Parece que en La Laguna tenemos todo a la mano, pero no. En
libros, por ejemplo, nos llega un porcentaje bajo de novedades si lo comparamos
con la producción habitual que circula en las grandes urbes del país, como
México y Guadalajara. Así pues, quienes en verdad sí acostumbran deambular por
nuestras librerías suelen resignarse a esa limitación y por eso aprovechan
cualquier viaje para surtirse de lo que aquí no hay. Esta desventaja, sin
embargo, no es tan grave como parece, porque no hay poder adquisitivo ni tiempo
disponible para despachar todo lo que a diario se publica, así que el goteo
editorial que acá se da no es en el fondo del todo ingrato.
La Colección Versus es una de las series recientes cuyo catálogo
se me antoja completo, pero lamentablemente sólo he encontrado un par de
títulos. Se trata de libros en formato de bolsillo (tamaño cuarto de oficio,
más o menos), de bajo número de páginas y portadas muy
creativas, como se ve en la imagen que acompaña esta reseña. Tal vez debido a
mi gusto por el box y la lucha libre sobrepondero el estridente encanto del
diseño en los forros, pues cada título parece cartel antiguo de función
barriobajera. El trabajo editorial es de Tumbona, que a mi juicio ha encontrado
en esta aparentemente modesta serie una veta harto interesante de trabajo.
Si la fachada, a mi parecer, es bellísima, el contenido no
le va a la zaga en calidad. El propósito de la colección es ofrecer en cada
título uno o varios ensayos con actitud casi pugilística, de ahí el rijoso diseño
de las portadas y el nombre Versus para todo el contingente. Según la segunda solapa
que tengo a la mano, llevan doce títulos publicados; entre otros, Contra la originalidad (Jonathan
Lethem), Contra la tele-visión
(Heriberto Yépez), Contra el amor
(Laura Kipnis), Contra los poetas
(Witold Gombrowics), Contra las buenas
intenciones (Hans Ulrich Gumbrecht / Antonio Ortuño) y Contra los no fumadores (Richard Klein). En La Laguna sólo he
encontrado dos: el número 9, Contra la
vida activa, de Rafael Lemus, y Contra
la alegría de vivir, de Phillip Lopate (Nueva York, 1943), que aquí comento.
Dije que son libros breves, de no más de cincuenta páginas
por entrega. En ese puñado de papel, empero, debe caber toda la dinamita que
sea posible. Contra la alegría de vivir,
el primer título de la tanda, es un alegato contra la idea de que se puede
alcanzar un estado de felicidad sostenido, casi puro, de permanente éxtasis.
Lopate narra (su ensayo tiene mucho de crónica-memoria) sus experiencias en relación con la búsqueda y
la consecución del placer y advierte que en todos los casos hay un inevitable y
triste fin: que el individuo feliz, o supuestamente feliz, se tope una y otra
vez contra las miserias del presente, contra las necesidades que inexorablemente
tocan a la puerta de todo el que está gozando, pues “el presente siempre se las
arregla para entrometerse”.
Lopate encuentra desgarrador, por ejemplo, lo que sucede con
los viejos tercos en mantenerse atados a la joie
de vivre (la anécdota del señor Vartas es espléndida); también, hace una
amena diatriba sobre las dulces charlas de sobremesas donde se reúne gente que
apenas se conoce y asiste bien dispuesta al elogio gastronómico, o se ríe de sí
mismo (Lopate de Lopate, quiero decir) en el apartado donde explora su
accidentada vida sexual, ese ingrediente de la vida que constituye la presunta
y a veces no tan afortunada fuente principal del goce.
La lectura de Contra la
alegría de vivir depara, además del tono socarrón en la crónica-memoria de
Lopate, un buen número de frases sentenciosas, casi aforísticas, útiles para sofocar
cualquier abuso de optimismo. Por ejemplo, éstas sobre las charlas en las
reuniones: “La conversación en los convites es de un calibre mental entumecedor”.
“El parloteo en los convites es el equivalente comunicativo a dar un paseo por
los centros comerciales”. Al abordar el tema de los defensores a ultranza de la
alegría de vivir, Lopate destaca que más bien se trata de depresivos conversos,
y les lanza estos dardos: “Todas esas personas sentadas alrededor de una
alberca, bebiendo margaritas, no están realmente contentas, están deprimidas”; “me
siento atraído hacia las personas deprimidas porque parecen saber algo que yo no
sé”; “las personas deprimidas podrían tener una visión del mundo más realista y
perspicaz”; “de entre los deprimidos salen los más rabiosos conversos a la joie de vivre".
¿Hay ideas debatibles en el texto de Lopate? Sí, muchas,
pero tal es, creo, el propósito de este ensayo y de todos los que forman la
Colección Versus: irritar, remover, despertar, infundir vitamina al lánguido
aspecto del pensamiento amaestrado desde los medios. En el caso de la alegría
de vivir, el autor aterriza en dos aforismos que no puedo no citar: “Conocer el
éxtasis es envenenar la vida entera”, y este otro, una pregunta con fulminante
respuesta inmediata: “¿Hay alguna técnica del hedonismo que prolongue al
infinito el plazo del éxtasis? No lo creo”.
La traducción (en un agradecible español mexicano que por
allí usa, incluso, el verbo “arrejuntar”) es de Julián Etienne y Pablo Duarte,
directores, por cierto, de la muy recomendable Colección Versus.
Contra la alegría de
vivir, Phillip Lopate, Tumbona Ediciones (Colección Versus No. 1), México,
2009, 47 pp.