miércoles, enero 31, 2018

Educar en las redes















Con las redes sociales y los teléfonos inteligentes a merced, todos llamamos mucho, es cierto, pero también escribimos mucho, quizá más de lo que llamamos. La escritura de twitts, el chateo en Whatsapp, la apresurada redacción de posts o comentarios en Facebook han hecho que nuestras palabras queden registradas en alguna parte, que frenéticamente nos inmiscuyamos con esa actividad, escribir, que parecía ya no existir para todos hacia 1990.
Este fenómeno, formidable si lo pensamos como avance del derecho que todos tenemos a comunicarnos, a expresarnos, a opinar, ha traído como consecuencia lógica que también todos leamos. Pero escribimos habitualmente mal, sin esmero, y leemos fragmentos sin rigor, a las carreras, dispersos entre muchas actividades. ¿En este nuevo escenario qué papel jugamos quienes nos dedicamos a la enseñanza? ¿Nos sumamos ciegamente a la escritura maltrecha, descuidada, o a la confección/reproducción de memes y videos de cualquier frivolidad? Todos tenemos, en efecto, el derecho a ser parte de ese coro de participantes desenfadados en las redes sociales o en el chat de moda, el Whatsapp. Sin embargo, la oportunidad que tuvimos —el privilegio lo llamaría yo— de estudiar una carrera para luego educar formalmente nos compromete a participar de otra manera, a ser un poco más exigentes con nosotros a la hora de atravesar el laberinto de las redes.
No quiero decir con esto que seamos unas rocas, que a cualquier hora tiremos tratados edificantes que de inmediato nos dejarían en fuera de lugar sobre todo frente a los jóvenes en una época en la que, querámoslo o no, se han distendido las miradas rígidas y todo tiende a ser relajado, como lo ha planteado Gilles Lipovetsky en La era del vacío y ha criticado ceñudamente Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo. Al contrario, sin perder el humor, sin forzar ni regañar a nadie, son propinar reglazos en las manos de quienes se porten mal, tratemos de hacer que nuestra voz escrita en las redes sociales no pierda de vista la condición que tenemos como formadores. Eso significa que de vez en cuando, entre meme y meme, no dejemos de recomendar un libro, una película, una canción, un artículo, una opinión, un poema, algo, lo que sea, que tenga la noble intención de orientar, de compartir una idea noble, generosa, digna de nuestra profesión de maestros. (El anterior es un fragmento de mi ensayo “Qué escriben los que no escriben” publicado en Del gis a la pantalla táctil, Ibero Torreón, 2017).

sábado, enero 27, 2018

De gises y pantallas




















Publicado por la Universidad Iberoamericana Torreón, Del gis a la pantalla táctil. Siete ensayos sobre educación en la jungla informática es el título del libro que será presentado este martes 30 de enero a las 7:30 de la noche en el la Galería de Arte Moderno del TIM. Esta reunión de ensayos es un proyecto nacido en el seno del Centro de Difusión Cultural mediante el Taller de Periodismo de la Ibero Torreón, y ha sido articulado por académicos de esta universidad. Los comentarios correrán a cargo de la doctora Laura Orellana Trinidad, el maestro Francisco Javier Rodríguez Lozano y quien esto escribe.
Dado que trabajo en la Ibero Torreón en el área editorial y como maestro, me tocó prologar Del gis a la pantalla táctil… y comenté lo siguiente en su introducción: “… es una variada aproximación al desafío de la enseñanza actual. Durante siglos, y acaso milenios, el hombre educó a los jóvenes de acuerdo a una dinámica estable, sin cambios esencialmente significativos: un sujeto, el profesor, aleccionaba a unos alumnos que lo veían y lo escuchaban frontalmente y sin notables distractores. El profesor ostentaba —o al menos simbolizaba— el saber incontestable ante el grupo, tenía en sus manos la información y las opiniones definitivas, determinaba casi tiránicamente qué aprender y qué no aprender.
La situación ha cambiado de manera radical, pero como todavía estamos encima de la revolución informática es imposible tener opiniones concluyentes sobre el cambio y las consecuencias venturosas y negativas que ha generado.
Dada esta realidad, los integrantes del Taller de periodismo de la Ibero Torreón decidimos articular en el presente libro una serie de pareceres en grado de sobrevuelo, y en nuestro papel de profesores, cada uno desde su especificidad docente, hablar sobre las TIC y el trabajo educativo, tema recurrente, por otro lado, en nuestros diálogos dentro del taller.
Claudia Guerrero, María del Socorro Hernández, Laura Elena Parra, María Guadalupe Puente, Claudia Rivera, Andrés Rosales y quien esto escribe queremos hacer, en suma, un pequeño aporte sobre algo que, como padres y maestros, nos preocupa: la relación que establecen o pueden establecer los jóvenes con las herramientas informáticas. Si otros profesores y estudiantes suman su reflexión, si instalamos en algún lector el debate sobre este tema como algo importante, habremos logrado nuestro sencillo propósito”. Ojalá puedan acompañarnos.

miércoles, enero 24, 2018

Salto, luego existo














El chapulinismo no es privativo de la miserabilidad política mexicana, sino un fenómeno extendido por todo el globo. Es una conducta que revela, sí o sí, pragmatismo: alguien ve cerradas sus oportunidades en una agrupación y cambia a otra que se las vuelve a abrir. Así de simple. Lo óptimo, por supuesto, sería mantener intacta la virginidad ideológica, pero la realidad no opera con lo óptimo, sino con lo posible, con lo que hay. ¿Y qué hay por acá? Pues políticos que han encontrado un modus vivendi en esta actividad, y normal es que así sea, pero que lamentablemente ponen por debajo sus principios, en el hipotético de que los tengan o los hayan tenido, cuando se trata de conservar el mencionado modus. Es decir, no se resignan a perderlo ni cuando lo han perdido, por eso son capaces de hacer virajes de un extremo a otro del espectro político, enfundarse en chalecos que les son diametralmente ajenos.
Es de sabios cambiar de etcétera, dice el archimanido lugar común. Bien, es de sabios hacer eso, pero no terminar en renuncias que parecen transfuguismo. Si la posmodernidad trajo consigo una profunda distensión a la hora de asumir la ideología propia, no es menos cierto que sigue siendo meritoria una mínima base de pensamiento para identificar aliados y rivales. ¿Gabriela Cuevas abrazará las ideas de Morena? Si así será, ¿en qué medida? ¿O es sólo una pirueta de saltimbanqui para no perder su soporte de manutención? Sólo ella sabe qué hará exactamente, aunque es casi obvio que no braceará en esas aguas por afinidad ideológica sino por mero interés personal.
Dado el saltadero impúdico de personajes que sin empacho cambian de bandería como si se tratara de calzones, muchos han querido adivinar hacia atrás: ¿qué pensaría Gómez Morín si viera esto? ¿O qué pensaría Heberto Castillo? Son otros tiempos, claro, y por eso es fácil saber hoy, porque conocemos el pasado de aquellos hombres y, sobre todo, el espíritu de su época, qué les hubieran parecido las machincuepas contranatura que estamos viendo ahora. Al relajarse todo, también la ideología pasó a ser como el rastrillo: úsese y tírese.
El más visible receptor de “adhesiones” en las semanas que corren ha sido AMLO. Muchos critican que su movimiento abra las puertas sin mirar demasiado a los recién venidos, pero ya en sus otras candidaturas fue muy criticado por cerrarlas. A estas alturas es muy difícil saber si la táctica le funcionará o todo será carne de anecdotario. Lo veremos luego.

sábado, enero 20, 2018

La canica global

















Uno de los regalos que más recuerdo de mi infancia fue un receptor de radio. Era verde pajizo, de plástico muy compacto, con un diseño algo militar, y funcionaba con pilas. Como era de esperarse, agarraba todas las estaciones AM de la localidad, pues sospecho que todavía no llegaba la FM a La Laguna. Estoy hablando del 72 o del 73, más o menos. Me faltaban uno o dos años para cumplir los diez y hasta entonces los regalos no habían sido abundantes, lo que suele ocurrir en las familias numerosas. Por eso aquel radio fue uno de mis objetos favoritos. Recuerdo que lo encendía y me movía por el cuadrante como quien busca señales de otro planeta. No olvido su marca: Megatone, ni una etiquetita colocada en su reverso, casi escondida: “Made in Japan”.
Para entonces, a principios de los setenta en Gómez Palacio, la idea de lo foráneo se relacionaba casi exclusivamente con Estados Unidos. Los productos de calidad los fabricaban allá, venían de allá, por eso no faltaba que el deseo más socializado entre los niños y los jóvenes fuera tener unos tenis, un pantalón o cualquier otra prenda “americana”. Como mis coetáneos, yo también soñé con unos tenis Converse, pero acá eran escasos. Sólo podían tenerlos quienes contaban con un padre adinerado que pudiera viajar o mandar traerlos desde la frontera, de El Paso o Laredo, principalmente. Dado que los Converse eran un sueño inalcanzable, muchos nos conformamos con una mala copia mexicana llamada Super Faro, tenis que sólo servían para ponerse y a lo mucho caminar en la ciudad, pues cualquier actividad deportiva o medianamente ruda los convertía en piltrafas.
Dada esa fijación por lo “americano” me asombró y recuerdo todavía mi radio Megatone. Era japonés, y mientras oía canciones fantaseaba con la biografía del aparato: unos japoneses lo habían diseñado, unos japoneses lo habían armado, unos japoneses lo habían metido en su cajita, unos japoneses lo habían vendido, y luego de un recorrido por el océano (seguramente en barco), llegó a México y acá lo compró mi padre para mí. Fue, creo, el primero objeto que me permitió imaginar el apabullante tamaño del planeta.
No sé qué pasó con ese radio, supongo que se descompuso o pasado un tiempo me dolió comprarle baterías. Tendrían que pasar algunos años más para que lo “americano” dejara de ser lo único o casi lo único que nos llegaba, y ya para mediados de los ochenta la globalización económica pugnaba por estallar. Los aparatos electrónicos de alemanes, nipones, coreanos, norteamericanos y demás se abrían paso como contrabando, en las fayucas, hasta que, ya en los noventa, los hogares de todos los laguneros tuvieran objetos fabricados en cualquier punto de la canica terrestre.
Hoy parece normal eso que hace treinta años no lo era tanto: el planeta es una maquila y todo es mercado de todo. El atuendo de una persona basta para comprobar que carga el mundo encima: celular coreano, reloj alemán, bolígrafo español, lentes italianos, camisa gringa, zapatos mexicanos, pantalón chino, calcetines hondureños… en suma, la canica otrora inmensa y misteriosa se achicó y el asombro ante lo lejano está en peligro de extinción.

miércoles, enero 17, 2018

Mempo en un solo gesto




















La vida es así, imprevisible. Ayer, de la nada, recibí un mail que contenía esta serie de apellidos: “Suárez, Molfino, Dagerman, Dujovne Ortiz, Muñoz Vargas y, siempre, Gorodischer”. Al leer los míos allí, entré a ver de qué se trataba y de inmediato salí de la duda: era el blog del maestro Mempo Giardinelli, a quien pude saludar en Monterrey hacia noviembre pasado. Tipo cordial como pocos, me regaló su nouvelle “Los perros no tiene la culpa”, y yo, para reciprocar el gesto, no traía más que un humilde librito de la suicida Colección Harakiri, el único que me quedaba de los varios títulos que llevé para regalar en aquel viaje.
Cuando se lo di, leyó de inmediato la contratapa y sonrió con una sombra, creo, de agrado. Pasaron las semanas y mediante carta electrónica llegó, como dije, su blog con un post que entre otros comentarios menciona mi regalo: “Como para alivianar el ánimo, leo en reciente viaje a un congreso en Monterrey, México, un pequeño, original y disfrutable libro de Jaime Muñoz Vargas, narrador, periodista y buen conocedor de la Argentina. Con el subtítulo Antología de hermosos monstruos, el autor recorre fotografías icónicas de mujeres memorables, de Marylin Monroe a Bo Derek, y de Raquel Welsh a un par de docenas de modelos femeninos de los últimos, digamos, cuarenta años. Es algo así como una rendición de amor, un repaso de sentimientos que ha de haber tenido el autor, y que expresa ahora, con cierta gracia poética. Libro ligero pero convincente, porque su espíritu es antes lúdico que misógino. (Iberia Editorial, México, 2017)”. Es raro que lo haya leído, es raro que le haya agradado, es raro que lo haya comentado y es raro que recuerde nuestra conversación sobre política argentina, todo lo cual agradezco. Aquí el enlace del blog: https://cosario-de-mempo.blogspot.mx/
Ahora bien, ¿por qué tanto asombro por algo en apariencia insignificante? Pues porque no es común que los escritores que asisten a los encuentros de colegas, donde habitualmente se cruzan regalos de libros, terminen leyéndolos y comentándolos así sea sumariamente, como hizo Giardinelli con el mío, lo cual habla de él muy elogiosamente. Si Giardinelli —premio Rómulo Gallegos, entre muchos otros— que es Giardinelli lee lo que le obsequian a la vera del camino, no sé por qué, entonces, hay tantos pelagatos que reciben libros y en vez de leerlos, o al menos de hojearlos, los regalan y a veces peor: los dejan cuidadosamente olvidados en cualquier lugar.

sábado, enero 13, 2018

Genio del castellano




















Entre los muchísimos libros que ya no quedan pendientes de lectura en la biblioteca cuya solidez me ampara estaba El genio del idioma (Taurus, 2004, 257 pp.), de Álex Grijelmo (Burgos, 1956). De él había recorrido, siempre recordaré que con placer, algunos de sus ya famosos libros: Defensa apasionada del idioma español, La seducción de las palabras, La punta de la lengua y La gramática descomplicada. Por una razón que ignoro se me había escapado hincar el ojo al cuarto de esa serie, El genio del idioma que al fin pude tramitar en diciembre pasado.
Grijelmo ha dicho alguna vez que a partir de Defensa apasionada… sus libros han sido una especie de consecuencia del anterior, es decir, cada uno tira temáticamente en un sentido relacionado con las peculiaridades de nuestra lengua en una especie de sutil escalonamiento. Así entonces, y aunque en el fondo trabajen sobre la misma arcilla, los libros del ¿filólogo? (¿periodista?) burgalés son diferentes entre sí, un paso más, cada uno, en su empeño por asir todo lo relacionado con el instrumento más importante que tenemos para comunicarnos: nuestra lengua.
El genio del idioma entiende la palabra “genio” como la entienden, y la han entendido siempre, quienes se dedican a los estudios de índole lingüística. A saber, es el espíritu, el carácter del español. Es usada sobre todo en sentido negativo ante las novedades verbales, aquellas palabras o construcciones que no cuadran con su “natural”, que de una manera marcada o tenue son percibidas como intrusión o desajuste, como anomalía o excentricidad (“esa palabra no empata con el genio del español”).
El genio en este caso es pues para quienes, como Grijelmo, aman el castellano, una especie de alma, un ojo que todo lo mira y todo lo sanciona con buen juicio, un ente superior que vela celosamente por la coherencia de nuestra lengua. En genio, por tanto, no tiene consistencia material, no son los académicos ni los escritores, sino una autoridad invisible y poderosa que por siglos, con lento rigor, desde el griego y el latín, ha edificado cada una de nuestras palabras y las flexiones básicas del castellano.
En este libro, Grijelmo muestra cómo ha actuado el genio hasta redondear la eficaz lengua que tenemos. Su evolución ha sido pautada por ese ente inmenso e intangible que con lentitud, severidad y tino ha construido uno de los idiomas mejor articulados de la humanidad. Este libro es una tetera que recomiendo frotar para conocer al genio.

miércoles, enero 10, 2018

El revés de un tuit











El domingo 7 Meade salió con domingo 7: envió un tuit de esos que seguramente van a pasar a la historia de los tuits políticamente inauditos. Fue redactado así: “Hay que hablar claro: a México le duele profundamente que Javier Duarte haya traicionado con corrupción a la población. A los priístas les duele que él haya lastimado su prestigio”.
Alfonso Reyes —siento pena por citarlo en estas miserias— tiene un texto maravilloso titulado “El revés de un párrafo”. Allí, el polígrafo regiomontano analiza minuciosamente un puñado de palabras y permite que veamos sus íntimos engranes. Gracias a este sencillo experimento advertimos que no hay producto escrito, por elemental que parezca, ajeno a la complejidad. Para decirlo de otra manera, debajo de las palabras siempre hay un mundo de sentidos, una telaraña de connotaciones.
Esto lo podemos ver en el ya citado tuit de Meade. Por ejemplo, que primero diga “Hay que hablar claro”, como aceptando que antes no lo había hecho. Luego, el titubeo que implica afirmar primero que “a México le duele” y luego que “A los priístas les duele”, como si no supiera bien a quién le duele; no sé a los priístas, pero creo que a los mexicanos en general no les duele, pues no se sienten traicionados. Se siente traicionado quien deposita confianza en alguien, y dudo mucho que los mexicanos hayan tenido alguna vez confianza en un sujeto como Duarte de Ochoa. En todo caso, a los mexicanos no les duele, sino les irrita. Otro detalle de esa misma frase: Duarte no sólo se pasó de rosca con corrupción, que por otro lado no sería excepcional. Es casi lo de menos, asombrosamente, en este caso, pues en su contra hay acusaciones sociales y periodísticas que lo vinculan al auspicio de crímenes mayores (la muerte de varios periodistas en Veracruz es apenas el pico de un iceberg abultado de historias siniestras). Por último, la frase “A los priístas les duele que él haya lastimado su prestigio” es ambigua debido al posesivo “su”: ¿cuál prestigio? ¿El del PRI o el de Duarte? Pese a esto, en ninguno de los casos existía tal prestigio, pero sería mejor si la idea fuera precisa.
En resumen, las frases del precandidato del PRI son, todas, un monumento a la mugre, pero no son inútiles. En el tuit sobre Duarte hay gran oportunismo: Meade andaba en Veracruz, el tema era inevitable y resultaba mucho mejor expelerlo ahora y no a cinco días de las elecciones. Bien pensado.

miércoles, enero 03, 2018

Cervantes: presunto asesino




















La FIL de Guadalajara sirve para eso, para pescar algunos libros que desafortunadamente no circulan por todo México. A principios de diciembre pasado fui al “outlet” de Planeta y, entre otros libros en superoferta, encontré Misterioso asesinato en casa de Cervantes (Espasa, 2015, 283 pp.), novela con la que Juan Eslava Galán (Jaén, 1948) ganó el premio Primavera 2015. El nombre de este escritor quizá diga muy poco a los lectores mexicanos, pero es a mi juicio uno de los mejores que hoy, y desde hace varios años, ofrecen las grandes ligas españolas.
Hace casi tres décadas yo había leído En busca del unicornio, novela con la que Eslava Galán ganó el premio Planeta 1987. Es un libro extraordinario en todo sentido, ya que además de narrar un hecho de suyo peculiar —la búsqueda de un animal mitológico para, debido a las creencias de la época, devolver con las virtudes del cuerno la virilidad a un rey sin potencia—, lo hacía con una prosa que simulaba con eficacia y gracejo el estilo de, más o menos, los escritores del siglo de oro. Para lograrlo, el autor andaluz se había sometido a un entrenamiento tenaz y profundo como historiador, ya que muchos de sus libros se referían a la historia peninsular.
Con las armas obtenidas en su trayectoria como estudioso del pasado (más de cincuenta libros, la mayoría ensayos), Eslava Galán encontró la sazón exacta para escribir novelas modernas, no antiguallas. Quiero decir que, con todo y el estilo deliberadamente sintonizado en una sintaxis castellana insuflada de vejez, uno siente la presencia de un escritor de nuestro tiempo y dueño de las malicias que ha alcanzado la técnica novelística hasta esta hora.
En Misterioso asesinato en casa de Cervantes se añaden elementos de ficción a un hecho histórico: en efecto, el autor del Quijote fue acusado de matar en Valladolid, cuando la Corona se asentó allí, a un tal Gaspar de Ezpeleta, por lo que Cervantes y sus hermanas padecieron cárcel. Por suerte la prisión fue breve, pues pronto se descubrió que el escritor no tuvo nada que ver en el homicidio. Este asunto sirvió de excusa a Eslava Galán para urdir, con apretado humor, un tapiz de la España que a principios del XVII se desmoronaba entre miles de pícaros y una aristocracia completamente ajena a cualquier pasión por el trabajo. Es, por todo, una novela que deben leer quienes viven prendados de la vida, la obra y las infinitas repercusiones del infinito Manco.