sábado, octubre 18, 2014

Darnton contra cinco mitos














Leí por primera vez, y única, a Robert Darnton (Nueva York, 1939) en 1995, poco después de haber comprado en mi rancho La gran matanza de los gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa (FCE, 1987). Quedé maravillado, pero luego pasaron los años y los años y jamás tuve a merced algún otro libro suyo. En aquel tiempo supe que Darnton ya era considerado una autoridad en materia de siglo XVIII francés y especialista —al nivel de Roger Chartier— en el apasionante tema de los libros y la lectura. Entre otros blasoncillos, egresó de Harvard e hizo su doctorado en Oxford, y entre sus reconocimientos destaca que fue nombrado caballero de la Legión de Honor por el gobierno francés.
Pese a que no conseguí otro libro de su cuño, con frecuencia hallaba su nombre en la prensa cultural, siempre asociado al universo dieciochesco franchute o al tema siamés libro/lectura, como en el artículo “Cinco mitos sobre la era de la información” publicado por la revista Nexos con traducción del torreonense Antonio Saborit. Allí Darnton enlista falacias que, esto lo afirmo yo, en cierto grado pueden contener algo o mucho de verdad, no ser tan míticas como parecen, y por tanto podrían merecer, al menos, una mínima objeción. Por provenir de alguien que sabe de lo que habla, quiero comentarlas, dado que también se refieren a algo que me atañe como profesional y como transeúnte: qué tanto se publica hoy y qué tanto se lee.
El primer mito que Darnton desea echar abajo es este: “El libro está muerto”. Con datos duros muestra que eso es falso de toda falsedad, como dice el filósofo Santiago Creel. El experto norteamericano señala que nunca se habían publicado tantos libros como en este tiempo (un millón de nuevos títulos en 2011) y que la tendencia es que la producción aumente año tras año, no que decrezca. Pues sí, el mito de que el libro está muerto es eso, un mito, pero a la hiperproducción demostrada con un criterio cuantitativo se le puede enfrentar el cualitativo. No es necesario ser un entendido para apreciar, con accesos frecuentes a las librerías, que la producción en efecto es incesante, pero también que una muy gorda parte de ese total la ocupan libros cuya importancia es nula en casi todos los términos, menos en el de subrayar su adscripción a uno de los varios nichos ocupados por el libro de ocasión.
Al segundo mito, que “Hemos accedido a la era de la información”, lo despacha con total facilidad; para él, todas las eras son las eras de la información, cada una con los medios asequibles en su momento. El tercero, que “Toda la información está en línea”, lo rebate diciendo que es absolutamente falso, pues nomás de pensar en todos los millones de papeles sin digitalizar contenidos en miles de archivos da para asegurar en que se trata de un mito. El cuarto, que “Las bibliotecas son obsoletas”, lo plantea en estos términos: no lo son en la medida en la que han pasado de ser sólo bibliotecas de papel a bibliotecas digitales o híbridas, o sea, con funciones que van más allá del control y préstamo de libros. Por último, que “El futuro será digital”; él cree que no, que lo digital no desplazará al papel, sino que la digitalidad enriquecerá, sin matarlo, al soporte físico.
Estemos o no de acuerdo, lo cierto es que no es un asunto menor el planteado por Darnton. La lectura, el libro, la información, internet, en todo eso fluye información casi como si allí fluyera la sangre de la humanidad.