Una de las añejas tradiciones de la política mexicana es la que aquí me atrevería a denominar con un empréstito de la radiofonía: la hora de las complacencias. Dicha costumbre consiste en agrupar a la población en secciones que luego desfilan, pediche bloque tras pediche bloque, frente a los candidatos. En Durango están en eso. Ignoro qué pidan los ganaderos, los comerciantes, los deportistas, los ancianos, las minorías sexuales, el clero, los estudiantes. Ignoro eso y también ignoro qué piden los artistas, pues sólo una vez asistí a una reunión de ese tipo y confieso que me pareció una penosa feria de solicitudes, una especie de carta a Santoclós redactada por niños que ya no creen en Santoclós. En fin.
Recién me han invitado a dos reuniones para el área de Durango, estado que vive hoy en efervescencia electoral (es un decir, pues los ciudadanos están, más bien, acuartelados en sus casas, ya sabemos por qué). Si le preguntan a mi yo recóndito, no quiero ir a ninguna. Si le preguntan a mi yo menos rejego, creo que tengo curiosidad por ver qué tanto queremos los creadores para Gómez Palacio, qué tanto ponen atención los candidatos y, sobre todo, qué tanto cumplen más adelante quienes se supone están hoy en plan de prometer el cielo, la luna y el mar (por cierto, el bolero “Tres regalos” es obra del gomezpalatino Güicho Cisneros).
Ahora bien, si no puedo hacerme presente, desde aquí insistiría en dos peticiones que de alguna manera han estado en la mesa desde hace buena cantidad de meses. La primera es muy importante, pudiera afirmarse que fundamental para Gómez Palacio y Lerdo: es la creación de espacios culturales, o un megaespacio cultural, en el noroeste de la ciudad. En una columna no muy remota comenté que algunos gomezpalatinos sopeamos sin mayor hondura la posibilidad de que el gobernador saliente comenzara, al menos comenzara, a vislumbrar el desarrollo de un complejo cultural que al fin abriera una opción de talleres a la numerosísima población que vive, digamos, en el entorno de la colonia Chapala y varias más. La idea no es añadir una bibliotequita a una escuela o abrir un taller de lo que sea en un local del DIF, sino construir un centro cultural con toda la mano, un espacio que no sólo permita el acceso de niños, jóvenes y adultos a muchas actividades culturales, sino que además sea un orgullo para la gente que toda su vida ha carecido de lo elemental en materia artística.
¿Es muy difícil que los candidatos de Durango entiendan esta urgencia? No tengo duda acerca del responsable directo, aunque no el único, de esta iniciativa, dado el caudillismo que todavía padecemos: es el gobernador quien puede emprender una obra de tales dimensiones, el gobernador que ya casi ha dejado de ser Ismael Hernández Deras y que ahora desean ser otros personajes. En cuánto a Ismael, sus cuentas son magras en casi todos los rubros, y más en el cultural, y más todavía en el cultural relacionado con Gómez Palacio, pues su sexenio pasó y en los hechos no creció un adarme la infraestructura cultural de la ciudad. Más: ya vamos para varias décadas sin crecimiento en tal sentido, como si la población no demandara ese servicio, como si los bienes culturales no fueran necesarios para una sociedad, como si no viviéramos un tiempo crudelísimo que puede ser paliado con trabajo artístico encaminado principalmente a los niños y a los jóvenes.
Otra inquietud muy importante y hasta ahora poco visible es la de establecer una representación de las instancias culturales del gobierno estatal en La Laguna de Durango, un poco en el esquema de lo que se da en La Laguna de Coahuila. Hasta ahora, lo sabemos, Gómez Palacio, Lerdo, Mapimí y Tlahualilo operan casi al margen de lo que se decide en la capital de la entidad. El centralismo no sólo añade el lastre de la burocratización, sino el de la parálisis, pues a las autoridades culturales de la capital política suele importarles un pepino lo que se haga o deje de hacer en los municipios. Así entonces, y dado que La Laguna de Durango ya merece un poco más de atención, es pertinente discutir la pertinencia de una representación como la que en varias ocasiones ha planteado Joel de Santiago.
En suma, son muchas las necesidades y quizá poca la voluntad de desahogarlas. Es buena oportunidad para que las futuras autoridades de Durango sepan que La Laguna ya no merece olvido, sino atención urgente, primeros auxilios culturales. Que hagan válido lo que prometen en la hora de las complacencias.
Recién me han invitado a dos reuniones para el área de Durango, estado que vive hoy en efervescencia electoral (es un decir, pues los ciudadanos están, más bien, acuartelados en sus casas, ya sabemos por qué). Si le preguntan a mi yo recóndito, no quiero ir a ninguna. Si le preguntan a mi yo menos rejego, creo que tengo curiosidad por ver qué tanto queremos los creadores para Gómez Palacio, qué tanto ponen atención los candidatos y, sobre todo, qué tanto cumplen más adelante quienes se supone están hoy en plan de prometer el cielo, la luna y el mar (por cierto, el bolero “Tres regalos” es obra del gomezpalatino Güicho Cisneros).
Ahora bien, si no puedo hacerme presente, desde aquí insistiría en dos peticiones que de alguna manera han estado en la mesa desde hace buena cantidad de meses. La primera es muy importante, pudiera afirmarse que fundamental para Gómez Palacio y Lerdo: es la creación de espacios culturales, o un megaespacio cultural, en el noroeste de la ciudad. En una columna no muy remota comenté que algunos gomezpalatinos sopeamos sin mayor hondura la posibilidad de que el gobernador saliente comenzara, al menos comenzara, a vislumbrar el desarrollo de un complejo cultural que al fin abriera una opción de talleres a la numerosísima población que vive, digamos, en el entorno de la colonia Chapala y varias más. La idea no es añadir una bibliotequita a una escuela o abrir un taller de lo que sea en un local del DIF, sino construir un centro cultural con toda la mano, un espacio que no sólo permita el acceso de niños, jóvenes y adultos a muchas actividades culturales, sino que además sea un orgullo para la gente que toda su vida ha carecido de lo elemental en materia artística.
¿Es muy difícil que los candidatos de Durango entiendan esta urgencia? No tengo duda acerca del responsable directo, aunque no el único, de esta iniciativa, dado el caudillismo que todavía padecemos: es el gobernador quien puede emprender una obra de tales dimensiones, el gobernador que ya casi ha dejado de ser Ismael Hernández Deras y que ahora desean ser otros personajes. En cuánto a Ismael, sus cuentas son magras en casi todos los rubros, y más en el cultural, y más todavía en el cultural relacionado con Gómez Palacio, pues su sexenio pasó y en los hechos no creció un adarme la infraestructura cultural de la ciudad. Más: ya vamos para varias décadas sin crecimiento en tal sentido, como si la población no demandara ese servicio, como si los bienes culturales no fueran necesarios para una sociedad, como si no viviéramos un tiempo crudelísimo que puede ser paliado con trabajo artístico encaminado principalmente a los niños y a los jóvenes.
Otra inquietud muy importante y hasta ahora poco visible es la de establecer una representación de las instancias culturales del gobierno estatal en La Laguna de Durango, un poco en el esquema de lo que se da en La Laguna de Coahuila. Hasta ahora, lo sabemos, Gómez Palacio, Lerdo, Mapimí y Tlahualilo operan casi al margen de lo que se decide en la capital de la entidad. El centralismo no sólo añade el lastre de la burocratización, sino el de la parálisis, pues a las autoridades culturales de la capital política suele importarles un pepino lo que se haga o deje de hacer en los municipios. Así entonces, y dado que La Laguna de Durango ya merece un poco más de atención, es pertinente discutir la pertinencia de una representación como la que en varias ocasiones ha planteado Joel de Santiago.
En suma, son muchas las necesidades y quizá poca la voluntad de desahogarlas. Es buena oportunidad para que las futuras autoridades de Durango sepan que La Laguna ya no merece olvido, sino atención urgente, primeros auxilios culturales. Que hagan válido lo que prometen en la hora de las complacencias.