Cuando
en México apareció El futbol a sol y
sombra (Siglo XXI, 1995), acaso el más famoso libro sobre futbol escrito en
América Latina, había pasado apenas un lustro después de la caída del Muro de
Berlín. El mundo reacomodaba las ideologías dominantes y no faltó que algunos
auguraran también la caída total del pensamiento identificado con la izquierda.
Hubo, por supuesto, una desbandada, pero no fueron pocos los intelectuales que
se mantuvieron en su posición con la misma agudeza crítica de siempre. O casi,
pues hubo una suerte de distensión que permitió reflexionar de otra manera los
temas de siempre y otros más. El futbol, por ejemplo.
Hasta
poco antes de 1990, los intelectuales se relacionaban con el futbol de manera
un tanto tibia. Sabían que el gusto por este deporte no tenía buena prensa para
ellos, pues los colocaba en un flanco del interés informativo que en apariencia
nada tenía que ver con la inteligencia. La resistencia a escribir sobre futbol
era tan fuerte que no hay libros destacados sobre el tema hasta finales del
siglo XX. Uno de ellos, El futbol a sol y
sombra, obra de Eduardo Galeano (Montevideo, 1940), luego de veinte años ha
pasado a convertirse en un icono de la literatura futbolera, y no envejece,
pues más allá de su tema está su tratamiento: la prosa allí recorre zonas del
futbol con elegancia y hondura, con fina ironía y marcaje personal a los vicios
que han carcomido el romanticismo del juego para convertirlo en un negocio en
el que con frecuencia no están muy presentes los escrúpulos.
Como
buen uruguayo, Galeano nació con el futbol atado al corazón. Los mil vericuetos
de la vida lo llevaron a lo que hoy es: un escritor ya emblemático de la
izquierda latinoamericana, tal vez el más representativo entre los muchos que
han asumido una voz crítica ante los múltiples poderes que aquí y allá han
hecho de las suyas en medio de penurias multicolores. Las venas abiertas de América Latina (1971), su más famoso libro,
es una denuncia sobre el secular arrasamiento de la riqueza latinoamericana. Lo
asombroso es que tres años antes, en 1968, Galeano prologó una antología de
relatos titulada Su majestad el futbol.
En
aquellas palabras quedó en evidencia lo que Galeano siempre ha pensado sobre el
tema: “No creo que tanta perversidad [achacar al futbol la demora de la libertad]
pueda imputarse al fútbol con algún fundamento de causa. No niego que el futbol
empieza por gustarme, y mucho, sin que eso me provoque el menor remordimiento
ni la sensación de estar traicionando a nada ni a nadie, confeso consumidor del
opio de los pueblos. Me gusta el fútbol, la guerra y la fiesta del fútbol, y me
gusta compartir euforias y tristezas en las tribunas con millares de personas
que no conozco y con las que me identifico fugazmente en la pasión de un
domingo de tarde”. Ni traición ni nada a nada, decía Galeano al prologar aquel
libro olvidado. Muchos otros títulos pasaron, entre ellos Las venas…, hasta que Galeano dio a la prensa El futbol a sol y sombra, testimonio definitivo de su estrecha
vinculación, sin culpa, al deporte de las patadas y los goles.
El
libro del uruguayo avanza por estampas, la mayoría brevísimas. Como es su
costumbre, siempre encuentra el fleco humano en todo, y al abordar el futbol no
se desprende del buen hábito. Ya que estamos en el Mundial de Brasil 2014,
veamos una que se refiere al Mundial del 50, el del Maracanazo: “A la hora de
elegir el arquero del campeonato, los periodistas del Mundial del 50 votaron,
por unanimidad, al brasileño Moacir Barbosa. (…) Pero en aquella final del 50,
el atacante uruguayo Ghiggia lo había sorprendido con un certero disparo desde
la punta derecha. Barbosa, que estaba adelantado, pegó un salto hacia atrás,
rozó la pelota y cayó. Cuando se levantó, seguro de que había desviado el tiro,
encontró la pelota al fondo de la red. Y ése fue el gol que apabulló al estadio
de Maracaná y consagró campeón al Uruguay. Pasaron los años y Barbosa nunca fue
perdonado. En 1993, durante las eliminatorias para el Mundial de Estados
Unidos, él quiso dar aliento a los jugadores de la selección brasileña. Fue a
visitarlos a la concentración, pero las autoridades le prohibieron la entrada.
Por entonces, vivía de favor en casa de una cuñada, sin más ingresos que una
jubilación miserable. Barbosa comentó: ‘En Brasil, la pena mayor por un crimen
es de treinta años de cárcel. Hace 43 años que yo pago por un crimen que no
cometí’”.
Como
ésa, todas las instantáneas de Galeano son atrayentes, una demostración
palpable de que las canchas producen historias humanas, demasiado humanas. Vale
el esfuerzo de buscarlas y leerlas.