
Los mundiales no sólo generan goles, estadísticas y millones de notas en toda la prensa del planeta. Al su lado nacen subproductos que en los meses previos y durante el desarrollo de la justa pueblan el orbe como epidemia bíblica. Álbumes, envases en ediciones especiales, playeras, llaveros, gorras, pulseras, videos, viajes y mucho más cobra un impulso de catarata publicitaria en las etapas mundialistas. Allí también caben, aunque a una escala moderada, los libros. Algunos nacen antes de los mundiales, otros durante y unos pocos después, como ocurrió con Ida y vuelta (Seix Barral, 2012), diálogo epistolar sostenido por Juan Villoro con Martín Caparrós durante la celebración de Sudáfrica 2010.
El
intercambio se dio entre junio y julio de 2010, y las cartas fueron acogidas
por las revistas Letras Libres, de
México, y Soho, de Colombia. El
subtítulo del libro, “Una correspondencia sobre futbol”, confirma lo que
encontramos en las páginas de Ida y
vuelta: a cada misiva, el interlocutor corresponde con otra, y así se va
escalonando la “conversación” virtual. El pespunte se torna interesante porque
lo mismo se deja ver comentarios sobre la coyuntura (el Mundial sudafricano en
sí) que sobre el futbol en general y sobre las idiosincrasias de las dos
hinchadas que de alguna manera representan los corresponsales, la mexicana y la
argentina.
Villoro,
como sabemos, nació en el DF en 1956, y es ya uno de los escritores mexicanos
con mayor cartel no sólo en nuestro país, sino en todo el contexto de habla
hispana. Apasionado hasta el tuétano por el futbol y autor de libros como Dios es redondo y Balón dividido, además de decenas de entrevistas, conferencias y
colaboraciones en una cantidad ya incuantificable de espacios periodísticos, es
sin duda el escritor mexicano más identificado por los lectores con la opinión
futbolera pensada desde la literatura. Caparrós, quien nació en Buenos Aires un
año después, es uno de los intelectuales más polémicos de su país, autor de
numerosos libros diversificados entre novelas y ensayos políticos, además de
haber ejercido una carrera periodística que le ha permitido recorrer “medio
mundo”. Dados estos antecedentes, en el diálogo reina la buena prosa y un
torrente de opiniones atendibles.
En
total son 42 cartas. Sólo en un par de momentos cada autor envía dos seguidas,
así que el libro es, si lo miramos como si fuera la cancha que ilustra su
portada, un choque de ida y vuelta, un match
con ataques y contrataques. Se puede percibir en este libro un todo amable, por
supuesto, pero también el ánimo por competir. Pese a la premura que impone el
género epistolar vía mail, los dos escritores colocan la canasta muy alta (o la
portería muy lejos, para evitar la metáfora basquetbolera) a su “rival”, así
que ambos van engarzando comentarios dignos de cita, como éstos sobre el tema
central del libro: “No sé si estarías de acuerdo con mi definición: en mi caso,
siempre sospeché que el futbol era el espacio de mi salvajería feliz”
(Caparrós). “Ningún otro deporte tiene un sistema de jurisprudencia tan
endeble, es decir, tan parecido a la vida” (Villoro). O éstas, que se refieren
a la sociedad donde crecieron los interlocutores: “¿Escuchaste hablar alguna
vez, mi querido hospitalario, de la viveza criolla, esa virtud que se supone
tenemos los rioplatenses y que consiste en sacar la mayor ventaja, siempre al
borde de la legalidad, de cualquier situación?” (Caparrós). “En México cada
fracaso futbolístico da lugar a un deporte extremo: el linchamiento” (Villoro).
Ida y vuelta, una correspondencia
sobre futbol es en suma un libro grato en más de un
sentido, no sólo en el futbolístico. Es lo menos que podía esperarse de dos
pesos pesados de la literatura latinoamericana.