Publiqué este pequeño artículo hace 19 años, en 1996, tras el retiro de Julio Scherer de la dirección de Proceso. Apareció originalmente en la revista Brecha, de Torreón, y nunca lo había puesto en línea; hoy, tras la muerte del gran periodista, lo reciclo pese a la ingenuidad de algunas afirmaciones allí expuestas y a reserva de escribir algo más amplio para el semanario argentino Miradas al Sur.
Para
lograr una ponderación aproximada de la trayectoria que Julio Scherer ha
descrito habría que parafrasear a Tomás De Quincey: el director de Proceso
convirtió al moderno periodismo mexicano en una de las bellas artes. La
afirmación parece, de entrada, hiperbólica. Sin embargo, quien haya frecuentado
las páginas del semanario fundado el 6 de noviembre de 1976 sabrá bien que los
elogios a Scherer y a su equipo podrán ser exagerados, pero siempre justos. Él,
ellos, todos los que han edificado al “Semanario de información y análisis” no
saben el tamaño del favor que le han hecho a la realidad nacional, obstinada
como pocas, debido a la cerrazón del sistema, en no deponer su tradicional
juego de máscaras y en tener al embute convertido en una especie de perpetuo
cordón umbilical.
Luego del golpe contra Excélsior
en el que mañosamente botaron a Scherer, Proceso tomó la palabra crítica
que Echeverría quiso cercenarle al periodismo mexicano. Fueron años heroicos
aquellos en los que don Julio y sus solidarios compañeros fundaron cisa y emprendieron la aventura del
semanario más punzante que se recuerde en la historia de México. Si en 1976 la
relación prensa-gobierno estaba signada por una red de complicidades y
amiguismos, en 1996 la tenebrosa red es menos densa gracias a que de Proceso
ha dimanado el ejemplo de un quehacer periodístico comprometido no con el
Estado, sí con el lector, y sí con el esclarecimiento de la verdad en este país
poco acostumbrado a indagar en los entresijos de su realidad política,
económica y cultural.
Claro que la tarea no ha
sido sólo de Proceso; a la revista se sumaron, poco después, el unomásuno
de Becerra Acosta, La Jornada, El financiero y otros espacios de la
capital y de provincia que en dos décadas han revolucionado al periodismo
nuestro de cada día (o de cada semana) y lo han ubicado entre los mejores que
se practican en el mundo. Los reportajes de Proceso, por ejemplo, son
paradigmas de lo que es la investigación periodística llevada a los extremos
del arte y del método científico. Los cartones de Rius y de Naranjo
incentivaron a un ejército de moneros cada vez más incisivo y jocoso; de hecho,
en la actualidad se puede asegurar que la caricatura política y social mexicana
es una de las cinco mejores del mundo, y quien lo dude vea por ejemplo qué
monos tan ingenuos, tan chafas, publican muchos diarios de España. Esto mismo
podría decirse en el caso de los suplementos culturales, que gracias a Fernando
Benítez y a unomásuno se convirtieron en espacios imprescindibles de
muchos lectores mexicanos que hoy día compran el períódico sólo por sus
espacios culturales.
Asimismo, Proceso
abordó los deportes y los espectáculos de una manera diferente a la tadicional
y marcó un giro que otros medios asumieron y fomentaron: la farándula y el
deporte ya no iban a ser más los territorios propicios para la práctica de un
periodismo frívolo, sino que iban a ser tratados como manifestaciones de la
cultura popular y áreas de interés político y económico cuyas implicaciones en
la vida cotidiana son innegables y profundas.
Este es, pues, un breve
esquema de lo que Proceso y otros medios le han dado al lector mexicano.
Y aunque don Julio se esconda y no permita los elogios que merece, él tiene
mucha culpa del avance que en los últimos veinte años ha manifestado nuestro
periodismo. Falta bastante por hacer, pero don Julio, a un mes de una
merecidísima jubilación, ya no puede zafarse de su quizá incómoda condición de
cimiento. Por ello, desde algún rincón del norte mexicano: gracias, señor
Scherer.