de perpetuo cordón umbilical.
Luego del golpe contra Excélsior en el que mañosamente botaron a Scherer, Proceso tomó la palabra crítica que Echeverría quiso cercenarle al periodismo mexicano. Fueron años heroicos aquellos en los que don Julio y sus solidarios compañeros fundaron cisa y emprendieron la aventura del semanario más punzante que se recuerde en la historia de México. Si en 1976 la relación prensa-gobierno estaba signada por una red de complicidades y amiguismos, en 1996 la tenebrosa red es menos densa gracias a que de Proceso ha dimanado el ejemplo de un quehacer periodístico comprometido no con el Estado, sí con el lector, y sí con el esclarecimiento de la verdad en este país poco acostumbrado a indagar en los entresijos de su realidad política, económica y cultural.
Claro que la tarea no ha sido sólo de Proceso; a la revista se sumaron, poco después, el unomásuno de Becerra Acosta, La Jornada, El financiero y otros espacios de la capital y de provincia que en dos décadas han revolucionado al periodismo nuestro de cada día (o de cada semana) y lo han ubicado entre los mejores que se practican en el mundo. Los reportajes de Proceso, por ejemplo, son paradigmas de lo que es la investigación periodística llevada a los extremos del arte y del método científico. Los cartones de Rius y de Naranjo incentivaron a un ejército de moneros cada vez más incisivo y jocoso; de hecho, en la actualidad se puede asegurar que la caricatura política y social mexicana es una de las cinco mejores del mundo, y quien lo dude vea por ejemplo qué monos tan ingenuos, tan chafas, publican muchos diarios de España. Esto mismo podría decirse en el caso de los suplementos culturales, que gracias a Fernando Benítez y a unomásuno se convirtieron en espacios imprescindibles de muchos lectores mexicanos que hoy día compran el períódico sólo por sus espacios culturales.
Asimismo, Proceso abordó los deportes y los espectáculos de una manera diferente a la tadicional y marcó un giro que otros medios asumieron y fomentaron: la farándula y el deporte ya no iban a ser más los territorios propicios para la práctica de un periodismo frívolo, sino que iban a ser tratados como manifestaciones de la cultura popular y áreas de interés político y económico cuyas implicaciones en la vida cotidiana son innegables y profundas.
Este es, pues, un breve esquema de lo que Proceso y otros medios le han dado al lector mexicano. Y aunque don Julio se esconda y no permita los elogios que merece, él tiene mucha culpa del avance que en los últimos veinte años ha manifestado nuestro periodismo. Falta bastante por hacer, pero don Julio, a un mes de una merecidísima jubilación, ya no puede zafarse de su quizá incómoda condición de cimiento. Por ello, desde algún rincón del norte mexicano: gracias, señor Scherer.