Recuerdo
que hace como siete u ocho años recibí una carta electrónica con un link que conducía hacia Wikipedia. La
carta advertía que el contenido del enlace era “impactante”, algo así como “la
información biográfica jamás vista”. Como el remitente era un conocido temí que
luego me preguntara por su mail, así que acepté la molestia de abrir el
vínculo. Apenas pude leer un párrafo, pues el artículo (“artículo”) era en
realidad una especie de screen shot
de Wikipedia con información adulterada sobre un político. El personaje era
impresentable, ciertamente, pero en la enciclopedia virtual alguien le había
cargado la mano con una saña pedestre, de sicario verbal.
Lo
que hice entonces fue lo que hubiera hecho cualquiera. Le escribí a mi amigo
para pedirle que no me enviara más esos enlaces troglodíticos. Aproveché el
viaje para comentarle (en aquel momento aún no era tan popular como ahora) que
Wikipedia es un espacio editado libremente por la comunidad de internautas, y
que la regulación de su contenido dependía del deseo de contar con información
confiable, un deseo que tenemos quienes andamos en todo trote periodístico o académico de
nivel medio. Claro, le dije, que por unas horas alguien puede “subir” aberraciones,
pero eso pronto suele desaparecer porque otros usuarios modificarán o
reportarán la información basura.
Gracias
a esto Wikipedia, y todas sus variantes enciclopédicas de internet, han hecho
polvo en menos de diez años el concepto de enciclopedia que se tenía desde la
Enciclopedia hasta el nacimiento de los almacenes gnoseológicos en soporte
digital. Muchos que hoy peinamos canas o nos alisamos la pelona crecimos con
alguna o algunas enciclopedias a merced. Recuerdo, dicho esto en primera persona
del familiar, la Bruguera roja y elegantísima que mamá compró por tomos
semanales en la Soriana, o la Británica y la Grolier que le vendieron a
domicilio con el regalo de unos clásicos verdes con los que luego me quedé. En
esas tres enciclopedias creí ver, con la ingenuidad de aquellos años, todo el
conocimiento habido y por haber, tanto que mis trabajos escolares fueron
notablemente enriquecidos por transcripciones no exentas de cierta veneración.
Hace
poco vi en una librería de viejo el triste destino que tuvieron esos libros. La
gente, que antes compraba enciclopedias al menos para adornar algunos metros de
librero, hoy ha optado por ahorrar espacio o cederlo a la cerámica y los
portarretratos, así que los tomos antes imprescindibles y hasta motivo de
cierto orgullo intelectual ahora son los objetos que agonizan con mayor penuria
en las librerías de segunda.
Es
un hecho que las enciclopedias internéticas ya ganaron y seguirán su marcha
apabullante. Su desventaja, claro, está en los márgenes de error, pero eso no
es nada frente a la ventaja de la actualización continua y unas dimensiones
ajenas al concepto de tamaño determinado. Ya no serán, como la Enciclopedia
Espasa, 122 tomos en español, sino miles y miles de artículos desplegados en
decenas (hoy son 236) de idiomas y dialectos.
En
2004, Eco escribió “Sobre lo políticamente correcto”, y dijo: “Si leemos el
artículo que Wikipedia (una
enciclopedia on line) dedica a lo PC
(así se designa ahora, mientras no produzca confusiones con los ordenadores o
con el Partido Comunista) encontraremos también la historia del término”. Hace
diez años Eco debía aclarar qué era Wikipedia, “una enciclopedia on line”. Hoy todos sabemos que es un
monstruo, un monstruo sin orillas, el monstruo que devoró nuestras
enciclopedias de papel.