“La realidad supera a la fantasía”, asegura el muy gastado dictum. No creo que sea para tanto, por lo que ofrezco una leve modificación: la realidad a veces supera a la fantasía, como lo pude comprobar tras leer “30.000 voces”, texto de Claudio Morresi, ex jugador de futbol y, entre otras actividades, encargado de la Secretaría del Deporte dependiente del Ministerio de Desarrollo Social en la Argentina durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Morresi nació hacia 1962 en Buenos Aires, y, entre otros equipos, de 1980 a 1992 jugó para Huracán, River Plate, Independiente Santa Fe (de Bogotá) y Vélez Sarsfield. Su mejor momento lo vivió del 85 al 86, pues quedó campeón con los Millonarios en la liga argentina y además ganó las Copas Libertadores e Intercontinental; en ese River hizo una dupla memorable nada menos que con Enzo Francescoli. Antes de retirarse con Platense en 1992, Morresi jugó una media temporada en México; lo hizo para el Santos Laguna en el torneo 90-91.
El dato de su llegada a Torreón lo consigno así en la página 144 de mi nunca suficientemente saqueado libro La ruta de los Guerreros: vida, pasión y suerte del Santos Laguna (es la descripción de un juego contra la UAG celebrado a finales de 1990): “No era un gran orgullo, pero al menos se activó la ofensiva comarcana en el siguiente choque, pues Santos sacó un empate 4-4 del estadio 3 de Marzo. Los laguneros lograron ir arriba por 3-1, pero se dejaron alcanzar y hasta rebasar. Por los Tecos anotaron, dos cada uno, Uribe y Donizette, y por los Guerreros hicieron los suyos Ramón, David Solís y Juan Flores (2). En la semana que siguió a ese cotejo, una buena noticia dio ánimos a la afición irritila: proveniente del Vélez Sarsfield de Argentina, el mediocampista Claudio Alberto Morresi se incorporará al Santos para fungir como el ‘10’ que tanta falta hacía”.
Morresi debutó en el Corona; fue un juego que quedó 0-0 contra los Pumas, y media temporada después dejó el equipo. Veinte años pasaron para que yo volviera a saber de él, cuando hallé un texto suyo en el libro Tiros libres, el futbol en cuentos, poemas y crónicas (Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Colección Desde la gente, Buenos Aires, 2002), compilación de Jorge Boccanera. Me sorprendió muchísimo saber que escribía bien, y que en Tiros libres compartiera créditos con autores de la talla de Juan Sasturain, Eduardo Sacheri, Eugenio Mandrini, Juan José Panno, Juan Villoro, Rafael Alberti y el mismo Boccanera, entre muchos más. Por mail, le comenté a mi amigo Fabián Vique lo siguiente: “A Morresi yo lo vi jugar en el equipo de mi región. Estuvo un ratito en Santos Laguna”. Vique me recordó que Morresi había hecho muy buen papel en River junto a Francescoli y que ahora se desempeñaba como titular del deporte en el gobierno kirchnerista; es, me aclaró, “un tipo pensante”.
Quedé atónito cuando supe que aquel jugador argentino que vino en una pésima época santista era un “tipo pensante”, que escribía y era funcionario del gobierno actual en su país. Leí de inmediato el texto de Morresi, donde concilia el tema de los desaparecidos políticos durante la dictadura con el futbol. El título (“30.000 voces”) significa 30.000 desaparecidos, ciudadanos que además de la política seguramente también participaron del futbol al menos como hinchas. Por eso dice:
“30.000 personas van a concurrir a la cancha. Los jugadores, al ir por el túnel, esperan encontrar un estadio repleto.
Cuando en el centro del campo los equipos levantan la vista para saludar a las hinchadas, notan que las tribunas están tenebrosamente vacías.
En ese momento recuerdan que hoy es 24 de marzo y se cumplen 20 años del Golpe Militar que institucionalizó el Terrorismo de Estado.
En la tribuna Sur, que alberga a miles de personas, faltan los hinchas de Boca y River que fueron secuestrados de sus domicilios o lugares de trabajo, alojados en Centros Clandestinos de detención y luego de varias sesiones de tortura, arrojados desde aviones al mar.
En la tribuna Norte, no se encuentran los hinchas de Racing e Independiente, que luego de pasar por el mismo calvario del secuestro y la tortura, fueron acribillados a balazos y sus cadáveres esparcidos en descampados.
En la tribuna Este no figuran los hinchas de Huracán y San Lorenzo, encontrados años después en fosas comunes. Exterminados de las formas más perversas.
En la Oeste, no están los de Rosario y Newells, que antes de matarlas, esperaron que parieran para quedarse con sus hijos como botín de guerra…”
Más adelante, al cierre, dice:
“En el estadio vació, el partido está por comenzar.
Los jugadores empiezan a sentir cómo baja, de las tribunas desiertas, el aliento de las hinchadas.
Son 30.000 voces que no paran de cantar”.
Luego de las dos páginas que mide esa crónica imaginaria de Morresi, la ficha biográfica dice lo que ya comenté sobre la trayectoria futbolística y política de Morresi, y remata: “Su hermano Norberto Julio, de 17 años, fue detenido el 23 de abril de 1976 por fuerzas conjuntas y permanece desaparecido”.
Las últimas dos líneas terminaron por agrandar mi sorpresa, y aquí es donde la realidad pulverizó a la fantasía. Explico. En 2004 escribí un cuento titulado “Cross al ángel rubio”. Se me ocurrió por una nota periodística que narra cómo un hombre reconoció en la calle al represor Alfredo Astiz (“el ángel rubio de la muerte”) y, después de injuriarlo, lo derribó con un puñetazo. La idea era complicada, pero creo que la resolví bien y aquel cuento es uno de los pocos que no me disgustan del todo. Un mexicano viaja a la Argentina, entabla amistad con un tipo que también es escritor y lee mucho, es un intelectual especializado en la literatura de la época negra en la que los militares argentinos hicieron de las suyas (1976-1983). Poco a poco, gracias a la correspondencia vía internet, el mexicano conoce muchos detalles de aquel régimen, su reinado de sangre. Su interlocutor argentino le narra que le interesa el tema porque su hermano fue secuestrado y desaparecido. Para añadir un detalle circunstancial, hice que los hermanos argentinos del cuento, que tenían diez años de diferencia, jugaran futbol en los parques antes de que al mayor lo secuestraran: “Salió de casa aquella mañana y prometió llevarme a la tarde con él para jugar fútbol (así escribía futbol, con una ‘u’ larga y arrastrada por la tilde, fúúútbol, y no aguda como nosotros), para patear algunos penales en el parque, para enseñarme secretos de gambetas, caños y cabeceos”. Recuerdo que dudé un poco al incluir el tema del futbol, que tal vez no se vería muy lógico que un joven universitario y militante jugara fut con su hermano menor, pero así lo dejé. Unos años después, leo el caso de Morresi, el secuestro que sufrió su hermano mayor y el hecho de que también jugara al fut.
Cuando terminé “Cross al ángel rubio” (Ojos en la sombra, UAdeC, 2008, reeditado por el Conaculta en 2015) pensé que su tema, su trama y su tono podían parecer inverosímiles, casi increíbles. Al saber la historia de Claudio Morresi, el ex jugador del Santos Laguna, noto que me quedé corto, que la realidad muchas veces golea y no necesita de ninguna fantasía para dejarnos sin habla.
El dato de su llegada a Torreón lo consigno así en la página 144 de mi nunca suficientemente saqueado libro La ruta de los Guerreros: vida, pasión y suerte del Santos Laguna (es la descripción de un juego contra la UAG celebrado a finales de 1990): “No era un gran orgullo, pero al menos se activó la ofensiva comarcana en el siguiente choque, pues Santos sacó un empate 4-4 del estadio 3 de Marzo. Los laguneros lograron ir arriba por 3-1, pero se dejaron alcanzar y hasta rebasar. Por los Tecos anotaron, dos cada uno, Uribe y Donizette, y por los Guerreros hicieron los suyos Ramón, David Solís y Juan Flores (2). En la semana que siguió a ese cotejo, una buena noticia dio ánimos a la afición irritila: proveniente del Vélez Sarsfield de Argentina, el mediocampista Claudio Alberto Morresi se incorporará al Santos para fungir como el ‘10’ que tanta falta hacía”.
Morresi debutó en el Corona; fue un juego que quedó 0-0 contra los Pumas, y media temporada después dejó el equipo. Veinte años pasaron para que yo volviera a saber de él, cuando hallé un texto suyo en el libro Tiros libres, el futbol en cuentos, poemas y crónicas (Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Colección Desde la gente, Buenos Aires, 2002), compilación de Jorge Boccanera. Me sorprendió muchísimo saber que escribía bien, y que en Tiros libres compartiera créditos con autores de la talla de Juan Sasturain, Eduardo Sacheri, Eugenio Mandrini, Juan José Panno, Juan Villoro, Rafael Alberti y el mismo Boccanera, entre muchos más. Por mail, le comenté a mi amigo Fabián Vique lo siguiente: “A Morresi yo lo vi jugar en el equipo de mi región. Estuvo un ratito en Santos Laguna”. Vique me recordó que Morresi había hecho muy buen papel en River junto a Francescoli y que ahora se desempeñaba como titular del deporte en el gobierno kirchnerista; es, me aclaró, “un tipo pensante”.
Quedé atónito cuando supe que aquel jugador argentino que vino en una pésima época santista era un “tipo pensante”, que escribía y era funcionario del gobierno actual en su país. Leí de inmediato el texto de Morresi, donde concilia el tema de los desaparecidos políticos durante la dictadura con el futbol. El título (“30.000 voces”) significa 30.000 desaparecidos, ciudadanos que además de la política seguramente también participaron del futbol al menos como hinchas. Por eso dice:
“30.000 personas van a concurrir a la cancha. Los jugadores, al ir por el túnel, esperan encontrar un estadio repleto.
Cuando en el centro del campo los equipos levantan la vista para saludar a las hinchadas, notan que las tribunas están tenebrosamente vacías.
En ese momento recuerdan que hoy es 24 de marzo y se cumplen 20 años del Golpe Militar que institucionalizó el Terrorismo de Estado.
En la tribuna Sur, que alberga a miles de personas, faltan los hinchas de Boca y River que fueron secuestrados de sus domicilios o lugares de trabajo, alojados en Centros Clandestinos de detención y luego de varias sesiones de tortura, arrojados desde aviones al mar.
En la tribuna Norte, no se encuentran los hinchas de Racing e Independiente, que luego de pasar por el mismo calvario del secuestro y la tortura, fueron acribillados a balazos y sus cadáveres esparcidos en descampados.
En la tribuna Este no figuran los hinchas de Huracán y San Lorenzo, encontrados años después en fosas comunes. Exterminados de las formas más perversas.
En la Oeste, no están los de Rosario y Newells, que antes de matarlas, esperaron que parieran para quedarse con sus hijos como botín de guerra…”
Más adelante, al cierre, dice:
“En el estadio vació, el partido está por comenzar.
Los jugadores empiezan a sentir cómo baja, de las tribunas desiertas, el aliento de las hinchadas.
Son 30.000 voces que no paran de cantar”.
Luego de las dos páginas que mide esa crónica imaginaria de Morresi, la ficha biográfica dice lo que ya comenté sobre la trayectoria futbolística y política de Morresi, y remata: “Su hermano Norberto Julio, de 17 años, fue detenido el 23 de abril de 1976 por fuerzas conjuntas y permanece desaparecido”.
Las últimas dos líneas terminaron por agrandar mi sorpresa, y aquí es donde la realidad pulverizó a la fantasía. Explico. En 2004 escribí un cuento titulado “Cross al ángel rubio”. Se me ocurrió por una nota periodística que narra cómo un hombre reconoció en la calle al represor Alfredo Astiz (“el ángel rubio de la muerte”) y, después de injuriarlo, lo derribó con un puñetazo. La idea era complicada, pero creo que la resolví bien y aquel cuento es uno de los pocos que no me disgustan del todo. Un mexicano viaja a la Argentina, entabla amistad con un tipo que también es escritor y lee mucho, es un intelectual especializado en la literatura de la época negra en la que los militares argentinos hicieron de las suyas (1976-1983). Poco a poco, gracias a la correspondencia vía internet, el mexicano conoce muchos detalles de aquel régimen, su reinado de sangre. Su interlocutor argentino le narra que le interesa el tema porque su hermano fue secuestrado y desaparecido. Para añadir un detalle circunstancial, hice que los hermanos argentinos del cuento, que tenían diez años de diferencia, jugaran futbol en los parques antes de que al mayor lo secuestraran: “Salió de casa aquella mañana y prometió llevarme a la tarde con él para jugar fútbol (así escribía futbol, con una ‘u’ larga y arrastrada por la tilde, fúúútbol, y no aguda como nosotros), para patear algunos penales en el parque, para enseñarme secretos de gambetas, caños y cabeceos”. Recuerdo que dudé un poco al incluir el tema del futbol, que tal vez no se vería muy lógico que un joven universitario y militante jugara fut con su hermano menor, pero así lo dejé. Unos años después, leo el caso de Morresi, el secuestro que sufrió su hermano mayor y el hecho de que también jugara al fut.
Cuando terminé “Cross al ángel rubio” (Ojos en la sombra, UAdeC, 2008, reeditado por el Conaculta en 2015) pensé que su tema, su trama y su tono podían parecer inverosímiles, casi increíbles. Al saber la historia de Claudio Morresi, el ex jugador del Santos Laguna, noto que me quedé corto, que la realidad muchas veces golea y no necesita de ninguna fantasía para dejarnos sin habla.