La vida es así, imprevisible. Ayer,
de la nada, recibí un mail que contenía esta serie de apellidos: “Suárez,
Molfino, Dagerman, Dujovne Ortiz, Muñoz Vargas y, siempre, Gorodischer”. Al leer
los míos allí, entré a ver de qué se trataba y de inmediato salí de la duda: era
el blog del maestro Mempo Giardinelli, a quien pude saludar en Monterrey hacia
noviembre pasado. Tipo cordial como pocos, me regaló su nouvelle “Los perros no tiene la culpa”, y yo, para reciprocar el
gesto, no traía más que un humilde librito de la suicida Colección Harakiri, el
único que me quedaba de los varios títulos que llevé para regalar en aquel
viaje.
Cuando se lo di, leyó de
inmediato la contratapa y sonrió con una sombra, creo, de agrado. Pasaron las
semanas y mediante carta electrónica llegó, como dije, su blog con un post que
entre otros comentarios menciona mi regalo: “Como para alivianar el ánimo, leo
en reciente viaje a un congreso en Monterrey, México, un pequeño, original y
disfrutable libro de Jaime Muñoz Vargas, narrador, periodista y buen conocedor
de la Argentina. Con el subtítulo Antología
de hermosos monstruos, el autor recorre fotografías icónicas de mujeres
memorables, de Marylin Monroe a Bo Derek, y de Raquel Welsh a un par de docenas
de modelos femeninos de los últimos, digamos, cuarenta años. Es algo así como
una rendición de amor, un repaso de sentimientos que ha de haber tenido el
autor, y que expresa ahora, con cierta gracia poética. Libro ligero pero
convincente, porque su espíritu es antes lúdico que misógino. (Iberia
Editorial, México, 2017)”. Es raro que lo haya leído, es raro que le haya
agradado, es raro que lo haya comentado y es raro que recuerde nuestra
conversación sobre política argentina, todo lo cual agradezco. Aquí el enlace
del blog: https://cosario-de-mempo.blogspot.mx/
Ahora bien, ¿por qué tanto
asombro por algo en apariencia insignificante? Pues porque no es común que los
escritores que asisten a los encuentros de colegas, donde habitualmente se
cruzan regalos de libros, terminen leyéndolos y comentándolos así sea
sumariamente, como hizo Giardinelli con el mío, lo cual habla de él muy
elogiosamente. Si Giardinelli —premio Rómulo Gallegos, entre muchos otros— que
es Giardinelli lee lo que le obsequian a la vera del camino, no sé por qué,
entonces, hay tantos pelagatos que reciben libros y en vez de leerlos, o al
menos de hojearlos, los regalan y a veces peor: los dejan cuidadosamente olvidados en cualquier lugar.