En
los tres años precedentes recibí sendas invitaciones a la Conferencia
Internacional de Literatura Detectivesca en Español (CILDE) organizada por la
Texas Tech University sita en Lubbock, Texas. Mi visa se venció en 2008 y no he
podido/querido renovarla, así que en aquellas ocasiones me quedé con las ganas.
Este año, sin embargo, Gerardo García Muñoz, mi enlace con la CILDE, me informó
que la cuarta edición se celebraría en coordinación con la UNAM, y ahora sí
asistí. Fue una experiencia sumamente grata, pues tuve la oportunidad de
escuchar y conversar con colegas interesados en la vertiente narrativa de lo
policial, un área de nuestra literatura que en los años recientes ha producido
obras de altísimo calibre.
Luego
de años y años en los que la narrativa policiaca fue confinada en el gueto de
lo comercial debido sobre todo al facilismo de sus tramas y al esquematismo de
sus personajes, muchos escritores la usan ahora para expresar la complejidad de
nuestras sociedades, y ya no como divertimento asequible a bajo precio en
puestos, o kioscos, de revistas. El invento de Poe tuvo que pasar en América
Latina por un sinnúmero de prejuicios hasta llegar, pues, a cultores como
Leonardo Padura, Élmer Mendoza, Juan Sasturain o el mismo Vargas Llosa,
artistas que sin renunciar a los guiños de lo policial han convertido sus
relatos (por los personajes, por las estructuras, por los estilos, por el
tratamiento de lo político) en obras que no le piden nada a las historias no
detectivescas.
El
prejuicio contra lo policial no existe entonces en autores y críticos que, al
contrario, ven en esta modalidad narrativa una veta casi inagotable de tramas y
personajes y, por ello, la consideran uno de los mejores espejos de la realidad
en la que nos movemos. Y no puede ser de otra manera: si nuestra realidad es
azotada por plagas como la corrupción, la impunidad, la opacidad
administrativa, la violencia, la inequidad y sus respectivos etcéteras, todos
delincuenciales, el registro de ese universo pesadillesco no tiene mejores
moldes que el cuento y la novela policiales.
Por eso el gusto que tuve al conversar
con Rodrigo Pereyra y Jorge Zamora, los organizadores de la TTU de Lubbock, y
con todos los participantes. Por ejemplo, con la maestra Yolanda Bache, de la
UNAM, quien describió la novela El México
de Egerton, escrita con tintes policiacos por Mario Moya Palencia. También,
el acercamiento al género en Perú con “Violencia
política, denuncia social e identidad nacional en la obra de Santiago
Roncagliolo, Abril rojo”, por Roberto
Fuertes (Midwestern State University), o la brillante exposición “Masculinidades en competición: la
violencia, la consecuencia y los cambios de hegemonía representados en Un asesino solitario y Balas de plata de Élmer Mendoza”, del
académico David Hancock (University South Carolina). También, “Una revisión esquizofrénica de cuatro narconovelas
mexicanas contemporáneas”, por Gerardo Castillo (Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla), y José Salvador Ruiz (Imperial Valley College) y Filemón
Zamora (Sul Ross State University), respectivamente, con “Baja criminal: una
revisión de la literatura negra y policial reciente de Baja California” y “No me da miedo
morir de Guillermo Muro, ¿un nuevo tipo de novela de la frontera?”. Para
cerrar, Gerardo García (Prairie View A&M University) habló sobre “Adolfo Pérez Zelaschi y la doble faz del cuento
policial argentino” y Jelena Mihailovic (The City
University of New York) de “Pasados presentes y crímenes sugestivos:
reconstrucción de la memoria en la novela policial argentina de los últimos
años”. Como maestro de la Ibero Torreón, compartí un comentario titulado “Violencia
y vulnerabilidad en Teoría del desamparo,
novela de Orlando Van Bredam”.
No creo exagerar, y
por eso mi interés en lo policial, si digo que la literatura de este corte (y
sus derivados) goza de excelente salud en América Latina, de ahí la importancia
de no perderle la huella y seguir, hasta donde sea posible, explorándola.