sábado, octubre 25, 2014

Porque son la levadura














El miércoles 22 seguí atento las noticias sobre la marcha que desembocó en el zócalo de la Ciudad de México. Carezco de televisión, pero sé bastarme con las fotos y los videos de internet. La cantidad de marchistas en aquella urbe descomunal fue, como correspondía al tamaño de los agravios y la indignación, enorme. Pero más que en el número me centré en la composición de los marchistas. Notablemente, asombrosamente, una cantidad harto significativa de participantes dejaba ver su procedencia de universidades públicas y privadas, lo que de algún modo permite afirmar que la marcha puede ser calificada estudiantil.
De ser cierto, este dato no es menor. Que una cantidad importante de jóvenes salga a la calle para protestar por una infamia cometida contra otros jóvenes me parece un signo alentador, un motivo de esperanza dentro de los oscurísimos tiempos que padece nuestro país. Nada impide que los adultos, todos los que estamos más entrados en años, podamos participar de las protestas, pero sin duda no contamos ya con la vitalidad y el empuje que siempre tendrá la juventud. Por eso fue (es) alentador que miles y miles de estudiantes en todo el país, principalmente en la capital, se hayan declarado públicamente consternados y hayan exigido con su presencia el esclarecimiento de los hechos ocurridos en el estado de Guerrero.
La participación política de los jóvenes, insisto, no es un dato de importancia menor en una sociedad atribulada como la mexicana. De hecho, si me lo preguntan, no veo salida al caos que es nuestro país sin la presencia entusiasta de los jóvenes. No por otra razón, obvio, desde hace décadas hay una cruzada internacional para desactivar su participación en todo esto, por banalizar sus gustos, por alejarlos completamente de toda noción de compromiso y responsabilidad social, para atornillarlos a una visión cool de la realidad o para decepcionarlos de todo, salvo del individualismo exitista.
Entre lo que ha sido machacado poco a poco hasta ser convertido en papilla está, precisamente, la idea de que no tiene ningún sentido organizarse, participar, luchar. No por otra razón se ha construido en el imaginario nacional la poderosa idea de que todos los partidos y todos los políticos son una mierda, un caso perdido, alcantarillas que sólo conducen al drenaje profundo de la corrupción. La idea es, en efecto, cierta o casi cierta: la política mexicana está en manos de gángsters que controlan todo, incluidos los mensajes que difunden la idea desalentadora de que es imposible luchar contra ellos, de que cualquier lucha política derivará forzosamente en la putrefacción.
Los jóvenes estudiantes, pues, deben participar y deben construir y deben organizarse aunque la corriente contraria sea caudalosa. Si no lo hacen, si sólo participan con una consigna, con un grito, con una marcha y luego se alejan de la lucha organizada, terminarán convirtiendo su indignación en un ex abrupto, en una manifestación anecdótica casi irrelevante.
En uno de estos días recientes y agitados supe por ejemplo de una joven que fue cuestionada por protestar, ya que ella pertenece a una escuela privada. Supe que respondió bien al afirmar que en materia de solidaridad no importa la procedencia escolar pública o privada. Yo agregaría que en un país con tantas desigualdades, un estudiante, todo estudiante, es un privilegiado y por ello su responsabilidad social es mayor a la del joven sin acceso a la instrucción.
Y todavía el pasado miércoles, casi a punto de dormir (cada vez caigo en cama más temprano), me llegó un tuit de @aliciagurrola. Amable, Alicia me mandó un enlace youtubero a la canción, famosísima en mis épocas de secundaria y prepa, “Me gustan los estudiantes” (también conocida como “Que vivan los estudiantes"), de la gran Violeta Parra. Me dio gusto recibirla porque de su letra siempre he repetido íntimamente esta estrofa en la que sigo creyendo así suene hoy “panfletaria”: “Me gustan los estudiantes / porque son la levadura / del pan que saldrá del horno / con toda su sabrosura / para la boca del pobre / que come con amargura. / Caramba y zamba la cosa, / viva la literatura”. Sea pues. Ojalá.