Además de otros rasgos, lo que más me simpatizaba del papa
recién ido era su pasión por el futbol. Lógica, por su país de origen. Como el
gran Osvaldo Soriano, era hincha irreductible de San Lorenzo de Almagro, los
Cuervos, y como tal sabía completas las viejas alineaciones de ese equipo. Para
demostrar su fidelidad, invariable de por vida si en verdad se vive a fondo la
identificación con una camiseta, hay un video en el que alguien le pide que
bendiga a Boca porque va a jugar contra San Lorenzo. Sonriendo, el papa le
responde: “Bendigo a los Cuervos”. O sea, antes que representante de la Iglesia
católica en la tierra, era hincha de su equipo. ¿Destacar que le gustaba el
fucho es frivolizar su papado? Al contrario, creo: es humanizarlo, es sacarlo
del áureo trono del Vaticano para ponerlo en la vida, en la calle, en la
conversación de todos los días, junto a la gente que siempre espera
terrenalidad a los seres inalcanzables.
La orientación de su pontificado fue, a todas luces, la más
progresista de los últimos sesenta años, tanto que no resultó nada simpático
para las personas que dentro y fuera del catolicismo adoraron el papado de Juan
Pablo II, de signo totalmente opuesto.
Como papa (“papa” se escribe con minúscula inicial, indica
el DRAE), Bergoglio enarboló un discurso más que pertinente en esta hora del
mundo. De hecho, la opción franciscana de Francisco tuvo un indudable efecto
positivo entre todos los adherentes del flanco que de manera demasiado general
podemos identificar con la izquierda, pero asimismo radicalizó a la derecha ya
de por sí reaccionaria.
En todas partes se alzaron voces como las de Santiago
Abascal en España o del tarambana Javier Milei en Argentina, voces que en más
de una oportunidad mostraron la hilacha de su opción por la meritocracia, el
consumo, la negación del daño al medio ambiente, el repudio a los migrantes y,
en suma, el rechazo a todo lo que huela a la equidad propugnada por Bergoglio.
Hasta donde pudo desde el espacio de poder que le tocó
encabezar en la última parte de su vida, el papa nacido en Buenos Aires tuvo
una mirada que necesariamente chocó con la orientación actual de la política y
la sociedad, marcada por el individualismo y la depredación. Las encíclicas Laudato sí’ y Fratello tutti son la evidencia más clara de su intento por avanzar
en un sentido contrario a sus dos predecesores inmediatos en la Cátedra de San
Pedro. No es poco si pensamos que hacer eso fue ponerse en un lado de la
historia estigmatizado, visto por los medios más influyentes como temible
“comunismo” sólo por enarbolar ideas de justicia.
Ya veremos qué nos depara quien suceda al principal hincha de San Lorenzo. Un continuador de su posicionamiento sería lo más deseable para el mundo, pero quizá esto es mucho pedir.