Cerca de veinte años han pasado desde que trabé un
primer contacto con el licenciado Sergio Antonio Corona Páez. Le digo así,
licenciado, porque en aquel momento él sólo había terminado su licenciatura en
comunicación y ambos nos estábamos conociendo en las aulas donde aspirábamos a
conseguir una maestría en historia. Recuerdo al Sergio de aquellos años y
asombrosamente es el mismo Sergio con el que sigo conviviendo ahora. No ha
cambiado, es un hombre de una sola pieza: trabajador, responsable, educado,
justo y sumamente lúcido, tanto que para mí es ya, desde hace varios años, el
mejor historiador que nos haya dado la comarca del Nazas.
Para probar esa afirmación no apelo al sentimentalismo
que genera la amistad. Sería absurdo que yo dijera eso y para demostrarlo sólo
blandiera como argumento que afirmo lo que afirmo porque “así lo creo” o “así
lo siento”. No. Sergio es lo que digo porque luego de concluir su maestría y su
doctorado en historia, ambos con los máximos honores, ha venido configurando
una obra cuyo valor ha sido y está siendo reconocida sobre todo en el exterior.
Mientras esa obra se ha topado aquí con una mezquindad pedestre, subterránea,
chirinolera y en más de un momento tan perversa como obtusa, en círculos
académicos del exterior han sabido aplaudir los avances alcanzados por Corona
Páez como historiador de nuestros ámbitos.
Su obra cúspide, su Quijote, lo sabemos, es La vitivinicultura en el pueblo de Santa
María de las Parras, texto con el cual alcanzó el grado de doctor. Ese solo
libro bastaría para justificarlo como historiador, pues ante los ojos del mundo
académico especializado en estos temas reconstruyó la vida económica y social
de Parras en torno al cultivo y usufructo de la vid. Investigadores de España,
Francia, Argentina, Perú, Italia, Alemania, Estados Unidos y por supuesto
México le han hecho llegar no sólo felicitaciones, sino que lo consideran (lo
consideran porque lo es) la máxima autoridad mundial en vitivinicultura del sur
de Coahuila.
Ahora bien, ¿Corona Páez es sólo La vitivinicultura en el pueblo de Santa María de las Parras? Para
responder esta pregunta debo hacer un pequeño rodeo. Entre muchas otras, una de
las virtudes que arropan a todo historiador consumado es la erudición, ese
conocimiento no sólo diverso, sino profundo, que los investigadores de vocación
van acumulando año tras año y
que les permite saber de todo un mucho, de suerte que, para poner nomás de ejemplo a Corona Páez, este lagunero entiende obviamente de historia y también de economía, de estadística, de antropología, de genealogía, de lingüística, de teología, de sociología, de arte, de todo lo que en suma ha ido adquiriendo mientras reconstruye con documentos la vida material e inmaterial de sociedades pretéritas.
que les permite saber de todo un mucho, de suerte que, para poner nomás de ejemplo a Corona Páez, este lagunero entiende obviamente de historia y también de economía, de estadística, de antropología, de genealogía, de lingüística, de teología, de sociología, de arte, de todo lo que en suma ha ido adquiriendo mientras reconstruye con documentos la vida material e inmaterial de sociedades pretéritas.
Así entonces, junto al inmenso saber vitivinícola
parrense que le ha granjeado elogios aquí y allá (más allá que aquí, por
desgracia), el doctor Corona Páez viene amasando un cúmulo de información ya
harto respetable, y nada anecdótico, sobre el pasado lagunero. Sus estudios
sobre las etnias que forjaron La Laguna, sobre la cultura que aquí echó raíces,
sobre el surgimiento de la economía creada alrededor del algodón y sobre muchos
asuntos más, lo revelan como revelador de nuestro pasado, como el investigador
que más y mejor ha explicado la larga duración de La Laguna.
No es poco mérito. Aclarar de dónde venimos, quiénes
somos, por qué pensamos así, de dónde proviene nuestra mentalidad, qué y cuánto
fruto cosechamos, importa un valioso aporte no sólo a la historia en tanto rama
de las ciencia sociales, sino al sentimiento de pertenencia que fortalece
nuestra autoestima social.
El libro Padrón
y antecedentes étnicos del rancho de Matamoros, Coahuila en 1848 es una
obra espesa de virtudes. Nuevamente exhibe la obsesiva disciplina del autor, su
competencia no sólo como científico, sino también su amor al pasado de La
Laguna y su deseo de establecer las coordenadas documentales que nos ayuden a
entender de dónde venimos. Con este libro, basado en el padrón levantado en
1848 por Anacleto Lozano, cura-teniente de Viesca, y complementado con la gran
pericia genealógica y estadística del autor, se comprueba la hipótesis sobre el
engarzamiento, sin solución de continuidad racial y cultural, de Saltillo,
Parras, Viesca, Matamoros y, al final, Torreón.
Como el propio autor lo observa, la sola transcripción
del padrón hubiera sido útil, así que más lo es con el complemento sobre la
calidad étnica (indio, mestizo, español, mulato, lobo, coyote, etcétera) de
quienes poblaron el incipiente Matamoros durante el primer tercio del siglo
XIX.
Prologado por el profesor Matías Rodríguez Chihuahua,
el auspicio de esta edición lo debemos a la Escuela de Ciencias Sociales de la
UAdeC en Saltillo y a la Universidad Iberoamericana Laguna. Decir esto así, institucionalmente,
es algo abstracto, por eso me parece oportuno señalar que tales instituciones
académicas no hubieran apoyado esta edición sin el generoso impulso de Carlos
Manuel Valdés Dávila, por la Universidad Autónoma de Coahuila, y de Héctor
Acuña Nogueira, por la Universidad Iberoamericana Torreón. A ellos, y al doctor
Corona Páez, por supuesto, debemos este nuevo aporte al conocimiento de nuestro
pasado común, el pasado multicentenario de la comarca lagunera.
Padrón y antecedentes étnicos
del rancho de Matamoros, Coahuila en 1848, Sergio Antonio Corona Páez, UAdeC-UIA
Torreón, Saltillo, 2012. Texto leído en la presentación de este libro celebrada en Matamoros, Coahuila, el 17 de abril de 2012. Participamos el profesor Matías Rodríguez, el autor y yo.