miércoles, octubre 22, 2014

Fosas del neoliberalismo















Imponer el modelo neoliberal ha costado sangre, muchísima sangre en México. Esa imposición no sólo introdujo nuevas y drásticas reglas en la economía mexicana, sino una alteración radical de la vida política y social del país. En lo político, por ejemplo, desde Salinas o un poco antes, con De la Madrid, comenzó a maniobrarse para viabilizar una apertura que permitiera a la postre crear las condiciones necesarias para vivir en plena democracia, pues la idea del libre mercado chocaba con la de un partido casi único por hegemónico. La inversión en los procesos electorales (desde que se sientan las bases más remotas hasta que se declara un ganador) acaso es la más alta o una de las más altas en el mundo, y sirvió a finales del siglo XX para crear confianza entre los mexicanos y entre los inversionistas extranjeros sobre nuestro aseo electoral.
Ocurrió, sin embargo, que esa mínima cuota de confianza en la zona donde se afinca la imagen democrática acarreó, entre otras consecuencias, el avance de movimientos sociales que pusieron en crisis la estabilidad política necesaria para favorecer el modelo neoliberal. En las elecciones de 2006 tronó todo, el IFE fue rebasado por quienes controlan el poder económico-mediático y comenzó la marcha atrás, de nuevo, a las cavernas de lo electoral. En lugar de permanecer al margen de los partidos para desempeñar un arbitraje pulcro y desinteresado, la estructura electoral fue copada, prácticamente fisurada en sus huesos para impedir que se repitiera el escenario de 2006. Y funcionó.
Como la electoral, otras áreas han sido gradual y sostenidamente enviadas a la fosa desde hace treinta años. Los movimientos obreros fueron neutralizados por la cooptación de los líderes, como siempre, y por el miedo al desempleo que lejos de ser combatido con organización de los trabajadores ha servido como fantasma paralizador de cualquier lucha. Casos ejemplares abundan, pero el más importante es el magisterial: controlado por una cacica ignorante durante décadas, el sindicato de maestros que gozó de cierto margen de maniobra está ahora, a plenitud, en manos del gobierno federal, lo que entre los maestros ha sembrado el pánico por la pérdida de prerrogativas o, de plano, el desempleo.
Y así uno y otro aspectos de la vida nacional han sido, en diferentes momentos y a diferentes ritmos, articulados en función de intereses que en muy poco ayudan a generar bienestar entre los ciudadanos. El país es una mina y hay que vaciarla, exprimirle toda su riqueza sin pensar demasiado en las consecuencias sociales que esa iniquidad pueda acarrear. En cualquier otro caso, valga este ejemplo, una Cruzada contra el Hambre —por cierto absolutamente inútil, pues se trata de una cruzada contra lo que ellos mismos siguen provocando sin piedad— debería ser vergonzosa, pero aquí es planteada como programa de gobierno. Ya ni la burla perdonan, pues.
Ahora bien, todas estas políticas inhumanas han venido acompañadas por un edurecimiento de los aparatos represivos. Obvio: cuando la parálisis, el miedo o la desorganización son revertidos, el gobierno pone en acción su maquinaria. La presencia ubicua de efectivos de seguridad —policías municipales, estatales, federales y demás— tiene un sentido en principio inhibitorio, pero ante una orden esos elementos pueden actuar y cometer cualquier atrocidad. Si a esto le añadimos el componente de la iniciativa propia o de sus relaciones con los cárteles, las consecuencias pueden ser aterradoras, como pasó, ya se sabe en todo el mundo, con los jóvenes normalistas de Ayotzinapa.