miércoles, abril 09, 2025

Rasgo de la genialidad

 









Mucho se puede decir sobre el genio y sus obras. Por supuesto, lo primero que podemos hacer para sospechar o confirmar la genialidad está en los productos consumados: una sinfonía de Beethoven, un cuadro de Velázquez o un libro de Víctor Hugo evidencian casi sin dificultad analítica que sus creadores estaban varios peldaños adelante del común de los mortales, son obras de calidad palmaria e incuestionable.

Tengo para mí, sin embargo, que hay un momento inmejorable de la creación genial que por lo común no vemos. Esto se debe simplemente a que se da en privado, en la intimidad de su hechura. Explico. Cuando somos testigos de la Novena, Las Meninas o Los Miserables lo que oímos o vemos son las obras consumadas. No estuvimos ahí cuando fueron ejecutadas, de modo que no podemos apreciar el grado de esfuerzo que demandaron sus composiciones. Es posible imaginar que Beethoven, Velázquez y Víctor Hugo imprimieron un gran esfuerzo, pero también que su genio ínsito (esta palabra quiere decir connatural, nato) operó con pasmosa fluidez para llegar a un resultado difícil de superar por cualquier otro artista. Suponemos talento superior, pero no vemos qué tanto trabajo implicó, qué desgaste produjo a sus hacedores.

Para demostrar lo que deseo mostrar es necesario buscar un arte que permita ver el producto artístico mientras es creado. De casualidad llegué a intuir esta noción, así que es una lástima no tener un video de Quevedo al momento de escribir un soneto u otro de Miguel Ángel a la hora de esculpir una figura humana. Para ver al artista en pleno proceso creativo es viable recurrir a grabaciones musicales de nuestra época. Esto me pasó. Busqué una pieza de Pavarotti en un escenario de los muchos que pisó y otra vez me dio la impresión de que su arte tocaba lo más alto de la perfección mientras a él no se le notaba mayor esfuerzo, como si su grandeza no costara ningún trabajo. Luego, no recuerdo por qué, pasé al quizá más famoso video de Paco de Lucía, aquel en el que toca la pieza “Entre dos aguas”. E igual: pasa por las cuerdas de su guitarra flamenca con una actitud casi hierática, como quien inconmovible se sienta frente al mar.

Al ser ejecutada en público, la música permite apreciar la presencia de la genialidad y uno de sus rasgos más salientes: la difícil sencillez de su ejecución —así sea sólo aparente— de quien puede con lo imposible sin despeinarse.