No tengo la cita a la mano, pero recuerdo en greña la explicación de Carpentier: cuando alcanzó cierto reconocimiento de los lectores y la crítica gracias a El reino de este mundo y, sobre todo, a El siglo de las luces, una editorial fantasma sacó a la venta, en edición más pirata que Francis Drake, ¡Écue-Yamba-O!, la primera novela del cubano. Lo que la editorial Xanadú (así se llamaba) no aclaró fue la fecha de edición de esa primera novela, esto para que los desprevenidos lectores se fueran con la finta y creyeran que era una nueva novela de don Alejo. Apareció además con tantas erratas que su autor, quien había decidido olvidar ese libro, se vio forzado a revivirlo en una edición autorizada por él, fechada y purgada de gazapos.
Podemos
suponer que de no haberse perpetrado el agandalle de la editorial Xanadú,
Carpentier jamás hubiera aceptado reimprimir su primer libro. Quizá ya muerto,
sus descendientes o los editores hubieran optado por desempolvarlo, pero esto
es puramente conjetural, pues el hecho cierto es que Carpentier debió salir al
quite y echar un vistazo al inicio, a su primera novela, y reeditarla contra su
voluntad, sólo para que los lectores no quedaran enchufados a la agraviante
edición atascada de erratas.
Recordé
esa anécdota del Carpentier ya ruco cuando leí, ayer, uno de los numerosos y
brillantes apuntes que contiene El mago
de Viena (FCE/Pre-Textos, Bogotá, 2006), de Sergio Pitol. Como se trata de
un libro básicamente confesional, en algún momento iba a echar, seguro, una
miradita a sus primeras intentonas con la pluma. Y sí, cuando dice: “Regresar a
los primeros textos exige del escritor adulto, y lo digo por experiencia
personal, una activación de todas sus defensas para no sucumbir a las malas
emanaciones que el tiempo va guardando. ¡Más valdría un voto de jamás dirigir
la mirada hacia atrás! Se corre el riesgo de que esa vuelta se transforme en un
acto de penitencia o expiación o, lo que es mil veces peor, llegue a
enternecerse ante inepcias que deberían avergonzarlo”.
Creo
que el premio Cervantes 2005 no exagera: regresar, luego de muchos años, a los
primeros libros, o al primero para que el desafío sea mayor, es un acto que
demanda una mezcla equilibrada de valentía y resignación. Por lo que he leído,
muy pocos escritores salen bien librados de ese buceo en las páginas con las
que se inauguraron en las estanterías. Al contrario, la mayoría prefiere no
abordar mucho el tema, o hacerlo en el entendido de que aquello que fue el
“primer libro” se trató esencialmente de un capricho que mejor debió evadir los
rodillos de la imprenta. La recomendación a los escritores todavía inéditos, por
todo, si es que cabe una “recomendación”, puede ser ésta: dado que los
escritores acostumbran arrepentirse de su primer libro, que omitan su
publicación, de manera que el primero en realidad sea el segundo, acaso el
tercero. Pero la tentación de publicar es tan grande que, pese al peligro que
esto entraña, siempre hay un primer libro habitualmente incómodo, un puñado de
papel que suele convertirse en carga para toda la vida.