Mucho
se puede decir sobre el genio y sus obras. Por supuesto, lo primero que podemos
hacer para sospechar o confirmar la genialidad está en los productos
consumados: una sinfonía de Beethoven, un cuadro de Velázquez o un libro de
Víctor Hugo evidencian casi sin dificultad analítica que sus creadores estaban
varios peldaños adelante del común de los mortales, son obras de calidad
palmaria e incuestionable.
Tengo
para mí, sin embargo, que hay un momento inmejorable de la creación genial que
por lo común no vemos. Esto se debe simplemente a que se da en privado, en la
intimidad de su hechura. Explico. Cuando somos testigos de la Novena, Las
Meninas o Los Miserables lo que oímos o vemos son las obras consumadas. No
estuvimos ahí cuando fueron ejecutadas, de modo que no podemos apreciar el
grado de esfuerzo que demandaron sus composiciones. Es posible imaginar que
Beethoven, Velázquez y Víctor Hugo imprimieron un gran esfuerzo, pero también
que su genio ínsito (esta palabra quiere decir connatural, nato) operó con
pasmosa fluidez para llegar a un resultado difícil de superar por cualquier
otro artista. Suponemos talento superior, pero no vemos qué tanto trabajo
implicó, qué desgaste produjo a sus hacedores.
Para
demostrar lo que deseo mostrar es necesario buscar un arte que permita ver el
producto artístico mientras es creado. De casualidad llegué a intuir esta
noción, así que es una lástima no tener un video de Quevedo al momento de
escribir un soneto u otro de Miguel Ángel a la hora de esculpir una figura
humana. Para ver al artista en pleno proceso creativo es viable recurrir a
grabaciones musicales de nuestra época. Esto me pasó. Busqué una pieza de Pavarotti en un
escenario de los muchos que pisó y otra vez me dio la impresión de que su arte
tocaba lo más alto de la perfección mientras a él no se le notaba mayor
esfuerzo, como si su grandeza no costara ningún trabajo. Luego, no recuerdo por
qué, pasé al quizá más famoso video de Paco de Lucía, aquel en
el que toca la pieza “Entre dos aguas”. E igual: pasa por las cuerdas de su
guitarra flamenca con una actitud casi hierática, como quien inconmovible se
sienta frente al mar.
Al ser ejecutada en público, la música permite apreciar la presencia de la genialidad y uno de sus rasgos más salientes: la difícil sencillez de su ejecución —así sea sólo aparente— de quien puede con lo imposible sin despeinarse.