Buena
parte de la compleja, accidentada y apasionante historia argentina ha sido
abordada por Osvaldo Bayer (Santa Fe, 1927). A él se debe, sólo por mencionar
el momento más importante de su obra, La
Patagonia rebelde, cuatro tomos que ya son un clásico en su país. Pues
bien, Bayer es identificado con parte de lo más sólido del pensamiento
latinoamericano, y no son pocos los debates políticos que ha entablado con sus colegas
de éste y del otro lado del Atlántico. Por sus ideas, claro, sufrió el exilio
del 76 al 83, lapso en el que radicó en Alemania.
Lo
impresionante de este intelectual perfectamente afincado en sus quehaceres de
historiador y politólogo es su gusto por el futbol (o fútbol, con ú acentuada y
prosodia larga, para que la palabra suene porteña, como debe ser en este caso).
Tal gusto derivó en la publicación, hace más de dos décadas, de Fútbol argentino (Página 12, Buenos Aires, 2009 en mi edición), libro que recoge
parte de las más significativas glorias de este deporte en un país que come,
respira y sueña futbol.
No
se trata de una “historia” en sentido estricto, sino de una especie de
cronología en la que el autor va destacando, con la prosa siempre sobria que lo
caracteriza, escenas y protagonistas del futbol pampero, todo mezclado con
flashazos del contexto social que hizo posible la aparición de ciertos clubes o
de ciertos jugadores. Como señala Osvaldo Soriano, amigo de su tocayo Bayer y
prologuista del libro, “Este libro no sólo interesará a los apasionados del
fútbol, sino también a aquellos que estudian los movimientos sociales nacidos
en la Argentina de las ‘vacas gordas’. No es otro Bayer éste del fútbol; es el
mismo que ha comprometido su vida y su obra para que los argentinos conozcan la
verdadera historia, tan ajetreada y deformada”.
En
efecto, si uno lee, por ejemplo, los artículos de En camino al paraíso y los compara con las secciones de Fútbol argentino, encuentra que aquí
también hay, detrás de cada párrafo, un hombre sensible, un sujeto que mira
hacia el futbol con los ojos del niño que se emociona ante los recuerdos y es igualmente
capaz de indignarse ante el desgaste sufrido por el futbol en su paso del
profesionalismo, digamos, ingenuo, a un profesionalismo en el que cada vez
importa menos el amor a la camiseta y otros sentimentalismos de similar pelaje.
Fútbol argentino está dividido
en catorce estancias, además del prólogo de Soriano y las palabras “necesarias”
de Bayer; en ellas el autor nos comparte su rechazo inicial a escribir un libro
de esta índole y, luego, sus dudas y su aceptación: “¿Por qué no intentar la
empresa? ¿Por qué el fútbol no puede ser un tema para un historiador, un
sociólogo, un politólogo? ¿Acaso no es parte de la vida misma ese extraño y
mágico influjo ejercido por veintidós jugadores y una pelota, sobre el mundo
entero?”. Su respuesta a estas preguntas está en las 143 páginas en las que
corre tinta sobre el futbol que lo tocó, aquel que, pese a que ya generaba una
renta para muchos, conservaba todavía el aroma a barrio y un amor a la camiseta
que hoy suena casi obsoleto.
Bayer
pasa revista a jugadores y equipos memorables. Lo asombroso es que su fama,
pese a referirse sólo a la Argentina, llegó hasta nosotros en épocas de
información en cámara lenta, como pasó en las mejores épocas de Racing, San
Lorenzo o Independiente. Aparecen, claro, nombres como los de José Manuel
Moreno, Alfredo Di Stefano, Ricardo Bochini y muchos más, todos los grandes que
precedieron a Maradona. Al acercarse al 78 encontramos los renglones que más duelen:
“Pero en 76 se acabó la risa y la broma. El país se cubrió de sangre”. No por
nada ese capítulo lleva un título paradójico: “El triunfo triste”, y ya sabemos
a qué se refiere.
Páginas
emocionadas, nostálgicas y apesadumbradas las de este Futbol argentino. Recorrerlas nos deja una lección: que en este
juego puede caber toda, o al menos buena parte, de una realidad nacional.