Sé
que México no es el único punto de la Tierra acosado por la corrupción, el
crimen y la impunidad, en este orden. Zonas conocemos en las que no falta día sin
que emanen de allí cables internacionales que notician sobre muertos, despojos,
agresiones y total desbarajuste del estado de derecho. México, pese a que
todavía podemos respirar, no es empero un dechado de paz y calidad de vida. Al
contrario. Quién sabe en qué punto del calendario podemos colocar la fecha en
la que el desmadejamiento de la tranquilidad se ha visto acelerado por masacres
que nos instalan como campeones mundiales, o serios competidores, en materia de
barbarie recurrente. ¿Dónde, en qué momento comenzó la descomposición hoy
galopante? ¿En el 68? ¿En el 88? ¿En el 2006? ¿En 2012? En realidad, el estrago
de la vida institucional ha sido acumulativo. Cada hito ha puesto su granito de
escoria hasta llegar a lo que admiramos hoy: el espectáculo de la bajeza moral
en todo su esplendor, ya sin cortapisas ni atenuantes.
México
es un país de matanzas, y en su frecuencia está exhibido, como en marquesina,
un mensaje: se dan a cada rato porque todas derivan en la impunidad. Si fueran
castigadas, si alguna institución, la que sea, llegara “hasta las últimas
consecuencias” como se dice en los discursos, estos despiadados atropellos no
se darían o serían más esporádicos, tanto que volverían a asombrarnos.
Pero
no. Así como nos informamos sobre el clima o los resultados de la jornada futbolera
también llegan, a granel, todos los días, notas frescas sobre fosas
clandestinas en las que no se encuentran uno o dos fulanos, sino diez, quince,
veinte o más, y siempre con los signos de la brutalidad terminal que los deja
irreconocibles, a veces desmembrados o semiquemados, como si matarlos con un
balazo fuera poco y siempre se requiriera algún encono elevado al cubo. Con
estos hallazgos “macabros”, como los adjetiva la prensa ya poco creativa y
también víctima de las repeticiones producidas por nuestro México bárbaro, reanudamos
nuestro estupor tuitero y feisbuquero y al día siguiente le damos carpetazo
como luego, en escenarios solemnes, las autoridades también lo darán no sin
antes avisar que se actuará diligentemente, con todo el peso de la ley y caiga
quien caiga.
Esto
que digo es lo mismo que veremos repetirse en el caso de la matanza de jóvenes
normalistas en Iguala. El hecho, creo, da para luto nacional, para vergüenza de
México, para implacables manos a la obra de las autoridades con el fin de
esclarecer los hechos y evitar que se repitan no sólo en Guerrero, sino en
cualquier otro estado del país. Pero el evasivo discurso de Peña Nieto y todos
los que vengan en el camino son cabeceos de boxeador, bending, recorrido de lona mientras se desinfla el espanto,
mientras se le ven las implicaciones políticas al tema y se calcula si conviene
presionar a los acomodaticios pactistas de Nueva “Izquierda”, soportes del
gobernadorzuelo cuyo mejor resultado como ejecutivo guerrerense es el decidido
impuso que le ha dado a las casas funerarias.
Aguas
Blancas, Acteal, San Fernando, Durango, Iguala… México, país de masacres,
paraíso de la impunidad.