Cuesta
nada y vale oro. Me refiero al tabique Crónicas
literarias (Océano-Gandhi, México, 2011, 397 pp.), de Ramón López Velarde.
La selección y el prólogo son obra de Juan Domingo Argüelles (Chetumal, 1958),
poeta y ensayista que viene armando desde hace varios años una producción notable
como escritor, como organizador de antologías (o selecciones) y como promotor
de la lectura. Aquí ha organizado el valioso material prosístico que el
jerezano dejó disperso en revistas y periódicos, y le adosó un prólogo que no
podemos eludir.
Argüelles
recuerda las apreciaciones que, en general, ha recibido el López Velarde
prosista. Las que ha motivado su poesía son de sobra conocidas, tanto que sus
versos, lo sabemos, entran en automático a cualquier antología de poesía
mexicana de cualquier época (no sé si sueno muy insolente al decir que me
parece el poeta mexicano más interesante,
por no decir el mejor, del siglo XX).
Su prosa, en cambio, ha tenido que avanzar un poco a la sombra, casi oculta
debido a la gravitación de su poesía y a que ninguna de las compilaciones
prosísticas hasta hoy publicadas apareció mientras su autor estuvo vivo. El minutero, libro que RLV preparó, vio
la luz dos años luego de su muerte, en 1923. Los otros, preparados en distintos
momentos por distintos compiladores y estudiosos, fueron apareciendo con el
correr del siglo hasta llegar a Crónicas
literarias.
Lo
primero que destaca Argüelles es lo primero que sedujo a los lectores del RLV
prosista: el estilo. Menciona, por ejemplo, a Villaurrutia y Paz, quienes
subrayaron la indefectible intencionalidad poética de los textos
lopezvelardeanos escritos más allá del verso. En efecto, uno lo comprueba de
inmediato casi en cualquier párrafo del zacatecano: la suya fue una prosa sólo
periodística porque quedó albergada en medios hemerográficos, pues su timbre
siempre tuvo una inclinación marcadamente estética.
Se
podría pensar, por ello, en engolamientos o vicios parecidos, es decir, en el sacrificio
del fondo y la exaltación de la pura forma. No fue tampoco el caso: “hay que
añadir otras múltiples virtudes, entre ellas, jamás perder sus caracteres
expositivo, crítico, analítico, polémico e incluso informativo (…) y que le da
su identidad de crónicas, es decir, de composiciones de época, en la más noble
tradición de los escritores que han utilizado el medio periodístico no para
complacer a lectores superficiales, sino más bien para educar y sensibilizar
espíritus receptivos de algo más que la noticia intrascendente, la anécdota
trivial y la inmediatez del chisme sin consecuencias”, observa Argüelles. Los textos, por todo,
son una suma de aciertos estilísticos y agudas observaciones, casi como si RLV
hubiera trasladado, con los matices que son del caso, su poesía a los registros
de la prosa.
He
batallado en estos párrafos para referirme a los textos que componen Crónicas literarias. Los he llamado
“textos” así como en el título son llamados “crónicas”. La verdad es que se
trata de prosas inclasificables, o tan variadas que llamarlas de una sola forma
es, en cuanto al género, atinar con unas y errar con otras, de manera que mejor
ubicarlas de manera ambigua: textos, textos en prosa que hoy nos abren otros accesos
a la siempre alta figura del joven abuelo Ramón López Velarde.