jueves, marzo 29, 2007
Vuelta al blog
Estuve sobreocupado (también sobrepreocupado) un par de semanas, por eso no pude alimentar este blog. Estoy de regreso, pero ya preveo que las vacaciones me volverán a distanciar un poco. Ojalá y no. Ya veremos.
En la burbuja
Sus feroces detractores han reconocido (eso es muy útil en horas electorales despejadas) que AMLO vive, que pese a todos sus despropósitos el tabasqueño conserva un capital político digno de reconocimiento, lo que sin duda comprueba que es un líder obstinado. Lo extraño es que, para muchos, para millones, el populista de Macuspana nunca estuvo muerto, sólo cayó en el bache natural luego de la refriega a la que fue sometido en 2006, lo que aunado al hoyo negro mediático en el que lo enclaustraron dio la impresión de que había sido, por fin, exterminado. Pero no, el Peje vive y seguirá siendo un peligro para México (el PAN dixit) durante un rato más.
Mientras eso ocurre en un lado de la todavía polarizada cancha izquierda, en el costado opuesto el presidente de las manos limpias no puede contener a la armagedónica profesora Gordillo ni, menos, a la violencia narca que Fox convirtió en una industria sin chimeneas (pero sí con cuernos de chivo) humeantes. Tampoco ha podido evitar, pese a la sostenida y tenaz campaña de posicionamiento que, sobre todo desde la tv, le han montado para pararlo como presidente incuestionable. Desde que el famoso 0.5 por ciento le dio el “triunfo”, desde que calzó la banda presidencial en aquel San Lázaro anticonstitucionalmente militarizado, al michoacano lo persiguen las sombras de la acusación, de la rechifla, del grito hiriente que recuerda su adulterada condición de presidente encaramado en la primera magistratura del país a golpe de martillo sobre el Yunque.
Si todos los actos públicos son cuidados por el Estado Mayor para inflarle a Calderón una burbuja esterilizada en donde no se cuele la menor bacteria opositora, es por demás revelador que no se pueda contra lo que no se puede: impedir que el “presidente” goce de actos públicos impecables, ajenos por completo al testarudo recordatorio de su chuecura. El martes, para no ir lejos, el Auditorio Nacional fue engalanado con la presencia de diez mil jóvenes becados por Telmex. Estaba allí, claro, el rey de la limosna Carlos Slim, y cuando habló el cuñado de Hildebrando no faltaron los gritos juveniles que lo hostilizaron: “¡Espurio!”, “¡Ya cállate!”, “¡Pelele!”, “¡Buuuu, buuuu!”. Otros gritos, por supuesto, arroparon al hombre de Los Pinos, pero la persistencia de la adversidad y del bochorno lo acechan delante de cualquier tribuna.
Por supuesto, no es el abucheo en sí mismo lo que importa, sino la debilidad que exhibe al exterior. No caerá como presidente impuesto, pero quienes lo tienen secuestrado (la Gordillo más que nadie) aprovecharán su techo de cristal para apedrearlo en caso de que no afloje cuotas.
Mientras eso ocurre en un lado de la todavía polarizada cancha izquierda, en el costado opuesto el presidente de las manos limpias no puede contener a la armagedónica profesora Gordillo ni, menos, a la violencia narca que Fox convirtió en una industria sin chimeneas (pero sí con cuernos de chivo) humeantes. Tampoco ha podido evitar, pese a la sostenida y tenaz campaña de posicionamiento que, sobre todo desde la tv, le han montado para pararlo como presidente incuestionable. Desde que el famoso 0.5 por ciento le dio el “triunfo”, desde que calzó la banda presidencial en aquel San Lázaro anticonstitucionalmente militarizado, al michoacano lo persiguen las sombras de la acusación, de la rechifla, del grito hiriente que recuerda su adulterada condición de presidente encaramado en la primera magistratura del país a golpe de martillo sobre el Yunque.
Si todos los actos públicos son cuidados por el Estado Mayor para inflarle a Calderón una burbuja esterilizada en donde no se cuele la menor bacteria opositora, es por demás revelador que no se pueda contra lo que no se puede: impedir que el “presidente” goce de actos públicos impecables, ajenos por completo al testarudo recordatorio de su chuecura. El martes, para no ir lejos, el Auditorio Nacional fue engalanado con la presencia de diez mil jóvenes becados por Telmex. Estaba allí, claro, el rey de la limosna Carlos Slim, y cuando habló el cuñado de Hildebrando no faltaron los gritos juveniles que lo hostilizaron: “¡Espurio!”, “¡Ya cállate!”, “¡Pelele!”, “¡Buuuu, buuuu!”. Otros gritos, por supuesto, arroparon al hombre de Los Pinos, pero la persistencia de la adversidad y del bochorno lo acechan delante de cualquier tribuna.
Por supuesto, no es el abucheo en sí mismo lo que importa, sino la debilidad que exhibe al exterior. No caerá como presidente impuesto, pero quienes lo tienen secuestrado (la Gordillo más que nadie) aprovecharán su techo de cristal para apedrearlo en caso de que no afloje cuotas.
Gran música en La Laguna
Sin notarlo casi, La Laguna se ha ido llenando de oportunidades para acceder por diferentes medios a la música culta. Es un gusto y, dado que hace quince años no ocurría algo similar, no deja de enorgullecer este bienvenido fenómeno cultural. No somos Viena ni Londres ni Nueva York ni Moscú, pero ya comenzamos a asomarnos, como región, al saludable espacio de una expresión artística que sin duda nos pone, así sea de manera incipiente, en el camino de la música más exigente y con mayor potencia sensibilizadora.
Cito algunas manifestaciones. El viernes 16 se presentó en el Teatro Nazas, acompañado por nuestra benemérita Camerata, el joven pianista ucraniano Alexander Gabryluyk, un auténtico portento de la interpretación. Organizado por el Tec de Monterrey Campus Laguna mediante el Departamento de Asuntos Estudiantiles que encabeza la doctora Gabriela Ramos Clamont, el concierto alcanzó encomiables grados de excelencia. Su cierre, en el que Gabryluyk ejecutó solo la Marcha nupcial, fue un clímax cuya perfecta esplendidez maravilló al público. Pocos días después me llevé la gratísima de escuchar, gracias a Radio Torreón, el concierto mencionado en una grabación más que decorosa, tan buena que parecía totalmente profesional. Eso le añade un plus invaluable a nuestras actividades musicales, dado que las personas que se ven imposibilitadas para asistir a los conciertos pueden acceder a ellos gracias a la radiodifusora del municipio. Perfecto.
A tales presentaciones en vivo hay que sumar, no con menor mérito, el trabajo que muchos profesionales están haciendo para difundir este arte entre los laguneros. Ahora recuerdo el delicioso CD lanzado por el Ensamble Tempo difficile, cuyos integrantes (Mariana Chabukiani, Marina Gorbenko, Joseph Gamiladshvili y Joel de Santiago) unieron sus talentos para interpretar Bohemia, música nocturna, una serie de piezas populares con acento clásico.
Más reciente, y como ya lo reseñó con justicia y oportunidad Saúl Rosales, Uliana Akátova y Natalia Riazánova, “rusas radicadas en Torreón”, editaron un disco compacto que debemos escuchar. Contiene temas de Franck, Turina, Albéniz y Schedrín, un recorrido musical grabado aquí, estimable por eso y más por la valía de las interpretaciones que alberga.
Hace poco dije que el maestro Jorge Paulín estaba haciendo un trabajo de rescate que merece ser apoyado. Lo mismo opino sobre el proyecto periodístico de la revista Intermezzo, sobre las clases de música clásica en el Colegio Cervantes y, en general, sobre todo aquello que nos acerque a esa expresión artística secular. Alegra que esto ya suceda en nuestra comarca.
Cito algunas manifestaciones. El viernes 16 se presentó en el Teatro Nazas, acompañado por nuestra benemérita Camerata, el joven pianista ucraniano Alexander Gabryluyk, un auténtico portento de la interpretación. Organizado por el Tec de Monterrey Campus Laguna mediante el Departamento de Asuntos Estudiantiles que encabeza la doctora Gabriela Ramos Clamont, el concierto alcanzó encomiables grados de excelencia. Su cierre, en el que Gabryluyk ejecutó solo la Marcha nupcial, fue un clímax cuya perfecta esplendidez maravilló al público. Pocos días después me llevé la gratísima de escuchar, gracias a Radio Torreón, el concierto mencionado en una grabación más que decorosa, tan buena que parecía totalmente profesional. Eso le añade un plus invaluable a nuestras actividades musicales, dado que las personas que se ven imposibilitadas para asistir a los conciertos pueden acceder a ellos gracias a la radiodifusora del municipio. Perfecto.
A tales presentaciones en vivo hay que sumar, no con menor mérito, el trabajo que muchos profesionales están haciendo para difundir este arte entre los laguneros. Ahora recuerdo el delicioso CD lanzado por el Ensamble Tempo difficile, cuyos integrantes (Mariana Chabukiani, Marina Gorbenko, Joseph Gamiladshvili y Joel de Santiago) unieron sus talentos para interpretar Bohemia, música nocturna, una serie de piezas populares con acento clásico.
Más reciente, y como ya lo reseñó con justicia y oportunidad Saúl Rosales, Uliana Akátova y Natalia Riazánova, “rusas radicadas en Torreón”, editaron un disco compacto que debemos escuchar. Contiene temas de Franck, Turina, Albéniz y Schedrín, un recorrido musical grabado aquí, estimable por eso y más por la valía de las interpretaciones que alberga.
Hace poco dije que el maestro Jorge Paulín estaba haciendo un trabajo de rescate que merece ser apoyado. Lo mismo opino sobre el proyecto periodístico de la revista Intermezzo, sobre las clases de música clásica en el Colegio Cervantes y, en general, sobre todo aquello que nos acerque a esa expresión artística secular. Alegra que esto ya suceda en nuestra comarca.
Treinta años sin Walsh
El poder expresivo de Borges, el mejor de todos entre todos, ha monopolizado el bien ganado prestigio de la literatura argentina. Junto a él, sólo Arlt, Cortázar y otros pocos: Sabato, Mujica Lainez, Piglia, Tomás Eloy Martínez, Guillermo Saccomanno. Hay además, a mi juicio, dos escritores argentinos fundamentales que en México son apenas conocidos: Oswaldo Soriano y Rodolfo Walsh. De Soriano, un genio rechoncho e imantado, me ocuparé en otro momento, porque aquí sólo quiero enfocar la figura volcánica del inmenso Walsh, escritor y periodista de una sola pieza que por ello, por su congruencia intelectual y política, murió el 25 de marzo de 1977, hoy hace treinta años.
Cualquier ficha biobibliográfica lo delinea más o menos así: “Rodolfo J. Walsh nació en 1927 en la localidad de Choele-Choel, provincia de Río Negro. Fue escritor, periodista, traductor y asesor de colecciones. Su obra recorre especialmente el género policial, periodístico y testimonial, con celebradas obras como Operación Masacre y Quién mató a Rosendo. Walsh es para muchos el paradigmático producto de una tensión resuelta: la establecida entre el intelectual y la política, la ficción y el compromiso revolucionario. El 25 de marzo de 1977 un pelotón especializado emboscó a Rodolfo Walsh en calles de Buenos Aires con el objetivo de aprehenderlo vivo. Walsh, militante revolucionario, se resistió, hirió y fue herido a su vez de muerte. Su cuerpo nunca apareció. El día anterior había escrito lo que sería su última palabra pública: la Carta abierta a la Junta Militar".
No tengo añales en convivencia con la obra de Walsh, sino apenas un lustro. Son, sin embargo, años decisivos en mi formación, y esto contradice a los que hablan sobre la imposibilidad de los aprendizajes tardíos. Lo primero que de él pude leer fue, en una antología de relato policial argentino, su cuento “La aventura de las pruebas de imprenta”, obrita maestra del género negro latinoamericano. Desde ese momento supe que estaba ante la presencia de un básico, de un escritor que se ubica varios peldaños más arriba del común. Lamentablemente, poco o nada pude conseguir de él en mi entorno libresco, así que en 2004, cuando por primera vez viajé a Buenos Aires, compré varios títulos de su producción, entre ellos su obra maestra, Operación Masacre (1957), “non-fiction novel” en la que Walsh inaugura en AL esa forma literaria que pocos años después, en el 66, haría célebre en EUA a Truman Capote con A sangre fría.
Han sido, para mí, libros enriquecedores, placenteros, difíciles, conmovedores, estimulantes todos los de Rodolfo Walsh. Todos: sus Variaciones en rojo, sus Cuentos para tahúres, El violento oficio de escribir, donde he leído la mejor crónica jamás escrita, “La isla de los resucitados”, joya del periodismo testimonial que narra la visita de Walsh al leprosario de la Isla del Cerrito (“El pabellón de imposibilitados [cuarenta hombres y mujeres] era realmente lo peor, la desgracia sin atenuantes, la carne del hombre sometida a una lenta explosión, que arranca acá una mano y allá un pie y termina rodeándose de fealdad, ceguera, desesperanza, locura. Por más que uno haga, es difícil aceptar el mal gratuito en su formidable aparición. Uno se pregunta qué espíritu ordenador pudo planear —permitir— una cosa como ésta”).
Durante la dictadura, Walsh dirigió a los milicos un documento señero de la valentía política: “Carta abierta a la Junta Militar”. El 25 de marzo del 77 lo atacaron y él se defendió con su modesta calibre 22; murió por los tiros recibidos. Los militares están hoy rodeados de ignominia; en cambio, maravillosamente, Walsh permanece, luce idéntico, vertical, de una sola pieza, como si fuera un chamaco. Convido a que lo leamos. Es uno de nuestros imprescindibles.
Justicia en brumas
El jueves 22 en la noche recordé que el 23 de marzo de hace trece años mataron a Colosio. No sé si revisé bien La Opinión, pero creo que ayer sólo dos espacios le dedicaron un puñado de palabras. López Dóriga y Cortés Camarillo, curiosamente dos hombres hechos en la televisión, escribieron sendas columnas sobre la efemérides luctuosa. Nuevamente, como me ocurre año tras año desde aquel 94 de pavorosa memoria, reitero en mí que en nuestro país la procuración de justicia, el esclarecimiento de los crímenes (grandes o chicos), es una entelequia a la que nos hemos acostumbrado como quien se acostumbra a unos lentes o a unos kilitos de más, si meter mucho las manos, sin hacer tangos llorones.
Recuerdo la coyuntura de ese mes, de ese año, con muy pasable fidelidad. Las circunstancias que rodearon al candidato del PRI, el surgimiento del EZLN, los movimientos de Camacho Solís, los pasos de Salinas y la ebullición de una olla electoral infecta por la violencia fueron recontados ayer por López Dóriga en este diario, y Cortés Camarillo llegó a una conclusión que sintetiza lo que siempre he creído y él expresa con transparencia: “Si a partir de los temblores de 1985 los mexicanos descubrimos que podíamos mandarnos solos, a partir del 24 de marzo de 1994 nos dimos cuenta que el verdadero poder es la incertidumbre”.
En efecto, el caso Colosio es el parteaguas en el que se fortaleció la negra noche de la incertidumbre en la que habitamos. Si de aquel magnicidio no tenemos una sola certeza verdaderamente confiable (ya no hay escena del crimen, no se sabe si el Aburto entambado es el Aburto que a su vez fue el dizque asesino solitario, “ignoramos” quién fue el autor intelectual, etcétera), lo que vino después no está a la zaga: todo lo que de gravedad ocurre en México se queda en el limbo de “las líneas de investigaciones” y los “fiscales especiales”, todo se enmaraña a tal grado que los delitos se extravían en eternos laberintos explicativos, nunca hay culpables y cuando los hay huelen demasiado a chivos expiatorios. Si revisamos a salto de mata algunos casos, veremos que la impartición de justicia en el Estado mexicano no opera con los ojos vendados y una balanza, sino con la clara intención de borrar, de distraer, de enredar.
Allí están, nomás como sumario apurado de crímenes sin solución posible, el magnicidio contra Colosio, el atentado contra Ruiz Massieu, la muerte del cardenal Posadas y, más cerca, el autoatentado de Murat, la pillería de Mario Marín, las elecciones del 2 de julio y un largo etcétera. En el principio fue Colosio, pero ya nos habituamos, de tanto convivir con ella, a la incertidumbre.
Recuerdo la coyuntura de ese mes, de ese año, con muy pasable fidelidad. Las circunstancias que rodearon al candidato del PRI, el surgimiento del EZLN, los movimientos de Camacho Solís, los pasos de Salinas y la ebullición de una olla electoral infecta por la violencia fueron recontados ayer por López Dóriga en este diario, y Cortés Camarillo llegó a una conclusión que sintetiza lo que siempre he creído y él expresa con transparencia: “Si a partir de los temblores de 1985 los mexicanos descubrimos que podíamos mandarnos solos, a partir del 24 de marzo de 1994 nos dimos cuenta que el verdadero poder es la incertidumbre”.
En efecto, el caso Colosio es el parteaguas en el que se fortaleció la negra noche de la incertidumbre en la que habitamos. Si de aquel magnicidio no tenemos una sola certeza verdaderamente confiable (ya no hay escena del crimen, no se sabe si el Aburto entambado es el Aburto que a su vez fue el dizque asesino solitario, “ignoramos” quién fue el autor intelectual, etcétera), lo que vino después no está a la zaga: todo lo que de gravedad ocurre en México se queda en el limbo de “las líneas de investigaciones” y los “fiscales especiales”, todo se enmaraña a tal grado que los delitos se extravían en eternos laberintos explicativos, nunca hay culpables y cuando los hay huelen demasiado a chivos expiatorios. Si revisamos a salto de mata algunos casos, veremos que la impartición de justicia en el Estado mexicano no opera con los ojos vendados y una balanza, sino con la clara intención de borrar, de distraer, de enredar.
Allí están, nomás como sumario apurado de crímenes sin solución posible, el magnicidio contra Colosio, el atentado contra Ruiz Massieu, la muerte del cardenal Posadas y, más cerca, el autoatentado de Murat, la pillería de Mario Marín, las elecciones del 2 de julio y un largo etcétera. En el principio fue Colosio, pero ya nos habituamos, de tanto convivir con ella, a la incertidumbre.
Futurismo desbocado
Ya no hay gobierno, sólo seres virtuales con algún cargo público usado como resorte para obtener algo en el futuro, muy en el futuro. Nomás ayer, para no ir tan lejos, vi tres referencias futuristas en La Opinión. Las ennumero: en la “de ocho” se afirma que “Aplaude a Ebrard el gobierno de Calderón”. Luego, en la pagina dos, la columna de López Dóriga y, por último, en la página tres, un flashazo de Templete. En las tres palpita, explícita o implícitamente, el sapo venenoso de la política anticipatoria que tan poco beneficia al país, pues no es lo mismo tener servidores públicos que eternos anheladores de huesos hipotéticos.
Los tres ejemplos realmente son pocos entre los miles que hierven sobre el mapa de México. No hay, en los hechos, polaco mexicano que tenga la cabeza puesta en su curul, en si secretaría, en su gubernatura, es decir, en lo que le pagan con tan pingüe billetiza, siempre por encima de lo que en verdad merece. En el caso de las tres referencias que resalto, hay futurismo porque al cundir la certeza de que Ebrard ya trabaja por la grande, sus enemigos del gobierno federal le dedican un envidiable piropo divisorio: en la medida en la que el calderonismo elogie al carnal Marcelo (y este es buen momento para hacerlo; ya después, cuando se requiera, lo acusarán de salinista), en esa medida se precipita el choque del nuevo jefe del DF contra el ex peje de gobierno. Siempre es mejor un prófugo del salinismo que un mesías tropical.
López Dóriga, por su parte, adelanta rasgos de la refriega sin cuartel que libra el gobierno federal para quitarle el PAN y la sal al yunque voraz, todo con los ojos puestos en la disputa por la presidencia de la república ¡de 2012! Tenemos apenas cuatro meses de gobierno (no olvido que espúreo) y ya se mueve con feroz encono el agasajo de la sucesión. Por eso me atreví a decir alguna vez que México es un país en permanentes elecciones. Aquí el gobierno es sólo un pretexto, nunca un fin, siempre un medio, la manera más fácil de viajar al futuro con cargo al erario público.
La tercera referencia de ayer es la de Templete. En su párrafo final se afirma que el PRI (“aunque un poco fuera de tiempo”) ya maneja una lista de posibles candidatos para las diputaciones locales, y menciona nombres como los de Jorge Torres López y Salvador Hernández Vélez, ambos con carteras importantes en el actual gobierno estatal.
Regida por la bola de cristal, la política nuestra de cada día no habita en el presente, en los problemas del ciudadano, en el caos de la pobreza y la delincuencia. Somos pues rehenes de la ambición. El hueso es de quien lo trabaja.
Los tres ejemplos realmente son pocos entre los miles que hierven sobre el mapa de México. No hay, en los hechos, polaco mexicano que tenga la cabeza puesta en su curul, en si secretaría, en su gubernatura, es decir, en lo que le pagan con tan pingüe billetiza, siempre por encima de lo que en verdad merece. En el caso de las tres referencias que resalto, hay futurismo porque al cundir la certeza de que Ebrard ya trabaja por la grande, sus enemigos del gobierno federal le dedican un envidiable piropo divisorio: en la medida en la que el calderonismo elogie al carnal Marcelo (y este es buen momento para hacerlo; ya después, cuando se requiera, lo acusarán de salinista), en esa medida se precipita el choque del nuevo jefe del DF contra el ex peje de gobierno. Siempre es mejor un prófugo del salinismo que un mesías tropical.
López Dóriga, por su parte, adelanta rasgos de la refriega sin cuartel que libra el gobierno federal para quitarle el PAN y la sal al yunque voraz, todo con los ojos puestos en la disputa por la presidencia de la república ¡de 2012! Tenemos apenas cuatro meses de gobierno (no olvido que espúreo) y ya se mueve con feroz encono el agasajo de la sucesión. Por eso me atreví a decir alguna vez que México es un país en permanentes elecciones. Aquí el gobierno es sólo un pretexto, nunca un fin, siempre un medio, la manera más fácil de viajar al futuro con cargo al erario público.
La tercera referencia de ayer es la de Templete. En su párrafo final se afirma que el PRI (“aunque un poco fuera de tiempo”) ya maneja una lista de posibles candidatos para las diputaciones locales, y menciona nombres como los de Jorge Torres López y Salvador Hernández Vélez, ambos con carteras importantes en el actual gobierno estatal.
Regida por la bola de cristal, la política nuestra de cada día no habita en el presente, en los problemas del ciudadano, en el caos de la pobreza y la delincuencia. Somos pues rehenes de la ambición. El hueso es de quien lo trabaja.
JLM, suma erudición
Siempre asocié a José Luis Martínez con la suma erudición. Desde mi despertar a la lectura de crítica literaria, lo que ocurrió a mediados de los ochenta, las iniciales JLM fueron las de un santón, las de un hombre que había pasado revista a todo o casi todo lo literariamente escrito en nuestro país. Ayer, al llegar a la página 40 de La Opinión, me enteré de su deceso. Su partida era ya muy previsible: hace algunos meses me enteré que, por su edad, ya no hacía vida social y permanecía encerrado entre sus libros y sus ideas.
La nota consigna de manera sumaria lo que cabe en 89 años de vida entregada al pensamiento. Libros, función pública, diplomacia, periodismo. Nació, como Rulfo, en 1918 y en Jalisco. Estudió letras. Fue secretario particular de Torres Bodet en la SEP, director del INBA en un periodo rico en propuestas (del 65 al 70), embajador en Grecia, gerente de los Talleres Gráficos de la Nación y presidente de la Academia Mexicana de la Lengua. De todo ese largo hacer como hombre público destaca, al menos destaca para mí, su paso, del 77 al 82, por el FCE. En esos cinco años desempeñó una labor notable al frente de lo que era, es, la editorial más importante de México; mandó publicar, en ediciones facsimilares, la colección Revistas Literarias Mexicanas Modernas, un racimo amplísimo de tomos que almacenan, tal y como fueron concebidas, muchas de las mejores publicaciones culturales de nuestro país impresas en las primeras décadas del siglo XX.
A propósito de dicha colección, tuve la suerte de contraer una fiebre bibliomaniaca en los albores de los ochenta. Por aquellos años, cuando todo mi dinero era mío y no me lo quitaban como ahora mis despiadadas paqueñas, compré toda o casi toda la serie, los enormes tomos que el FCE ordenó para contento de quienes apreciamos el valor del periodismo cultural. Tengo todavía, entonces, Letras de México, Contemporáneos, Rueca, El hijo pródigo y tantas otras revistas fundamentales para entender la evolución del arte mexicano durante el siglo pasado, verdaderas minas de oro bibliográfico que JLM mandó imprimir con gran inteligencia.
La obra de JLM es asimismo rica en títulos escritos por su propia mano. Si biografía sobre Cortés, descomunal, es hasta donde sé una pieza de investigación exhaustiva, tan acabada que parece inmejorable. De JLM tengo como obra de cabecera, útil siempre para mis cursos sobre ensayo, los dos tomos de su antología El ensayo mexicano moderno cuya introducción es en sí misma una cátedra para entender los moldes y las posibilidades de la escritura crítica. Salud, pues, por la feraz y sólida trayectoria de don JLM.
La nota consigna de manera sumaria lo que cabe en 89 años de vida entregada al pensamiento. Libros, función pública, diplomacia, periodismo. Nació, como Rulfo, en 1918 y en Jalisco. Estudió letras. Fue secretario particular de Torres Bodet en la SEP, director del INBA en un periodo rico en propuestas (del 65 al 70), embajador en Grecia, gerente de los Talleres Gráficos de la Nación y presidente de la Academia Mexicana de la Lengua. De todo ese largo hacer como hombre público destaca, al menos destaca para mí, su paso, del 77 al 82, por el FCE. En esos cinco años desempeñó una labor notable al frente de lo que era, es, la editorial más importante de México; mandó publicar, en ediciones facsimilares, la colección Revistas Literarias Mexicanas Modernas, un racimo amplísimo de tomos que almacenan, tal y como fueron concebidas, muchas de las mejores publicaciones culturales de nuestro país impresas en las primeras décadas del siglo XX.
A propósito de dicha colección, tuve la suerte de contraer una fiebre bibliomaniaca en los albores de los ochenta. Por aquellos años, cuando todo mi dinero era mío y no me lo quitaban como ahora mis despiadadas paqueñas, compré toda o casi toda la serie, los enormes tomos que el FCE ordenó para contento de quienes apreciamos el valor del periodismo cultural. Tengo todavía, entonces, Letras de México, Contemporáneos, Rueca, El hijo pródigo y tantas otras revistas fundamentales para entender la evolución del arte mexicano durante el siglo pasado, verdaderas minas de oro bibliográfico que JLM mandó imprimir con gran inteligencia.
La obra de JLM es asimismo rica en títulos escritos por su propia mano. Si biografía sobre Cortés, descomunal, es hasta donde sé una pieza de investigación exhaustiva, tan acabada que parece inmejorable. De JLM tengo como obra de cabecera, útil siempre para mis cursos sobre ensayo, los dos tomos de su antología El ensayo mexicano moderno cuya introducción es en sí misma una cátedra para entender los moldes y las posibilidades de la escritura crítica. Salud, pues, por la feraz y sólida trayectoria de don JLM.
Arte en el terror
Los laguneros todavía podemos gozar de la exposición de grabados que ofrece el Museo Regional de La Laguna. Gracias a mi amigo Alejandro Reza he visto nacer esta propuesta e incluso he dado algunas ideas para lograr su mejor difusión y su mayor lucimiento. En un exceso de amabilidad, Alejandro me ha invitado a decir algunas palabras sobre los grabados y eso haré esta noche a las 8 de la noche en la sede del MRL, lo cual me da la oportunidad de enfatizar el valor de este inventario de preciosidades.
He dicho en una entrega anterior de esta columna que las obras presentadas tienen implícitos tres méritos que destaco en orden de importancia: el artístico, el histórico y el geográfico. En el primer caso, se trata de imágenes que con maestría impar captan una obra de arte, la sacan del lienzo o de la piedra (en el caso de las esculturas) para después volcarla mediante tinta en un papel. Se trata de reproducciones originales de los cuadros y las esculturas que albergaba en aquel momento la Galería de Florencia, obras que un grupo de franceses dibujaron y reprodujeron para deleite de sus suscriptores. Esto debo explicarlo con más claridad: a finales del siglo XVIII, el gusto por los viajes y el conocimiento de la alteridad ya estaba bien arraigado en Europa. Muchos franceses pudientes habían tenido la oportunidad de conocer otras naciones, y sin duda los museos de Italia provocaban fascinación a los visitantes. La falta de medios para “retratar” lo visto era frustrante; fuera del dibujo (en el que pocos eran expertos) no había forma de obtener imágenes de lo visto en otras latitudes. Así, los franceses de los que hablo tuvieron la idea de dibujar perfectamente las joyas de la Galería de Florencia para después grabarlas y venderlas bajo convenio de suscripción; de esa manera los interesados podían obtener una imagen fiel de cada obra florentina, algunas de las cuales atravesaron el Atlántico y, pasados dos siglos, están ahora en exposición y venta por razones de nuestro centenario y con fines altruistas, respectivamente.
El valor histórico, ya lo insinué, es alto: en La Laguna es infrecuente el ofrecimiento de obra con tal edad, máxime si se trata de productos con elevada calidad estética. Los grabados fueron elaborados entre 1780 y 1810, es decir, durante los años más efervescentes de la Francia del Terror, como los historiadores le llamaron al periodo en el cual la guillotina hizo de las suyas.
El tercer valor, el geográfico, está supuesto en lo que llevo dicho. Los invito a todos esta noche. Es a las 8 en el Museo Regional de La Laguna. Proyectaré imágenes. Espero verlos.
He dicho en una entrega anterior de esta columna que las obras presentadas tienen implícitos tres méritos que destaco en orden de importancia: el artístico, el histórico y el geográfico. En el primer caso, se trata de imágenes que con maestría impar captan una obra de arte, la sacan del lienzo o de la piedra (en el caso de las esculturas) para después volcarla mediante tinta en un papel. Se trata de reproducciones originales de los cuadros y las esculturas que albergaba en aquel momento la Galería de Florencia, obras que un grupo de franceses dibujaron y reprodujeron para deleite de sus suscriptores. Esto debo explicarlo con más claridad: a finales del siglo XVIII, el gusto por los viajes y el conocimiento de la alteridad ya estaba bien arraigado en Europa. Muchos franceses pudientes habían tenido la oportunidad de conocer otras naciones, y sin duda los museos de Italia provocaban fascinación a los visitantes. La falta de medios para “retratar” lo visto era frustrante; fuera del dibujo (en el que pocos eran expertos) no había forma de obtener imágenes de lo visto en otras latitudes. Así, los franceses de los que hablo tuvieron la idea de dibujar perfectamente las joyas de la Galería de Florencia para después grabarlas y venderlas bajo convenio de suscripción; de esa manera los interesados podían obtener una imagen fiel de cada obra florentina, algunas de las cuales atravesaron el Atlántico y, pasados dos siglos, están ahora en exposición y venta por razones de nuestro centenario y con fines altruistas, respectivamente.
El valor histórico, ya lo insinué, es alto: en La Laguna es infrecuente el ofrecimiento de obra con tal edad, máxime si se trata de productos con elevada calidad estética. Los grabados fueron elaborados entre 1780 y 1810, es decir, durante los años más efervescentes de la Francia del Terror, como los historiadores le llamaron al periodo en el cual la guillotina hizo de las suyas.
El tercer valor, el geográfico, está supuesto en lo que llevo dicho. Los invito a todos esta noche. Es a las 8 en el Museo Regional de La Laguna. Proyectaré imágenes. Espero verlos.
JEP aquí
José Emilio Pacheco, mejor conocido como JEP, estará hoy a las 12 del mediodía en el Teatro Nazas. Lo invita el Icocult. Ignoro a qué viene, pues hasta las 6:30 pm del viernes 16 no he visto ni un boletín que difunda lo que a mi parecer es un gran acontecimiento literario. Esto lo digo sin hipérbole. JEP es ya una institución de la cultura mexicana, un escritor cuya trayectoria lo ubica entre el selecto grupo de nuestros consagrados contemporáneos Rulfo, Arreola, Paz, Fuentes, Arredondo, Poniatowska y tantos otros.
Leo a JEP desde 1982, si mi memoria cada vez más traicionera no me engaña. El primer libro que de él pude insumir fue El principio del placer, editado por el legendario sello de Joaquín Mortiz en su serie Del volador. Recuerdo que fue una experiencia determinante en mi formación de escritor, pues en ese libro conocí a un cuentista que narraba tal y como yo soñaba hacerlo: con buena prosa, con imaginación, con encanto, con un sentido social sutilmente expresado. No olvido cuentos como “La fiesta brava” (el mejor del volumen) y “Tenga para que se entretenga”. Y de todo el libro, no sé por qué, la secuencia en la que el niño protagonista de “El principio del placer” se decepciona cuando ve a su luchador favorito en notable camaradería con un supuesto peleador rival.
De mis encuentros con la obra de JEP luego vinieron las novelas Morirás lejos y Las batallas en el desierto. Pasé, claro, por sus otros libros de cuento, La sangre de Medusa y El viento distante. Gozoso también fue leerlo semana tras semana en sus “inventarios” publicados por décadas enteras en Proceso, donde a su buena prosa se añade siempre una erudición que pasma sobre todo si pensamos que la suya era, es, una colaboración muy frecuente.
He dejado al último, aunque comencé a leerlo también a mediados de los ochenta, al JEP poeta, acaso el JEP que el mismo JEP ha de preferir. Yo, al menos, es al que recuerdo con mayor agradecimiento, pues en sus poemas encontré, y encuentro aún, la mirada de un hombre atento a nuestra circunstancia, sensible y asombrosamente crítico. Su poesía siempre me ha parecido ejemplar en tanto conciliadora de los dos extremos que sólo puede tocar el verdadero sabio: sencillez y hondura. Conseguí, sueltos, los delgados volúmenes de editorial Era, El reposo del fuego, Irás y no volverás…, pero fue hasta 1986 cuando, gracias al FCE, tuve acceso a Tarde o temprano, el volumen que hasta esa fecha reunió la obra poética completa de JEP. Es un libro sin fisuras, intensamente humano. Su autor, JEP, estará hoy aquí. Vayamos a verlo, a compartir su batalla en nuestro desierto.
Leo a JEP desde 1982, si mi memoria cada vez más traicionera no me engaña. El primer libro que de él pude insumir fue El principio del placer, editado por el legendario sello de Joaquín Mortiz en su serie Del volador. Recuerdo que fue una experiencia determinante en mi formación de escritor, pues en ese libro conocí a un cuentista que narraba tal y como yo soñaba hacerlo: con buena prosa, con imaginación, con encanto, con un sentido social sutilmente expresado. No olvido cuentos como “La fiesta brava” (el mejor del volumen) y “Tenga para que se entretenga”. Y de todo el libro, no sé por qué, la secuencia en la que el niño protagonista de “El principio del placer” se decepciona cuando ve a su luchador favorito en notable camaradería con un supuesto peleador rival.
De mis encuentros con la obra de JEP luego vinieron las novelas Morirás lejos y Las batallas en el desierto. Pasé, claro, por sus otros libros de cuento, La sangre de Medusa y El viento distante. Gozoso también fue leerlo semana tras semana en sus “inventarios” publicados por décadas enteras en Proceso, donde a su buena prosa se añade siempre una erudición que pasma sobre todo si pensamos que la suya era, es, una colaboración muy frecuente.
He dejado al último, aunque comencé a leerlo también a mediados de los ochenta, al JEP poeta, acaso el JEP que el mismo JEP ha de preferir. Yo, al menos, es al que recuerdo con mayor agradecimiento, pues en sus poemas encontré, y encuentro aún, la mirada de un hombre atento a nuestra circunstancia, sensible y asombrosamente crítico. Su poesía siempre me ha parecido ejemplar en tanto conciliadora de los dos extremos que sólo puede tocar el verdadero sabio: sencillez y hondura. Conseguí, sueltos, los delgados volúmenes de editorial Era, El reposo del fuego, Irás y no volverás…, pero fue hasta 1986 cuando, gracias al FCE, tuve acceso a Tarde o temprano, el volumen que hasta esa fecha reunió la obra poética completa de JEP. Es un libro sin fisuras, intensamente humano. Su autor, JEP, estará hoy aquí. Vayamos a verlo, a compartir su batalla en nuestro desierto.
Escaparate de Fox
¿Cuál es el propósito que se esconde tras el desmesurado activismo del ex presidente Fox? Como si no hubiera tenido suficiente con su sexenio, el guanajuatense anda de caravana por el mundo en plan de “conferencista”, y para dar fresca noticia de sus giras podemos acceder a la página web del Centro Fox (www.centrofox.org.mx), site catapultado al mundo nada menos que desde Rancho (sic, sin artículo “el”) San Cristóbal.
El Centro Fox es un espacio pantalla, casi un blog como el que puede armar cualquier hijo de vecino. Su meta no es reflexionar nada en serio, profundamente, sino mostrar la bitácora superficial de un sujeto que, por la vía internética, quiere mantener “informada” a la comunidad, decirle que no se ha ido, que sigue Vigente (Fox) y que es bien recibido en todas partes. Contra la tradición de fin de mandato y silencio ritual que tenían los antiguos presidentes (lo que Salinas hizo trizas en su momento), Fox se pavonea por el planeta y hasta se da el taco de afirmar que sus obviedades son “conferencias”.
La web se presenta como “Centro de Estudios, Biblioteca y Museo Vicente Fox Quesada”. Ya desde allí hay una broma siniestra: ¿Centro de Estudios? ¿Qué estudian? ¿Biblioteca? ¿Resguardan todos lo libros que ha leído el ex presidente? ¿Museo? ¿Qué exhiben, la sana imagen que tenía la democracia electoral hasta el 2 de julio de 2006? Todo, cada palabra esconde una vacilada, así que la cosa no va por el lado intelectual, sino por el rumbo de la grilla, del buscapiés.
Descartemos de entrada que Fox es tonto; parece, y sus frases grotescas ayudan a definirlo como tal, pero hay poco de ingenuidad en su proceder. Se dijo en su momento que, hundido el barco Creel, Fox tuvo que apostar sin remedio por Calderón. Decidido lo anterior, necesitaba que ganara indefectiblemente, pero al mismo tiempo dejarlo amarrado de manos, tenerlo a tiro de piedra. Se dijo, y puede ser cierto o al menos es una hipótesis razonable, que por eso enmierdó el proceso electoral, que por eso con desfachatez supina se dedicó a impregnarlo con aroma de fraude, de triunfo difuso, de victoria manchada y apenitas. A Fox le convino incluso el rapapolvo del Trife, la fama de intruso en las elecciones, lo que luego confirmó con su teoría del desquite. Eso, y su presencia en vidrieras internacionales, sirve al dedillo para atar de manos a Calderón, para señalarle que es un “presidente” balconeable como espúreo si se atreve a perseguir Bribiescas y a obstaculizar el plan 2012 enderezado por medio de Espino, Creel y Abascal. El Centro Fox es, por ello, un malévolo recordatorio, el peor de los escaparates posibles.
El Centro Fox es un espacio pantalla, casi un blog como el que puede armar cualquier hijo de vecino. Su meta no es reflexionar nada en serio, profundamente, sino mostrar la bitácora superficial de un sujeto que, por la vía internética, quiere mantener “informada” a la comunidad, decirle que no se ha ido, que sigue Vigente (Fox) y que es bien recibido en todas partes. Contra la tradición de fin de mandato y silencio ritual que tenían los antiguos presidentes (lo que Salinas hizo trizas en su momento), Fox se pavonea por el planeta y hasta se da el taco de afirmar que sus obviedades son “conferencias”.
La web se presenta como “Centro de Estudios, Biblioteca y Museo Vicente Fox Quesada”. Ya desde allí hay una broma siniestra: ¿Centro de Estudios? ¿Qué estudian? ¿Biblioteca? ¿Resguardan todos lo libros que ha leído el ex presidente? ¿Museo? ¿Qué exhiben, la sana imagen que tenía la democracia electoral hasta el 2 de julio de 2006? Todo, cada palabra esconde una vacilada, así que la cosa no va por el lado intelectual, sino por el rumbo de la grilla, del buscapiés.
Descartemos de entrada que Fox es tonto; parece, y sus frases grotescas ayudan a definirlo como tal, pero hay poco de ingenuidad en su proceder. Se dijo en su momento que, hundido el barco Creel, Fox tuvo que apostar sin remedio por Calderón. Decidido lo anterior, necesitaba que ganara indefectiblemente, pero al mismo tiempo dejarlo amarrado de manos, tenerlo a tiro de piedra. Se dijo, y puede ser cierto o al menos es una hipótesis razonable, que por eso enmierdó el proceso electoral, que por eso con desfachatez supina se dedicó a impregnarlo con aroma de fraude, de triunfo difuso, de victoria manchada y apenitas. A Fox le convino incluso el rapapolvo del Trife, la fama de intruso en las elecciones, lo que luego confirmó con su teoría del desquite. Eso, y su presencia en vidrieras internacionales, sirve al dedillo para atar de manos a Calderón, para señalarle que es un “presidente” balconeable como espúreo si se atreve a perseguir Bribiescas y a obstaculizar el plan 2012 enderezado por medio de Espino, Creel y Abascal. El Centro Fox es, por ello, un malévolo recordatorio, el peor de los escaparates posibles.
Demócratas patito
Vino el guarura del neoliberalismo mundial y la nota se nutrió con dos secuencias: la de los paseos turísticos de los presidentes que “ganaron” por un pelito y la de las manifestaciones de repudio desatadas, como dijo una reportera de Televisa, por “darketos y vándalos”. Debajo de ese par de extremos hay una discusión que se extiende no a lo largo y a lo ancho de Latinoamérica, sino del mundo entero, pues el problema de la mala distribución no sólo no ha sido resuelto por el venerable mercado, sino que se ahonda cada día más y genera hoyos negros al parecer insalvables.
Mientras pasa la visita nefasta del criminal de guerra texano, leo las palabras de los doctores Dagnino, Olvera y Panfichi en su libro La disputa por la construcción democrática en América Latina, recién publicado por el FCE-CESAS-UV. Es puntual lo que afirman estos investigadores: “lo cierto es que la decepción colectiva por el bajo rendimiento social de las democracias efectivamente existentes en América Latina, crea las condiciones para una posible aceptación popular de algún tipo de restitución autoritaria. De acuerdo con el Latinbarómetro (2003), más de la mitad de la población de América Latina estaría dispuesta a aceptar un régimen autoritario si ello resolviera sus necesidades económicas. El fracaso del neoliberalismo en términos de redistribución de la riqueza y la débil capacidad de inclusión política de los gobiernos democráticos vuelve frágiles a las democracias latinoamericanas”.
Sigue el repaso: “Partiendo de esta perspectiva normativa, O´Donnell plantea que sólo una ciudadanía integral (es decir, el acceso pleno a los derechos civiles, políticos y sociales) puede garantizar la existencia de una verdadera democracia. Mientras el acceso o disfrute de los derechos sea parcial o no exista para sectores amplios de la población, la democracia electoral será precaria y manipulable”.
Y: “Hay otro elemento que nos conduce a pensar que el modelo autoritario no está cancelado en el presente, sino sólo en receso. El autoritarismo político tuvo siempre como correlato cultural al autoritarismo social (Dagnino, 1994), es decir, la existencia de una cultura que legitima las diferencias sociales, que internaliza los códigos que jerarquizan a las clases y los grupos sociales y los organizan en categorías con base en su pertenencia de clase, raza, género, región y país. Este autoritarismo social, de larga presencia histórica en la cultura latinoamericana, no ha cambiado en lo sustancial en la actual ola democrática, y por tanto puede afirmarse que no se ha puesto fin al sustrato cultural principal del autoritarismo”.
Mientras pasa la visita nefasta del criminal de guerra texano, leo las palabras de los doctores Dagnino, Olvera y Panfichi en su libro La disputa por la construcción democrática en América Latina, recién publicado por el FCE-CESAS-UV. Es puntual lo que afirman estos investigadores: “lo cierto es que la decepción colectiva por el bajo rendimiento social de las democracias efectivamente existentes en América Latina, crea las condiciones para una posible aceptación popular de algún tipo de restitución autoritaria. De acuerdo con el Latinbarómetro (2003), más de la mitad de la población de América Latina estaría dispuesta a aceptar un régimen autoritario si ello resolviera sus necesidades económicas. El fracaso del neoliberalismo en términos de redistribución de la riqueza y la débil capacidad de inclusión política de los gobiernos democráticos vuelve frágiles a las democracias latinoamericanas”.
Sigue el repaso: “Partiendo de esta perspectiva normativa, O´Donnell plantea que sólo una ciudadanía integral (es decir, el acceso pleno a los derechos civiles, políticos y sociales) puede garantizar la existencia de una verdadera democracia. Mientras el acceso o disfrute de los derechos sea parcial o no exista para sectores amplios de la población, la democracia electoral será precaria y manipulable”.
Y: “Hay otro elemento que nos conduce a pensar que el modelo autoritario no está cancelado en el presente, sino sólo en receso. El autoritarismo político tuvo siempre como correlato cultural al autoritarismo social (Dagnino, 1994), es decir, la existencia de una cultura que legitima las diferencias sociales, que internaliza los códigos que jerarquizan a las clases y los grupos sociales y los organizan en categorías con base en su pertenencia de clase, raza, género, región y país. Este autoritarismo social, de larga presencia histórica en la cultura latinoamericana, no ha cambiado en lo sustancial en la actual ola democrática, y por tanto puede afirmarse que no se ha puesto fin al sustrato cultural principal del autoritarismo”.
Grabados de lujo
Cunde en la actual comarca lagunera, por suerte, una especie de boom del grabado. Esta semana, para no ir muy lejos, se inaugura en la UIA una retrospectiva de Alonso Licerio, el primer maestro de dicha disciplina en nuestra región. En este favorable caldo de cultivo se presenta, desde hace una semana y hasta el 8 de abril, la exposición “Cien grabados florentinos en los cien años de Torreón”, muestra que nos da una oportunidad única: la de convivir durante un mes con verdaderas obras de arte buriladas hace dos siglos en Europa.
No vacilo al afirmar que se trata de una exposición fuera de serie en el contexto local. Por la antigüedad, el origen y la belleza de las cien piezas exhibidas es indudable que en términos de arte ésta será una de las más ricas actividades organizadas para celebrar el centenario, por lo que merece una sonora felicitación el Museo Regional de La Laguna y, sobre todo, Alejandro Reza Heredia, heredero de una familia de coleccionistas que no sólo ha facilitado las obras, sino que ha querido ponerlas a la venta con un objetivo múltiple: que los laguneros admiren de cerca estas joyas del arte europeo, que los coleccionistas locales puedan hacerse de alguna(s) pieza(s) de su gusto y que la asociación civil Espíritu que Danza se allegue recursos necesarios para seguir atendiendo a cerca de 130 niños en situación de extrema vulnerabilidad.
No me parece baldío insistir en la valía de los grabados. No hablo de su valor en metálico, sino en el aprecio que podemos conferirle a cada pieza merced al impecable trabajo artístico depositado en cada placa. Los temas son diversos; predominan los grabados con motivos sacros, retratos, escenas de vida social y estampas sobre las dos antigüedades clásicas. Como solemos decir, ninguna de esas imágenes “tiene pierde”. Todas delatan el enorme perfeccionismo de quienes las trabajaron y la rotunda belleza que logra la mano del hombre cuando se ha educado con suma exigencia. Son, hay que añadir, piezas originales, imágenes que por su evidente hermosura, por su autenticidad y por su añeja data son una inversión, más que un gasto de quienes se interesen en comprarlas.
Alejandro Reza, experto en arte, me hace ver lo que se oculta a la mirada del observador no especializado: cada obra intentaba ser una especie de “fotografía”, de ahí el enorme detallismo impreso en cada imagen. Labores de esa índole son casi impensables en nuestra época, dado que hay una percepción distinta del tiempo y la paciencia a la hora de elaborar hoy un grabado. En resumen, una exposición espléndida. Vale la pena correr a verla y, si es posible, comprar algún grabado.
No vacilo al afirmar que se trata de una exposición fuera de serie en el contexto local. Por la antigüedad, el origen y la belleza de las cien piezas exhibidas es indudable que en términos de arte ésta será una de las más ricas actividades organizadas para celebrar el centenario, por lo que merece una sonora felicitación el Museo Regional de La Laguna y, sobre todo, Alejandro Reza Heredia, heredero de una familia de coleccionistas que no sólo ha facilitado las obras, sino que ha querido ponerlas a la venta con un objetivo múltiple: que los laguneros admiren de cerca estas joyas del arte europeo, que los coleccionistas locales puedan hacerse de alguna(s) pieza(s) de su gusto y que la asociación civil Espíritu que Danza se allegue recursos necesarios para seguir atendiendo a cerca de 130 niños en situación de extrema vulnerabilidad.
No me parece baldío insistir en la valía de los grabados. No hablo de su valor en metálico, sino en el aprecio que podemos conferirle a cada pieza merced al impecable trabajo artístico depositado en cada placa. Los temas son diversos; predominan los grabados con motivos sacros, retratos, escenas de vida social y estampas sobre las dos antigüedades clásicas. Como solemos decir, ninguna de esas imágenes “tiene pierde”. Todas delatan el enorme perfeccionismo de quienes las trabajaron y la rotunda belleza que logra la mano del hombre cuando se ha educado con suma exigencia. Son, hay que añadir, piezas originales, imágenes que por su evidente hermosura, por su autenticidad y por su añeja data son una inversión, más que un gasto de quienes se interesen en comprarlas.
Alejandro Reza, experto en arte, me hace ver lo que se oculta a la mirada del observador no especializado: cada obra intentaba ser una especie de “fotografía”, de ahí el enorme detallismo impreso en cada imagen. Labores de esa índole son casi impensables en nuestra época, dado que hay una percepción distinta del tiempo y la paciencia a la hora de elaborar hoy un grabado. En resumen, una exposición espléndida. Vale la pena correr a verla y, si es posible, comprar algún grabado.
sábado, marzo 10, 2007
Bush y Dal Masetto
El hombre que se encontrará con Calderón en Yucatán es el responsable de, al menos, tres mil soldados norteamericanos muertos y, sólo en 2006, más de 16 mil víctimas iraquíes. Nosotros, por lo general ajenos a genocidios de ese gran nivel, ignoramos la envergadura real de tamaños crímenes. Pero el escritor ítalo-argentino Antonio Dal Masetto, quien vivió de cerca los horrores de una dictadura, ha escrito un relato titulado “Recordar”, donde de una manera ilustrativa, casi tangible, nos pone en claro lo que significa liquidar a tantos seres humanos de un jalón. Por cuestiones de espacio, abrevio mucho su contenido y ahorro mi moraleja, el justificado odio que genera la presencia del texano en América Latina:
“Recuerdo cierta noche de verano de 1985 cuando en un bar del Bajo, desde otra mesa, alguien me pregunto: ‘¿Leyó el Nunca más?’. La voz pertenecía a un anciano que tenía un cuaderno abierto delante de él (…) Dijo: ‘Registran 8960 desaparecidos, hombres, mujeres y chicos, casi 9000, pero seguramente son muchos más y es probable que jamás se sepa la cantidad real’. Yo asentí. El anciano insistió. ‘¿Esa cifra le dice algo? ¿Sería capaz de imaginar 9000 pares de zapatos?’ ‘No, creo que no podría’, dije. El anciano se concentró un momento en su cuaderno y volvió a hablar. ‘¿Sería capaz de imaginar 9000 cuerpos?’ Dudé nuevamente, contesté: ‘Tal vez pueda imaginarse una concentración de 9000 personas vivas, en una plaza, en la calle, en una cancha de fútbol, pero no de otro modo’. Y el anciano: ‘Estuve haciendo algunos cálculos. Intenté pensar en 9000 cuerpos acostados en el suelo, uno a continuación del otro, la cabeza de uno contra los pies del siguiente. ¿Tiene idea de que distancia podrían llegar a cubrir?’ ‘No podría decirlo’, contesté. ‘Supongamos que colocamos el primer cuerpo justo en la entrada de la Casa de Gobierno a partir de los dos granaderos, y desde ahí hacia el oeste, todos los demás (…) ¿sabe adónde llegaríamos?’ ‘No lo sé’. ‘¿Quiere seguirme en el recorrido?’ Asentí. El anciano: ‘Avanzamos por la Plaza de Mayo, bordeamos el monumento a Belgrano (…) alcanzamos la Avenida de Mayo; y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿me sigue?’ ‘Lo sigo’ (…) ‘Cruzamos Segurola y ya estamos a la altura ocho mil quinientos (…) ¿me estuvo siguiendo?’ ‘Lo estuve siguiendo’. ‘Este trayecto y un larguísimo tramo más es lo que se podría cubrir con 9000 cuerpos’. A esta altura el anciano calló. Se sostuvo la cabeza con ambas manos, se dobló sobre la mesa y era como si realmente lo hubiese desecho el esfuerzo de esa caminata. Eso es lo que recuerdo de aquella noche”.
“Recuerdo cierta noche de verano de 1985 cuando en un bar del Bajo, desde otra mesa, alguien me pregunto: ‘¿Leyó el Nunca más?’. La voz pertenecía a un anciano que tenía un cuaderno abierto delante de él (…) Dijo: ‘Registran 8960 desaparecidos, hombres, mujeres y chicos, casi 9000, pero seguramente son muchos más y es probable que jamás se sepa la cantidad real’. Yo asentí. El anciano insistió. ‘¿Esa cifra le dice algo? ¿Sería capaz de imaginar 9000 pares de zapatos?’ ‘No, creo que no podría’, dije. El anciano se concentró un momento en su cuaderno y volvió a hablar. ‘¿Sería capaz de imaginar 9000 cuerpos?’ Dudé nuevamente, contesté: ‘Tal vez pueda imaginarse una concentración de 9000 personas vivas, en una plaza, en la calle, en una cancha de fútbol, pero no de otro modo’. Y el anciano: ‘Estuve haciendo algunos cálculos. Intenté pensar en 9000 cuerpos acostados en el suelo, uno a continuación del otro, la cabeza de uno contra los pies del siguiente. ¿Tiene idea de que distancia podrían llegar a cubrir?’ ‘No podría decirlo’, contesté. ‘Supongamos que colocamos el primer cuerpo justo en la entrada de la Casa de Gobierno a partir de los dos granaderos, y desde ahí hacia el oeste, todos los demás (…) ¿sabe adónde llegaríamos?’ ‘No lo sé’. ‘¿Quiere seguirme en el recorrido?’ Asentí. El anciano: ‘Avanzamos por la Plaza de Mayo, bordeamos el monumento a Belgrano (…) alcanzamos la Avenida de Mayo; y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿me sigue?’ ‘Lo sigo’ (…) ‘Cruzamos Segurola y ya estamos a la altura ocho mil quinientos (…) ¿me estuvo siguiendo?’ ‘Lo estuve siguiendo’. ‘Este trayecto y un larguísimo tramo más es lo que se podría cubrir con 9000 cuerpos’. A esta altura el anciano calló. Se sostuvo la cabeza con ambas manos, se dobló sobre la mesa y era como si realmente lo hubiese desecho el esfuerzo de esa caminata. Eso es lo que recuerdo de aquella noche”.
viernes, marzo 09, 2007
El “perdí” mágico
Me prometí en silencio una cuarentena, no salir por un buen rato de la literatura y sus adláteres, lo que más me gusta. El tóxico de la política, sin embargo, no permite alejarse demasiado, como si el circo nunca terminara de ofrecer disparates ad hoc. Fue un error, sin duda, lo que muchos simpatizantes de AMLO cometieron en la presentación de 2 de julio, libro de Carlos Tello sobre el famoso día homónimo. La idea de sabotear la presentación de una obra que se sabotea a sí misma es torpe, inoportuna, digna de desesperados e indigna de la izquierda. Tello y sus mentiras tienen pues todo derecho a deambular, así que flaca ayuda se le da al propósito de la verdad con berrinches organizados para impedir una simple presentación.
Digo que Tello se sabotea a sí mismo pues no ha logrado por ningún medio que el corazón de su libro lata y le dé vida al conjunto de sus afirmaciones. Puesto en boca de AMLO, el verbo “perdí” (que da nombre al capítulo toral del volumen) no es una poquedad. Si importara lo mismo quitarlo o dejarlo, el trabajo de Tello no se diferenciaría en nada de lo que muchos periodistas han afirmado en incuantificables medios y con todas las palabras posibles. La originalidad del libro de Tello radica, precisamente, en que añade a la polémica una supuesta afirmación del Peje, la emisión de una palabra que, si fue dicha, desarma casi por completo la acusación de fraude y el discurso de la (i)legitimidad.
He ahí, luego, que, como en todo libro de análisis y demostración, el de Tello tiene un punto de apoyo, un capítulo o una idea, o en este caso un verbito aparentemente modesto, que permite seguir adelante y articular el andamiaje expositivo. El “perdí” en boca de AMLO no es, por ello, una palabra más, el nombre de un capítulo que en el caso de esta obra podemos abstraer y continuar con la lectura, como si no pasara nada. Al contrario, tomarlo en cuenta, considerarlo lo que es, el corazón de este libro, nos lleva a dos callejones sin salida (para aquellos que dan por muerta la polarización abonada por la ultraderecha durante el periodo electoral). El callejón “A” ya lo sobrevolé: demostrar que AMLO dijo “perdí” la noche del 2 de julio es hacer de la lucha poselectoral una farsa, la megacomedia de un loco que a sabiendas de haber sido derrotado y contra toda lógica dirige a sus huestes hacia el precipicio, así como deslegitimar la apropiación de una supuesta legitimidad. El “B”, no demostrar que AMLO dijo eso, no sólo deja viva su cruzada, sino que refuerza la idea de que Tello es un vil amanuense. Hasta ahora, que yo sepa, el “perdí” no tiene documento que lo apoye.
Digo que Tello se sabotea a sí mismo pues no ha logrado por ningún medio que el corazón de su libro lata y le dé vida al conjunto de sus afirmaciones. Puesto en boca de AMLO, el verbo “perdí” (que da nombre al capítulo toral del volumen) no es una poquedad. Si importara lo mismo quitarlo o dejarlo, el trabajo de Tello no se diferenciaría en nada de lo que muchos periodistas han afirmado en incuantificables medios y con todas las palabras posibles. La originalidad del libro de Tello radica, precisamente, en que añade a la polémica una supuesta afirmación del Peje, la emisión de una palabra que, si fue dicha, desarma casi por completo la acusación de fraude y el discurso de la (i)legitimidad.
He ahí, luego, que, como en todo libro de análisis y demostración, el de Tello tiene un punto de apoyo, un capítulo o una idea, o en este caso un verbito aparentemente modesto, que permite seguir adelante y articular el andamiaje expositivo. El “perdí” en boca de AMLO no es, por ello, una palabra más, el nombre de un capítulo que en el caso de esta obra podemos abstraer y continuar con la lectura, como si no pasara nada. Al contrario, tomarlo en cuenta, considerarlo lo que es, el corazón de este libro, nos lleva a dos callejones sin salida (para aquellos que dan por muerta la polarización abonada por la ultraderecha durante el periodo electoral). El callejón “A” ya lo sobrevolé: demostrar que AMLO dijo “perdí” la noche del 2 de julio es hacer de la lucha poselectoral una farsa, la megacomedia de un loco que a sabiendas de haber sido derrotado y contra toda lógica dirige a sus huestes hacia el precipicio, así como deslegitimar la apropiación de una supuesta legitimidad. El “B”, no demostrar que AMLO dijo eso, no sólo deja viva su cruzada, sino que refuerza la idea de que Tello es un vil amanuense. Hasta ahora, que yo sepa, el “perdí” no tiene documento que lo apoye.
jueves, marzo 08, 2007
Talacha inútil
Hace poco más de un mes publiqué una entrega titulada “Merolico de libros”. Allí expuse, sintetizada, mi experiencia como presentador, la mala idea de dedicarme a comentar libros nuevos, lo que mataría de hambre a cualquiera si no tuviera otros ingresos. Cité a la colega Cristina Rivera Garza, quien escribió en alguna ocasión su parecer sobre el tema: “…un libro de 250 páginas implicaría el pago de cinco horas de lectura, una de redacción y una de preocupación. Si contemplamos un sueldo promedio de 500 pesos por hora, tendríamos entonces un honorario de $3,500.00 pesos”.
En un caso muy reciente, presenté el viernes pasado un libro de cuentos y mi salario fue de 600 pesotes. Los acepté, pero con la advertencia de que, mínimo, el trabajo profesional implicado ameritaba dos mil, si no es que un poco más. Me argumentaron que el tesorero había dispuesto el pago de 600, no más, y contrargüí que el tesorero no sabe nada de esto, que por cinco o seis horas de trabajo literario (lo que me costó preparar la presentación del viernes) un pediatra, un dentista, un locutor, un plomero, un mecánico, un tesorero, cobran mucho más que 600 pesos. Pero en fin, acepté sin más problema y sólo dejé volando la aclaración con el ánimo de reiterar, ya sin enojo, la defensa que desde hace años he tratado de hacer (en voz muy baja, porque apenas reclama un escritor y de inmediato es tildado de divo) para que los trabajadores de la cultura no sean tan minusvalorados a la hora de considerar su emolumento.
Para pagarme lo único que solicitaron fue la credencial de elector. Me dijeron que pasara al edificio de la presidencia sito en Morelos y Cepeda. Llegué a la caja general, y un joven poco afable me preguntó por la dependencia que originó el pago. Le respondí. Sacó unos papeles y fue al teléfono. No sé a quién le llamó. Un misterioso rato después me dijo que yo debía ir a la citada dependencia por “un oficio”. Le comenté que allá no me indicaron nada, y que si les podía llamar de nuevo para confirmar eso. No quiso hacerlo, me dijo enfático que buscara a la señorita fulana y ahí dejé el borlote. Sin más, le pedí mi credencial de elector y le señalé que no iba a dar tanta vuelta para cobrar esa suma, que la donaba al municipio.
¿Cuánto gana el alcalde por seis horas de trabajo? ¿Cuánto el tesorero? Creo que, como todos los funcionarios públicos, ganan más, mucho más de lo que merecen, pero así está el abarrote en todo el país, y ni modo, se necesitaría una revolución para acabar con las canonjías del servicio público. Pero si ya ganan eso, que al menos sepan cómo (sobre)vive la comunidad cultural en La Laguna.
En un caso muy reciente, presenté el viernes pasado un libro de cuentos y mi salario fue de 600 pesotes. Los acepté, pero con la advertencia de que, mínimo, el trabajo profesional implicado ameritaba dos mil, si no es que un poco más. Me argumentaron que el tesorero había dispuesto el pago de 600, no más, y contrargüí que el tesorero no sabe nada de esto, que por cinco o seis horas de trabajo literario (lo que me costó preparar la presentación del viernes) un pediatra, un dentista, un locutor, un plomero, un mecánico, un tesorero, cobran mucho más que 600 pesos. Pero en fin, acepté sin más problema y sólo dejé volando la aclaración con el ánimo de reiterar, ya sin enojo, la defensa que desde hace años he tratado de hacer (en voz muy baja, porque apenas reclama un escritor y de inmediato es tildado de divo) para que los trabajadores de la cultura no sean tan minusvalorados a la hora de considerar su emolumento.
Para pagarme lo único que solicitaron fue la credencial de elector. Me dijeron que pasara al edificio de la presidencia sito en Morelos y Cepeda. Llegué a la caja general, y un joven poco afable me preguntó por la dependencia que originó el pago. Le respondí. Sacó unos papeles y fue al teléfono. No sé a quién le llamó. Un misterioso rato después me dijo que yo debía ir a la citada dependencia por “un oficio”. Le comenté que allá no me indicaron nada, y que si les podía llamar de nuevo para confirmar eso. No quiso hacerlo, me dijo enfático que buscara a la señorita fulana y ahí dejé el borlote. Sin más, le pedí mi credencial de elector y le señalé que no iba a dar tanta vuelta para cobrar esa suma, que la donaba al municipio.
¿Cuánto gana el alcalde por seis horas de trabajo? ¿Cuánto el tesorero? Creo que, como todos los funcionarios públicos, ganan más, mucho más de lo que merecen, pero así está el abarrote en todo el país, y ni modo, se necesitaría una revolución para acabar con las canonjías del servicio público. Pero si ya ganan eso, que al menos sepan cómo (sobre)vive la comunidad cultural en La Laguna.
Ochenta años de fertilidad
Voy a 43 y por eso, como ya comenzaron a revolotear —todavía de lejos, por fortuna— los primeros achaques, sé o imagino lo difícil que es llegar a los 80 y produciendo. En lo personal no me hago de esa edad, y si llego a los 60, lo que seguramente no ocurrirá, me doy por bien vivido. Digo esto de la edad porque uno de los iconos más prominentes de la cultura latinoamericana cumplió ayer, ya lo leímos, ocho décadas de vida. García Márquez ha llegado a sus 80, además, en plena fertilidad, como si hubiera bebido los elíxires que mana la fuente de la eterna producción. Llega a esa friolera y anuncia, en vez del retiro, su segundo tomo de memorias y otros tantos libros, otros tantos emprendimientos periodísticos, otros tantos caminos a seguir.
Sé que la enorme fama que carga sobre sus espaldas lo hacen favorito de miles de lectores y, a la inversa, detestable figurón del jet set mundial. Yo trato, siempre he tratado, de no guiarme por los reflectores de la publicidad, por lo común engañosa, ni por los desprecios que sistemáticamente recibe en la prensa. Lo he leído, pues, a secas, sin más prejuicios que los inevitables, y el resultado de mi convivencia con el hoy octogenario ha sido enriquecedor.
No es mi autor de cabecera, pero ha sido una especie de tío lejano, el señor famoso que, pese a su prestigio abrumador, ha escrito dos o tres libros indispensables ya para la cultura occidental. Lo leí por primera vez en 1982, precisamente en el año en el que obtuvo el Nobel. Esa fecha es la de mi ingreso a la licenciatura y en una a clase de literatura recibimos el encargo de leer El coronel no tiene quien le escriba. Busqué ese título y lo hallé en Librolandia, establecimiento que ocupaba lo que ahora es, sobre la Morelos, la librería Del estudiante. La fea edición colombiana de El coronel… ostentaba un pegote dorado que decía escandalosamente “Premio Nobel 1982”. Deshojado, maltrecho por el uso, conservo ese ejemplar, y creo que es el que más aprecio de todos los libros (¿quince, veinte?) que con el tiempo he acumulado del aracataqueño.
Tras mi diálogo de 25 años con su obra creo estar en condiciones de resaltar sus muchas virtudes; los libros fallidos, que también los tiene, morirán solos, y entonces no tiene caso ni mencionarlos. Los que sí valen, y mucho, son El coronel…, Cien años…, Crónica… y otros, además de aquellos que expresan su trabajo periodístico, de los que destaco Cuando era feliz e indocumentado y Textos costeños. En ellos hay, para acabar pronto, de una manera deslumbrante, una prosa rica y pulcra, elegante, y una imaginación que sabe tocar, como muy pocas, los timbres del humor y del dolor.
Sé que la enorme fama que carga sobre sus espaldas lo hacen favorito de miles de lectores y, a la inversa, detestable figurón del jet set mundial. Yo trato, siempre he tratado, de no guiarme por los reflectores de la publicidad, por lo común engañosa, ni por los desprecios que sistemáticamente recibe en la prensa. Lo he leído, pues, a secas, sin más prejuicios que los inevitables, y el resultado de mi convivencia con el hoy octogenario ha sido enriquecedor.
No es mi autor de cabecera, pero ha sido una especie de tío lejano, el señor famoso que, pese a su prestigio abrumador, ha escrito dos o tres libros indispensables ya para la cultura occidental. Lo leí por primera vez en 1982, precisamente en el año en el que obtuvo el Nobel. Esa fecha es la de mi ingreso a la licenciatura y en una a clase de literatura recibimos el encargo de leer El coronel no tiene quien le escriba. Busqué ese título y lo hallé en Librolandia, establecimiento que ocupaba lo que ahora es, sobre la Morelos, la librería Del estudiante. La fea edición colombiana de El coronel… ostentaba un pegote dorado que decía escandalosamente “Premio Nobel 1982”. Deshojado, maltrecho por el uso, conservo ese ejemplar, y creo que es el que más aprecio de todos los libros (¿quince, veinte?) que con el tiempo he acumulado del aracataqueño.
Tras mi diálogo de 25 años con su obra creo estar en condiciones de resaltar sus muchas virtudes; los libros fallidos, que también los tiene, morirán solos, y entonces no tiene caso ni mencionarlos. Los que sí valen, y mucho, son El coronel…, Cien años…, Crónica… y otros, además de aquellos que expresan su trabajo periodístico, de los que destaco Cuando era feliz e indocumentado y Textos costeños. En ellos hay, para acabar pronto, de una manera deslumbrante, una prosa rica y pulcra, elegante, y una imaginación que sabe tocar, como muy pocas, los timbres del humor y del dolor.
domingo, marzo 04, 2007
Mamarracho centenario
Tengo frente a mí la nueva edición de la Historia de Torreón que a mediados del siglo XX escribió Eduardo Guerra. No la he revisado minuciosamente, pero un primer vistazo rápido y superficial me permite notar varios detalles. La auspició el ayuntamiento, se inscribe en los festejos del centenario de Torreón, la prologa el cronista de la ciudad (Sergio Antonio Corona Páez) y es anotada por el joven investigador Carlos Castañón Cuadros. Hasta allí, nada, o casi nada, que alarme. Lo malo, lo terrible, lo espeluznante es la calidad editorial de este tiraje y la autopromoción del alcalde. Voy por partes. En cuanto al libro en sí mismo, es un verdadero horror, todo un desaguisado tipográfico. Se lo atribuye el director del Archivo Municipal, Jorge Rodríguez Pardo, y es una pena que así sea. ¿Por qué no habrán buscado a un editor profesional? ¿Vale la pena ahorrarse unos pesos y después echar al mundo mamarrachos de tal índole? ¿Cuánto les costó el tiraje de los cinco mil ejemplares? Sobre la foto gigante de Pérez Hernández, esta Historia de Torreón deja ver la gran necesidad del alcalde por colocar su imagen en cualquier parte; no había necesidad, ninguna necesidad, de clavar allí ese retrato, pero lo hace y con ello atenta no nada más contra el valor autónomo del libro, sino contra la prudencia de no usar recursos públicos en el afán de hacerse notar. En fin. Hay mucho de descompuesto en ese volumen y la responsabilidad final recae en una sola persona: José Ángel Pérez Hernández.
Luego analizaré con calma el libro entero y prometo dedicarle algunas columnas en La Opinión; es una desgracia que en nuestra ciudad sigamos publicando esos vergonzantes adefesios. Una prueba más del ya legendario menosprecio panista a la cultura.
Luego analizaré con calma el libro entero y prometo dedicarle algunas columnas en La Opinión; es una desgracia que en nuestra ciudad sigamos publicando esos vergonzantes adefesios. Una prueba más del ya legendario menosprecio panista a la cultura.
Nostalgias de Paulín
Integrante titular de la Camerata de Coahuila, Jorge Paulín tiene más de una década de radicación lagunera. Junto a su importante participación en nuestra más emblemática agrupación musical, Paulín ha diversificado sus preocupaciones y, entre sus recientes afanes, ha desempolvado una numerosa cantidad de vetustas partituras. Esto ha sido una labor de anticuario e historiador musical, pues las susodichas composiciones tienen la espléndida peculiaridad de haber sido escritas aquí, en La Laguna, y acaso fueron ejecutadas, algunas hace más de un siglo, sólo para el público local y luego quedaron ocultas bajo la pesada sombra del olvido.
Paulín me ha compartido amablemente la primicia de un disco compacto donde grabó, en versiones todavía no profesionales, sólo 22 de las muchísimas composiciones que ha logrado arrebatar a las garras del pretérito. Me advirtió con modestia que la calidad de cada grabación no es la óptima, pero todas dan ya una idea muy clara de las piezas que muchos compositores escribieron para agradar a los primeros pobladores de La Laguna en su etapa, digamos, cosmopolita, cuando a finales del XIX llegaron a estas tierras muchos inmigrantes que se amalgamaron culturalmente con las etnias locales, las primigenias fundadoras de La Laguna.
El catálogo/muestra preparado por Jorge Paulín es sumamente atractivo. Enumero algunos de los temas (todos tienen una duración que oscila de los 3:42 a los 1:28 minutos): “El 7 de mayo”, vals, Luz Ulloa, 1899, Lerdo, Dgo. “¡Salud, primas!”, danza, Ramos Yllescas, 1903, Sacramento, Coah. “Intermezzo”, Antonio Gallardo, 1909, San Pedro, Coah. “Viaje feliz”, marcha, Juan Yllescas, 1918, Torreón, Coah. “Francisco Vigil”, pasodoble, Martín L Martínez, 1926, Torreón, Coah. “Bové”, tango, Mena/Anaya, 1927, Torreón, Coah. “Pobre madre”, tango, Martínez Serrano, 1927, Torreón, Coah. “Canción lagunera”, José Rangel y José Anaya, 1929, Torreón, Coah. “Ofelia”, vals, De Santiago/De la Croix, 1932, Torreón, Coah.
Con estas y otras piezas el maestro Paulín ha ideado un programa en el que convergen valores estéticos e históricos. Su título tentativo es “Nostalgia de La Laguna”, y según me ha dicho piensa complementarlo con cuadros escénicos (luces, vestuario, decorado, moblaje) que remitan a las diferentes situaciones a las que se refiera cada pieza. Es un proyecto ambicioso, lleno de novedad y encanto. Por esa razón, Paulín ha emprendido al mismo tiempo, mientras pasa en limpio las partituras y las ejecuta “en borrador”, la localización de apoyos económicos que inscriban todo ese esfuerzo en los festejos del centenario. Ignoro sus avances al respecto, pero con franqueza anticipo que me daría mucha lástima imaginar que un programa con las bondades ya descritas pudiera quedarse sólo en obra negra.
No será así, espero, pues Paulín me ha comentado que alguno de los comisionados centenaristas tiene el interés de ver por el auspicio del proyecto. Creo que, si cristaliza, para el público local será una oportunidad impar de ver y oír, sobre todo oír, la música viva que escucharon los primeros pobladores occidentalizados de estas tierras, es decir, una de las manifestaciones de convivencia social más cohesionadoras. Las piezas que Jorge Paulín ha rescatado son, para decirlo pronto, uno de los mejores proyectos que se puedan proponer a la celebración del centenario. Desaprovechar ese rescate sería un craso yerro. Esperemos que todo cuaje tal y como lo ha planeado el cellista de la Camerata, a quien por cierto podemos solicitar más información, u ofrecer apoyo, en jorge_paulin@msn.com. Aseguro que su trabajo es muy meritorio.
Paulín me ha compartido amablemente la primicia de un disco compacto donde grabó, en versiones todavía no profesionales, sólo 22 de las muchísimas composiciones que ha logrado arrebatar a las garras del pretérito. Me advirtió con modestia que la calidad de cada grabación no es la óptima, pero todas dan ya una idea muy clara de las piezas que muchos compositores escribieron para agradar a los primeros pobladores de La Laguna en su etapa, digamos, cosmopolita, cuando a finales del XIX llegaron a estas tierras muchos inmigrantes que se amalgamaron culturalmente con las etnias locales, las primigenias fundadoras de La Laguna.
El catálogo/muestra preparado por Jorge Paulín es sumamente atractivo. Enumero algunos de los temas (todos tienen una duración que oscila de los 3:42 a los 1:28 minutos): “El 7 de mayo”, vals, Luz Ulloa, 1899, Lerdo, Dgo. “¡Salud, primas!”, danza, Ramos Yllescas, 1903, Sacramento, Coah. “Intermezzo”, Antonio Gallardo, 1909, San Pedro, Coah. “Viaje feliz”, marcha, Juan Yllescas, 1918, Torreón, Coah. “Francisco Vigil”, pasodoble, Martín L Martínez, 1926, Torreón, Coah. “Bové”, tango, Mena/Anaya, 1927, Torreón, Coah. “Pobre madre”, tango, Martínez Serrano, 1927, Torreón, Coah. “Canción lagunera”, José Rangel y José Anaya, 1929, Torreón, Coah. “Ofelia”, vals, De Santiago/De la Croix, 1932, Torreón, Coah.
Con estas y otras piezas el maestro Paulín ha ideado un programa en el que convergen valores estéticos e históricos. Su título tentativo es “Nostalgia de La Laguna”, y según me ha dicho piensa complementarlo con cuadros escénicos (luces, vestuario, decorado, moblaje) que remitan a las diferentes situaciones a las que se refiera cada pieza. Es un proyecto ambicioso, lleno de novedad y encanto. Por esa razón, Paulín ha emprendido al mismo tiempo, mientras pasa en limpio las partituras y las ejecuta “en borrador”, la localización de apoyos económicos que inscriban todo ese esfuerzo en los festejos del centenario. Ignoro sus avances al respecto, pero con franqueza anticipo que me daría mucha lástima imaginar que un programa con las bondades ya descritas pudiera quedarse sólo en obra negra.
No será así, espero, pues Paulín me ha comentado que alguno de los comisionados centenaristas tiene el interés de ver por el auspicio del proyecto. Creo que, si cristaliza, para el público local será una oportunidad impar de ver y oír, sobre todo oír, la música viva que escucharon los primeros pobladores occidentalizados de estas tierras, es decir, una de las manifestaciones de convivencia social más cohesionadoras. Las piezas que Jorge Paulín ha rescatado son, para decirlo pronto, uno de los mejores proyectos que se puedan proponer a la celebración del centenario. Desaprovechar ese rescate sería un craso yerro. Esperemos que todo cuaje tal y como lo ha planeado el cellista de la Camerata, a quien por cierto podemos solicitar más información, u ofrecer apoyo, en jorge_paulin@msn.com. Aseguro que su trabajo es muy meritorio.
sábado, marzo 03, 2007
Ayuntamiento infalible
El señor agente es amable. En ningún momento frunce la jeta y parece notablemente adiestrado para atender como se debe, es decir bien, al automovilista. Ha detenido al conductor porque usó “indebidamente” un paso continuo en la Saltillo 400, cerca del hoy desastroso Paseo del Tecnológico. En este caso, como en muchos otros, el ayuntamiento de José Ángel Pérez Hernández no se equivoca, parece infalible. El uniformado, quien representa en pequeño a nuestro alcalde, aclara con firmeza y serenidad que la maniobra estuvo mal, que fue un salto peligroso y el chofer puso en riesgo su vida y la de terceros. El conductor acepta y tímidamente le comenta al oficial que no hay señalamiento, que en dos semáforos anteriores e idénticos hay paso continuo por derecha, o que en efecto se equivocó, pero que algo de culpa tiene la autoridad por no cuidar esos detalles con la claridad suficiente, pues nunca será poco lo que se haga por mitigar el riesgo de accidentes. Nada baja la guardia del señor agente, quien con toda cortesía, encogiendo un poco los hombros, hecho una dama, llena la hojita de infracción algo apiadado: anotará la multa más baja.
Escucho la historia y me alegro de la intransigencia mostrada por el señor tránsito. Jamás insinuó nada, jamás dio pie a que cristalizara, una vez más, la vieja tradición de la mordida. Muy bien, si no fuera por un detalle: ¿cuántas decenas de calles buenas o en proceso de maquillaje o cirugía mayor nunca han tenido, ni en esta ni en ninguna otra administración municipal, señales adecuadas para evitar accidentes o conatos de. Hoy, el éxito de Pérez Hernández tiene, como siempre, mucho que ver con el arreglo de las vialidades, pero al parecer a los encargados de esa obra pública nunca les interesará adquirir señalética de primer mundo. En sus obscenos espectaculares no dejan de presumir logros, pero nomás hay que rascarle tantito para advertir (como ocurrió hace poco en el programa Olla de grillos) que gran parte del plan de vialidades se arma sin tomar las precauciones adecuadas.
Hay por muchos lados zanjas, pozos, grava suelta, y quienes manejan deben andar al hacha, como en grand prix, para evitar percances. Unos palos maltrechos, unos mugrosos conos invertidos color naranja, un cordel amarillo (de los que dicen “precaución”) con mil amarres trochos son las únicas advertencias que el ayuntamiento hace a la ciudadanía, como si la vida no valiera nada, o como si a nuestras autoridades les valiera. Está bien que multen, pues, pero que al menos sean un poco autocríticos cuando la vialidad presente algún conflicto o padezca arreglos. No se vale pensar que son infalibles.
Escucho la historia y me alegro de la intransigencia mostrada por el señor tránsito. Jamás insinuó nada, jamás dio pie a que cristalizara, una vez más, la vieja tradición de la mordida. Muy bien, si no fuera por un detalle: ¿cuántas decenas de calles buenas o en proceso de maquillaje o cirugía mayor nunca han tenido, ni en esta ni en ninguna otra administración municipal, señales adecuadas para evitar accidentes o conatos de. Hoy, el éxito de Pérez Hernández tiene, como siempre, mucho que ver con el arreglo de las vialidades, pero al parecer a los encargados de esa obra pública nunca les interesará adquirir señalética de primer mundo. En sus obscenos espectaculares no dejan de presumir logros, pero nomás hay que rascarle tantito para advertir (como ocurrió hace poco en el programa Olla de grillos) que gran parte del plan de vialidades se arma sin tomar las precauciones adecuadas.
Hay por muchos lados zanjas, pozos, grava suelta, y quienes manejan deben andar al hacha, como en grand prix, para evitar percances. Unos palos maltrechos, unos mugrosos conos invertidos color naranja, un cordel amarillo (de los que dicen “precaución”) con mil amarres trochos son las únicas advertencias que el ayuntamiento hace a la ciudadanía, como si la vida no valiera nada, o como si a nuestras autoridades les valiera. Está bien que multen, pues, pero que al menos sean un poco autocríticos cuando la vialidad presente algún conflicto o padezca arreglos. No se vale pensar que son infalibles.
Lomas en Torreón
Más de diez años después reencuentro a mi cuate Enrique Lomas; ayer presenté un libro de su cuño aquí en Torreón; va lo que leí:
Sueños fulminantes de Enrique Lomas
Jaime Muñoz Vargas
La palabra “sueños” en el título de Sueños derramados, primer volumen individual de cuentos publicado por Enrique Lomas Urista, no es sólo parte accidental del título, sino una clave de acceso para ingresar a la mayoría de las historias derramadas en este palmo de papel. En efecto, es un crudo onirismo lo que a mi parecer atraviesa la narrativa de Lomas, como si en su vena creativa circulara la sangre de un surrealismo casi natural en él, nada impostado, millonario en imágenes pasmosas, rico en situaciones anómalas, hermanas de la narrativa que solemos crear cuando dormimos. Pero antes de ingresar a los pasadizos enturbiados de este libro, quisiera aprovechar mi amistad con el autor para dibujar un rápido perfil de sus andanzas.
Enrique Lomas Urista nació en Parral, Chihuahua, hacia 1966, y muy pronto su familia se avecindó en La Laguna. Lo conocí en 1983, cuando ingresó a estudiar comunicación en el Iscytac (hoy La Salle), “universidad” en la que muchos cursamos gato por liebre. Yo iba un año antes que Lomas, pero eso no impidió que, no recuerdo cómo, nos pusiéramos de acuerdo para convencer a un maestro de literatura con el cual deseábamos organizar una especie de taller literario extramuros. Lo logramos sin dificultad, y algún día de agosto del 84, acaudillados por Saúl Rosales, nos reunimos en la casa de Lomas (Galeana, entre Juárez e Hidalgo) para formar lo que poco después bautizaríamos con el cumbianchero nombre de grupo literario independiente Botella al mar.
Asistimos a esa primera reunión quienes luego duraríamos “embotellados” por, al menos, un lustro: Saúl, Gilberto Prado, Enrique y yo. Concurrieron otros, pero pronto dejaron su militancia de aquel corro. Poco después se integró, de una manera fija y muy productiva, el poeta Pablo Arredondo. Saúl, además de dar clases en varias escuelas, coordinaba el suplemento cultural de La Opinión, donde publicamos nuestros primeros tanteos literarios.
De inmediato nos dimos cuenta de que, además de la literatura, había otras afinidades importantes: el gusto por la pachanga etílica, un desdén olímpico y no moralista por las drogas, una admiración perra por las mujeres, cierto humor cerril, una notable precariedad de recur$os y el gusto por la obra de muchos escritores consagrados. No miento ni exagero si afirmo que en las reuniones sabatinas se hablaba menos de letras que de lo demás. Por supuesto, leíamos nuestros borradores, comentábamos libros y chismes literarios, pero era lo otro, la conversación sobre temas ordinarios, lo que salpimentaba cada encuentro. Gilberto, lo he dicho siempre, era (es) el más lúcido y el más ocurrente; Saúl era (es) agudeza, paciencia, consejo generoso, y Lomas era (supongo que todavía lo es, aunque tengo más de diez años sin verlo) el más demoledor. Sus sarcasmos, sus latigazos y su voz atenorada eran temibles, pues todo lo afirmaba con un estilo sentencioso, como pedrada al cráneo.
Nos reunimos como cinco años seguidos, sábado tras sábado, sin excluir las vacaciones. Publicamos un par de libros colectivos, nos separamos sin despedirnos formalmente. Fue una buena época, tan buena que Gloria Murillo estudió al Botella al mar para su tesis de licenciatura en Ciencias Humanas por la UIA Laguna. Lomas se fue a Chihuahua, y allá ha hecho una carrera exitosa como corresponsal del Grupo Reforma.
Hasta allí mis palabras sobre el amigo periodista y escritor. Vuelvo a su libro. Cuarenta piezas configuran este derramamiento de sueños. En ellas creo advertir, sobre todo, las dos virtudes que notamos en los años ya viejones del Botella al mar: su capacidad para hacernos ingresar a mundos enfermizos, esperpénticos, brutales, y el extraño diapasón de su sintaxis. Sobre lo primero, debo decir que en la mayor parte de estos sueños la trama es tenue y en algunos casos tan pequeña que el relato presenta a los personajes, o al personaje, en una situación determinada y por lo general adversa. Lomas escoge en muchos casos sólo el punto climático, el orgasmo de la historia que desea contarnos. No hay antecedentes, no hay enlaces causa-efecto, sino que tal o cual sujeto, cuando ingresamos a la historia, ya está en el punto culminante de la narración, frente a su pútrido apagamiento. De ahí que los cuentos sean como marrazos, como estocadas, como rayos fulminantes que en un par de páginas empiezan, se desarrollan y concluyen para dejarnos en el corazón el sabor acre de la desdicha, el fantasma de la desgracia. Lomas, en este sentido, es un detector de seres acuchillados por el desamparo, y aunque en algún momento las historias parezcan derivar en el humor, la verdad es que siempre se encuentran atornilladas al horror más pesadillesco que arrastrarse pueda en el reino de este mundo. Tanto es así que, abatidos por la jodidencia, cercados por la mugre, hundidos por la ojetez de sus malditas vidas, los personajes deambulan muy cerca del delirio: son caprichos goyescos, son muecas de Bacon, son permanentes gritos de Munch dibujados en la jeta pero nacidos en el alma apaleada sin piedad por la tristeza.
El otro rasgo que destaco, de carácter más bien formal, es el siempre rarísimo estilo literario del Lomas narrador. Preciso esto porque, obviamente, como periodista debe renunciar a los recursos visibles en sus ficciones, lo cual no deja de asombrarme, pues en los hechos es un caset muy diferente el que debe de insertar en su sensibilidad para trabajar ora en periodismo, ora en literatura. En este caso, en el de la literatura, Lomas me recuerda a los escritores de vanguardia, acuñadores de frases en las que el deslumbramiento se generaba a partir de conjunciones verbales inusitadas, muchas de ellas con olor a peligroso estreno. Pienso en los surrealistas, en los creacionistas, en los ultraístas, en nuestros estridentistas, quienes, como Lomas hoy, ayuntaban un sustantivo cualquiera a un adjetivo insólito, quienes usaban un verbo sorprendente para describir una acción convencional, quienes sacaban siempre de su habitual covacha a las palabras para llevarlas de paseo al mundo de lo nuevo. Doy ejemplos. “Pero se le ampollaron los pies y el alma de tanto andar sobre la adversidad” (“Un reino de otro mundo”), donde el verbo ampollar sale de su contexto físico habitual para ejercer también su acción sobre el espíritu del personaje. “Yo quiero encerrarlo en su cajón, untarlo a la tierra, para que se ahogue entre la muerte misma” (“El castillo de Elisa”), donde el verbo untar viola su sentido corriente y sirve para darle al muerto viscosa consistencia. “Los hombres se fueron al trote, desplegando el terror sobre las calles manchadas de pobreza y tristeza” (“Los juegos del gigante”), donde las calles no se manchan de aceite o fango, sino de algo peor: de pobreza y de pesar. Eso en cuanto al uso enriquecedor de los verbos. Y en adjetivación Lomas camina por una brecha parecida: “La luna quebró la habitación. El viento sopló, generoso y seco, para mover las persianas lisiadas del hotel” (“La noche de los tejados bronceados”), donde además del verbo inusitado quebrar, las persianas, en vez de desvencijadas o sucias o algo así, aparecen lisiadas. “Enfundado en su cómoda impunidad, el Patriarca avanzará con pasos soberanos sobre la casa en la que ha pasado sus mejores navidades” (“El patriarca”), donde la impunidad es asombrosamente bien adjetivada, y no menos los pasos del personaje.
Así, Sueños derramados ofrece una galería de personajes, situaciones y hallazgos verbales que lo hacen un libro meritorio, estimable. Sus cuentos tienen además una extraña pátina de densidad cuasifilosófica, como si en lugar de seres reales presentara los arquetipos más aporreados del bajo mundo. Celebro, por todo, el regreso a Torreón de Enrique Lomas. Su libro es un excelente pretexto para reencontrarnos con su miscelánea baraja de talentos.
Sueños fulminantes de Enrique Lomas
Jaime Muñoz Vargas
La palabra “sueños” en el título de Sueños derramados, primer volumen individual de cuentos publicado por Enrique Lomas Urista, no es sólo parte accidental del título, sino una clave de acceso para ingresar a la mayoría de las historias derramadas en este palmo de papel. En efecto, es un crudo onirismo lo que a mi parecer atraviesa la narrativa de Lomas, como si en su vena creativa circulara la sangre de un surrealismo casi natural en él, nada impostado, millonario en imágenes pasmosas, rico en situaciones anómalas, hermanas de la narrativa que solemos crear cuando dormimos. Pero antes de ingresar a los pasadizos enturbiados de este libro, quisiera aprovechar mi amistad con el autor para dibujar un rápido perfil de sus andanzas.
Enrique Lomas Urista nació en Parral, Chihuahua, hacia 1966, y muy pronto su familia se avecindó en La Laguna. Lo conocí en 1983, cuando ingresó a estudiar comunicación en el Iscytac (hoy La Salle), “universidad” en la que muchos cursamos gato por liebre. Yo iba un año antes que Lomas, pero eso no impidió que, no recuerdo cómo, nos pusiéramos de acuerdo para convencer a un maestro de literatura con el cual deseábamos organizar una especie de taller literario extramuros. Lo logramos sin dificultad, y algún día de agosto del 84, acaudillados por Saúl Rosales, nos reunimos en la casa de Lomas (Galeana, entre Juárez e Hidalgo) para formar lo que poco después bautizaríamos con el cumbianchero nombre de grupo literario independiente Botella al mar.
Asistimos a esa primera reunión quienes luego duraríamos “embotellados” por, al menos, un lustro: Saúl, Gilberto Prado, Enrique y yo. Concurrieron otros, pero pronto dejaron su militancia de aquel corro. Poco después se integró, de una manera fija y muy productiva, el poeta Pablo Arredondo. Saúl, además de dar clases en varias escuelas, coordinaba el suplemento cultural de La Opinión, donde publicamos nuestros primeros tanteos literarios.
De inmediato nos dimos cuenta de que, además de la literatura, había otras afinidades importantes: el gusto por la pachanga etílica, un desdén olímpico y no moralista por las drogas, una admiración perra por las mujeres, cierto humor cerril, una notable precariedad de recur$os y el gusto por la obra de muchos escritores consagrados. No miento ni exagero si afirmo que en las reuniones sabatinas se hablaba menos de letras que de lo demás. Por supuesto, leíamos nuestros borradores, comentábamos libros y chismes literarios, pero era lo otro, la conversación sobre temas ordinarios, lo que salpimentaba cada encuentro. Gilberto, lo he dicho siempre, era (es) el más lúcido y el más ocurrente; Saúl era (es) agudeza, paciencia, consejo generoso, y Lomas era (supongo que todavía lo es, aunque tengo más de diez años sin verlo) el más demoledor. Sus sarcasmos, sus latigazos y su voz atenorada eran temibles, pues todo lo afirmaba con un estilo sentencioso, como pedrada al cráneo.
Nos reunimos como cinco años seguidos, sábado tras sábado, sin excluir las vacaciones. Publicamos un par de libros colectivos, nos separamos sin despedirnos formalmente. Fue una buena época, tan buena que Gloria Murillo estudió al Botella al mar para su tesis de licenciatura en Ciencias Humanas por la UIA Laguna. Lomas se fue a Chihuahua, y allá ha hecho una carrera exitosa como corresponsal del Grupo Reforma.
Hasta allí mis palabras sobre el amigo periodista y escritor. Vuelvo a su libro. Cuarenta piezas configuran este derramamiento de sueños. En ellas creo advertir, sobre todo, las dos virtudes que notamos en los años ya viejones del Botella al mar: su capacidad para hacernos ingresar a mundos enfermizos, esperpénticos, brutales, y el extraño diapasón de su sintaxis. Sobre lo primero, debo decir que en la mayor parte de estos sueños la trama es tenue y en algunos casos tan pequeña que el relato presenta a los personajes, o al personaje, en una situación determinada y por lo general adversa. Lomas escoge en muchos casos sólo el punto climático, el orgasmo de la historia que desea contarnos. No hay antecedentes, no hay enlaces causa-efecto, sino que tal o cual sujeto, cuando ingresamos a la historia, ya está en el punto culminante de la narración, frente a su pútrido apagamiento. De ahí que los cuentos sean como marrazos, como estocadas, como rayos fulminantes que en un par de páginas empiezan, se desarrollan y concluyen para dejarnos en el corazón el sabor acre de la desdicha, el fantasma de la desgracia. Lomas, en este sentido, es un detector de seres acuchillados por el desamparo, y aunque en algún momento las historias parezcan derivar en el humor, la verdad es que siempre se encuentran atornilladas al horror más pesadillesco que arrastrarse pueda en el reino de este mundo. Tanto es así que, abatidos por la jodidencia, cercados por la mugre, hundidos por la ojetez de sus malditas vidas, los personajes deambulan muy cerca del delirio: son caprichos goyescos, son muecas de Bacon, son permanentes gritos de Munch dibujados en la jeta pero nacidos en el alma apaleada sin piedad por la tristeza.
El otro rasgo que destaco, de carácter más bien formal, es el siempre rarísimo estilo literario del Lomas narrador. Preciso esto porque, obviamente, como periodista debe renunciar a los recursos visibles en sus ficciones, lo cual no deja de asombrarme, pues en los hechos es un caset muy diferente el que debe de insertar en su sensibilidad para trabajar ora en periodismo, ora en literatura. En este caso, en el de la literatura, Lomas me recuerda a los escritores de vanguardia, acuñadores de frases en las que el deslumbramiento se generaba a partir de conjunciones verbales inusitadas, muchas de ellas con olor a peligroso estreno. Pienso en los surrealistas, en los creacionistas, en los ultraístas, en nuestros estridentistas, quienes, como Lomas hoy, ayuntaban un sustantivo cualquiera a un adjetivo insólito, quienes usaban un verbo sorprendente para describir una acción convencional, quienes sacaban siempre de su habitual covacha a las palabras para llevarlas de paseo al mundo de lo nuevo. Doy ejemplos. “Pero se le ampollaron los pies y el alma de tanto andar sobre la adversidad” (“Un reino de otro mundo”), donde el verbo ampollar sale de su contexto físico habitual para ejercer también su acción sobre el espíritu del personaje. “Yo quiero encerrarlo en su cajón, untarlo a la tierra, para que se ahogue entre la muerte misma” (“El castillo de Elisa”), donde el verbo untar viola su sentido corriente y sirve para darle al muerto viscosa consistencia. “Los hombres se fueron al trote, desplegando el terror sobre las calles manchadas de pobreza y tristeza” (“Los juegos del gigante”), donde las calles no se manchan de aceite o fango, sino de algo peor: de pobreza y de pesar. Eso en cuanto al uso enriquecedor de los verbos. Y en adjetivación Lomas camina por una brecha parecida: “La luna quebró la habitación. El viento sopló, generoso y seco, para mover las persianas lisiadas del hotel” (“La noche de los tejados bronceados”), donde además del verbo inusitado quebrar, las persianas, en vez de desvencijadas o sucias o algo así, aparecen lisiadas. “Enfundado en su cómoda impunidad, el Patriarca avanzará con pasos soberanos sobre la casa en la que ha pasado sus mejores navidades” (“El patriarca”), donde la impunidad es asombrosamente bien adjetivada, y no menos los pasos del personaje.
Así, Sueños derramados ofrece una galería de personajes, situaciones y hallazgos verbales que lo hacen un libro meritorio, estimable. Sus cuentos tienen además una extraña pátina de densidad cuasifilosófica, como si en lugar de seres reales presentara los arquetipos más aporreados del bajo mundo. Celebro, por todo, el regreso a Torreón de Enrique Lomas. Su libro es un excelente pretexto para reencontrarnos con su miscelánea baraja de talentos.
Sueños derramados, Enrique Lomas (prólogo de Elko Omar Vázquez Erosa) Lito voz, Chihuahua, 2006, 127 pp. Reseña leída en la presentación de Sueños derramados celebrada en la Pinacoteca del Museo-Casa del Cerro de Torreón, Coahuila, el 2 de marzo de 2007.
jueves, marzo 01, 2007
No se difamen
No tengo la anécdota textual a la mano, pero alguna vez leí que una mujer le mostró con orgullo sus óleos a Borges y el maestro, fulminante como siempre, sentenció: “No se difame, señora, no se difame”. Esa frase me viene seguido a la mente cuando veo o escucho que alguien presume sus bodrios sin pudor alguno. El martes en la noche, para no ir muy lejos, López Dóriga presentó en su noticiero un fanfarrón reporte (que no reportaje) sobre el exitazo de La fea más bella, culebrón de Televisa que el domingo llegó a su orgasmo con tres despiadadas horas de transmisión en cadena nacional, lo que representó el mayor récord de audiencia en la televisión mexicana al superar los 40 puntos de rating. Ese logro, para empezar, hizo estiércol el rating alcanzado por la entrega de los Óscares, y eso que varios mexicanos estaban nominados y al final recibieron un par de dedos índices.
Los criterios de éxito para Televisa siguen y seguirán siendo estrictamente cuantitativos; el que vende más, el que es más visto, eso es lo que vale para el monstruo de la comunicación mexicana. En sus dañinas políticas no ha regido nunca un estándar de calidad temática digno de aprecio, y se ha dedicado, acaso como ninguna otra empresa en el mundo, a perpetrar una televisión tarada, programas “para jodidos”, como orgullosamente declaró el Tigre Azcárraga cuando ya estaba cerca de la muerte y podía darse el lujo del cinismo.
Han mejorado el aspecto técnico, han comprado más y mejor equipo, han diseñado proyectos altruistas chapuceros, se han expandido y han hecho alianzas estratégicas en todo el mundo para seguir ocupando el primer lugar entre las televisoras de habla hispana, pero nunca han dejado de hacer programas, sobre todo telenovelas, en los que la vacuidad y la chabacanería brillan por su presencia. ¿Qué importa, pues, más allá del dividendo económico, un producto genuinamente babotas como La fea más bella? Se puede pasar, digamos, el “éxito”, acepta uno que los alienígenas Origel o Fabiruchis digan en sus programas de pacotilla que aquello estuvo de poca madre, ¿pero cómo aceptar que López Dóriga propale en su informativo “serio” la maravillosa suerte de una telenovela que, como Rebelde y tantas otras, equivale en términos estéticos (y acaso éticos) a nada, o cuando mucho a basura?
Recalco que sólo vi, por falta de capacidad para la autoflagelación, cortinillas de La fea más bella. Oír la vocecita de Angélica Vale, su “caracterización” mamilísima, y ver al fallido Camil en clave cómica, me resultaba asqueante. Por eso, cierro, Televisa se difama al presumir. Debería darles vergüenza, más bien.
Los criterios de éxito para Televisa siguen y seguirán siendo estrictamente cuantitativos; el que vende más, el que es más visto, eso es lo que vale para el monstruo de la comunicación mexicana. En sus dañinas políticas no ha regido nunca un estándar de calidad temática digno de aprecio, y se ha dedicado, acaso como ninguna otra empresa en el mundo, a perpetrar una televisión tarada, programas “para jodidos”, como orgullosamente declaró el Tigre Azcárraga cuando ya estaba cerca de la muerte y podía darse el lujo del cinismo.
Han mejorado el aspecto técnico, han comprado más y mejor equipo, han diseñado proyectos altruistas chapuceros, se han expandido y han hecho alianzas estratégicas en todo el mundo para seguir ocupando el primer lugar entre las televisoras de habla hispana, pero nunca han dejado de hacer programas, sobre todo telenovelas, en los que la vacuidad y la chabacanería brillan por su presencia. ¿Qué importa, pues, más allá del dividendo económico, un producto genuinamente babotas como La fea más bella? Se puede pasar, digamos, el “éxito”, acepta uno que los alienígenas Origel o Fabiruchis digan en sus programas de pacotilla que aquello estuvo de poca madre, ¿pero cómo aceptar que López Dóriga propale en su informativo “serio” la maravillosa suerte de una telenovela que, como Rebelde y tantas otras, equivale en términos estéticos (y acaso éticos) a nada, o cuando mucho a basura?
Recalco que sólo vi, por falta de capacidad para la autoflagelación, cortinillas de La fea más bella. Oír la vocecita de Angélica Vale, su “caracterización” mamilísima, y ver al fallido Camil en clave cómica, me resultaba asqueante. Por eso, cierro, Televisa se difama al presumir. Debería darles vergüenza, más bien.
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