Tres
destrezas que difícilmente se dan en un solo ser humano coincidieron en Roberto
Fontanarrosa (Rosario, 1944-2007). La primera, el humor; la segunda, el dominio
del dibujo; la tercera, el fervor por la escritura. Las tres fueron
desarrolladas de una manera extraordinaria, tanto que el Negro, como le
apodaban, es hoy un icono de la cultura popular argentina, una especie de
Gardel en lo suyo.
Sabemos
que su fama mexicana se basó en la historieta que durante muchos años ocupó la
página final de la revista Proceso,
aquel colofón que semana tras semana nos colocó frente a la figura nada tierna
de Boogie el Aceitoso, mercenario internacional que pasados algunos años devino
incluso film. Pero Fontanarrosa fue más, mucho más que el Aceitoso. Creó, para
empezar, a Inodoro Pereyra, otro personaje emblemático de la cultura argentina,
un gaucho que acuñaba frases inmortales, como cuando le dijeron: “Anoche soñé
con mi familia”, y respondió: “Yo también dormí mal”. Y así, muchos personajes
imborrables se fueron sucediendo uno tras otro en sus dibujos siempre atados al
humor más sutil, más ácido y siempre inteligente.
Igual,
aunque sin la fuerza arrolladora de los dibujos que llegaron con mayor facilidad
a los lectores, Fontanarrosa tomó la pluma para escribir cuentos y novelas que
no por provenir de un artista gráfico dejan de tener un alto valor literario.
La mirada mordaz del rosarino recorrió, como en su faceta de historietista, un
montón de temas y personajes. Se puede afirmar, si disculpan el lugar común,
que allí no dejó títere con cabeza.
Uno
de los temas que campeó en sus textos fue el futbol. Claro, era inevitable.
Hincha sin fisuras, ferviente, de Rosario Central, el Negro dejó entrar en sus
dibujos y en sus cuentos asuntos que directa o indirectamente, sobre todo lo
primero, abordaban situaciones futboleras. En todos los casos cultivó el humor,
forma imprescindible de su hacer, de suerte que sus textos sobre el tema se
regodean sin pausa en casos que nunca dejan de parecer reales, sudorosos,
llenos de sabor a pasto y a gambeta.
Estos
cuentos de Fontanarrosa están arracimados en el libro Puro fútbol (Ediciones De La Flor, Buenos Aires, 2000) y
constituyen una cima en la literatura latinoamericana sobre la materia. Se
trata de los cuentos que el Negro escribió y fue dejando desperdigados en
diferentes publicaciones hasta que quedaron reunidos en este puñado de páginas.
Aquí
se encuentran, entonces, todos los relatos que acuñó sobre la pasión más grande
de su vida, incluido uno que con facilidad podemos considerar insuperable: “19
de diciembre de 1971”, la pieza literaria que desde la perspectiva del fanático
tiene como telón de fondo el duelo de semifinal que (en la fecha que le da
título al relato) disputó Rosario Central contra su archienemigo y coterráneo:
Newell’s Old Boys. Este cuento valdría, creo, para ubicar a cualquier escritor
de ficciones futbolísticas como notable, pues se adentra con implacable
sarcasmo hasta las tripas del sentimiento hincha, es decir, a la locura, o casi.
De
hecho, en muchas de las historias palpitan situaciones de esta naturaleza. Por
ejemplo, “El ocho era Moacyr” (que por cierto tiene una espléndida versión en
video, sólo hay que buscarla ya saben dónde), nos ubica en esa constante del
aficionado: el recuerdo de las pasadas glorias, de los jugadores y los partidos
de antaño y del hábito de recordarlos en las mesas de café. Hoy internet impide
que se den esas disputas en las alguien afirma un dato y otro lo cuestiona,
pues la información de la red casi todo lo despeja, pero la costumbre de
embroncarse en polémicas por la nebulosidad de un simple nombre no ha
desaparecido por completo.
En
el Puro fútbol de Roberto
Fontanarrosa el futbol no es pues un tema lateral ni el autor procede
oblicuamente, como sin querer. El Negro sabía muy bien de qué escribía y logró
dejarnos, por ello, un lote de historias que cualquier buen aficionado a los
dos oficios (la literatura y el futbol) debe leer sí o sí.