Hay
escritores que escriben apenas amanece, otros prefieren trabajar de noche y
algunos incluso de madrugada; hay escritores que aman los reflectores, otros
prefieren vivir ocultos; hay escritores que beben para poder trabajar, otros lo
evitan; hay escritores que escriben primero a mano, hay otros que van directo a
la computadora. Cada cual sus gustos, cada cual sus métodos y sus manías. En
cuanto a lo publicado, hay escritores que releen y corrigen, y hay otros que
prefieren olvidarse por completo de volver a las páginas ya puestas en
circulación. Hay, en suma, de todo.
Sabemos
que José Emilio Pacheco fue de los obsesivos. Cada vez que se presentaba la
oportunidad de reeditar alguno de sus libros, metía mano al contenido, pulía y
repulía como si los textos fueran un borrador y no un producto definitivo. Más
allá de que no simpaticemos con su política, es un hecho que en el fondo le
asistía la razón: toda obra literaria publicada supone una renuncia al menos
provisional, la del autor que en algún momento del trance creativo dice “hasta
aquí” porque no tiene otro remedio, no porque de veras sienta que ha concluido
tal o cual obra.
Esta
es la razón por la que Alfonso Reyes, se dice, afirmó que publicaba para no
pasarse la vida corrigiendo, o en otras artes, da igual, Leonardo al comentar
que las obras no se terminan, sólo se abandonan. Si son ciertas esas afirmaciones,
no se equivocaron, de ahí que por más terminada que parezca, la obra es
susceptible de una eterna mejoría, lo que de paso supone la posibilidad de no
mejorarla e incluso estropearla en el camino de los cambios.
En
uno de sus incontables artículos, Pacheco dice que Jaime García Terrés opinó
sobre una muestra con poemas de varios autores. Allí, al opinar sobre José
Emilio Pacheco, el crítico señala: “cuando se poseen capacidades, como es el
caso, es necesario no dejarse llevar por la facilidad, convertirse en el amo, y
no el esclavo de la materia verbal”. Pacheco concluye: “Interioricé la
advertencia y cada vez que se me presenta la oportunidad reviso ‘Árbol entre
dos muros’ [su poema] y le doy trato de borrador aunque ya esté en varios
libros”.
Dar “trato de borrador”, dijo, y vuelvo al inicio: unos creen que esto no es recomendable, pues multiplica las versiones publicadas. Otros no: quisieran corregir hasta que la vida, y no la obra, llegue a su punto final.