sábado, mayo 17, 2014

El múltiple Ramón










Cuesta nada y vale oro. Me refiero al tabique Crónicas literarias (Océano-Gandhi, México, 2011, 397 pp.), de Ramón López Velarde. La selección y el prólogo son obra de Juan Domingo Argüelles (Chetumal, 1958), poeta y ensayista que viene armando desde hace varios años una producción notable como escritor, como organizador de antologías (o selecciones) y como promotor de la lectura. Aquí ha organizado el valioso material prosístico que el jerezano dejó disperso en revistas y periódicos, y le adosó un prólogo que no podemos eludir.
Argüelles recuerda las apreciaciones que, en general, ha recibido el López Velarde prosista. Las que ha motivado su poesía son de sobra conocidas, tanto que sus versos, lo sabemos, entran en automático a cualquier antología de poesía mexicana de cualquier época (no sé si sueno muy insolente al decir que me parece el poeta mexicano más interesante, por no decir el mejor, del siglo XX). Su prosa, en cambio, ha tenido que avanzar un poco a la sombra, casi oculta debido a la gravitación de su poesía y a que ninguna de las compilaciones prosísticas hasta hoy publicadas apareció mientras su autor estuvo vivo. El minutero, libro que RLV preparó, vio la luz dos años luego de su muerte, en 1923. Los otros, preparados en distintos momentos por distintos compiladores y estudiosos, fueron apareciendo con el correr del siglo hasta llegar a Crónicas literarias.
Lo primero que destaca Argüelles es lo primero que sedujo a los lectores del RLV prosista: el estilo. Menciona, por ejemplo, a Villaurrutia y Paz, quienes subrayaron la indefectible intencionalidad poética de los textos lopezvelardeanos escritos más allá del verso. En efecto, uno lo comprueba de inmediato casi en cualquier párrafo del zacatecano: la suya fue una prosa sólo periodística porque quedó albergada en medios hemerográficos, pues su timbre siempre tuvo una inclinación marcadamente estética.
Se podría pensar, por ello, en engolamientos o vicios parecidos, es decir, en el sacrificio del fondo y la exaltación de la pura forma. No fue tampoco el caso: “hay que añadir otras múltiples virtudes, entre ellas, jamás perder sus caracteres expositivo, crítico, analítico, polémico e incluso informativo (…) y que le da su identidad de crónicas, es decir, de composiciones de época, en la más noble tradición de los escritores que han utilizado el medio periodístico no para complacer a lectores superficiales, sino más bien para educar y sensibilizar espíritus receptivos de algo más que la noticia intrascendente, la anécdota trivial y la inmediatez del chisme sin consecuencias”, observa Argüelles. Los textos, por todo, son una suma de aciertos estilísticos y agudas observaciones, casi como si RLV hubiera trasladado, con los matices que son del caso, su poesía a los registros de la prosa.
He batallado en estos párrafos para referirme a los textos que componen Crónicas literarias. Los he llamado “textos” así como en el título son llamados “crónicas”. La verdad es que se trata de prosas inclasificables, o tan variadas que llamarlas de una sola forma es, en cuanto al género, atinar con unas y errar con otras, de manera que mejor ubicarlas de manera ambigua: textos, textos en prosa que hoy nos abren otros accesos a la siempre alta figura del joven abuelo Ramón López Velarde.