El
brinco del 2014 al 15 me agarró leyendo El
camino de Ida (Anagrama, 2013), novela de Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos
Aires, 1940). Se trata de un relato en el que Emilio Renzi, personaje
recurrente en la obra pigliana, es invitado a dar un curso sobre Hudson en la
academia norteamericana. Como se trata en realidad de un alter ego, ese viaje abre la oportunidad para que el narrador
argentino despliegue dos de sus principales virtudes: la configuración de un
relato que se ramifica en microhistorias y su agudeza observadora. En efecto,
Piglia es un atentísimo mirón, un hombre que radiografía con buena prosa lo que
ve.
Al
cruzar la página 44 hallé un pasaje de esos que llegan al hueso de una
realidad: Renzi anda en una calle de EU y dice esto:
“Cuando
me separé de los estudiantes volví a casa y en la esquina de Nassau Street y
Harrison encontré a un hombre, con jeans y campera de franela a cuadros, que
hacía propaganda política aprovechando el semáforo largo de la avenida. Alzaba
un cartel de apoyo al candidato republicano en las elecciones legislativas de
mayo. Le había agregado una banderita norteamericana, señal de que pertenecía a
la derecha patriótica. Nunca había visto el acto proselitista de un solo
hombre. Todo se individualiza aquí, pensé, no hay conflictos sociales o
sindicales, y si a un empleado lo echan de la oficina de correos en la que
trabajó más de veinte años, no hay posibilidad de que se solidaricen con un
paro o una manifestación, por eso, habitualmente, los que han sido tratados
injustamente se suben a la terraza del edificio del antiguo lugar de trabajo
con un fusil automático y un par de granadas de mano y matan a todos los
despreocupados compatriotas que pasan por allí. Les haría falta un poco de
peronismo a los Estados Unidos, me divertí pensando, para bajar la estadística
de asesinatos masivos realizados por individuos que se rebelan ante las
injusticias de la sociedad”.
Parece,
o es, apenas una pincelada, una observación al paso del protagonista por la
calle, pero me asombró porque resume un rasgo más de la mentalidad apolítica
del norteamericano estándar: ¿para qué participar, para qué manifestarse, para
qué criticar si todo está relativamente bien, hay trabajo y todo mundo, con un
poco de esfuerzo, puede hacerse de lo necesario para, al menos, irla pasando?
No me alarmó tanto, sin embargo, que un hombre hiciera solitario proselitismo
en esta novela “norteamericana” de Piglia, sino que la escena me llevó a recordar
lo que ocurre en México. ¿Qué oscuro colonialismo nos ha sido impuesto, por qué
descreemos de toda participación política? ¿Hay causas por las que valdrá la
pena luchar, manifestarnos, o todo está perdido y serán sólo unos cuantos
necios los que harán evidente la inconformidad? ¿Es suficiente ripostar en las
redes sociales o hacen falta, como diría Zitarrosa, nuestras piernas en la
marcha y nuestra voz en la consigna? ¿Los gasolinazos, el aumento de impuestos,
la invención de gravámenes leoninos son algo que debemos asumir ya con total
normalidad? ¿Pueden quedar en evidencia de corrupción el presidente y sus
colaboradores cercanos y seguiremos mirando hacia otro lado? ¿Continuarán
saqueando las arcas municipales y estatales y con todo y eso pagaremos nuestras
cuotas en silencio?
Mediante
Renzi y de manera burlona, Piglia señala que a la sociedad yanqui le hace falta
un poco de peronismo, por lo que entiende lucha popular, manifestación abierta y
colectiva de la oposición. Acá entre nos, a nosotros también, sobre todo en
este 2015 decisivo y aún más importante que el pasado 2014.