En
2021, año de su centenario luctuoso, escribí un apunte breve pero sentido, como
éste, que miraba con asombro la precocidad de Ramón López Velarde. El
virtuosismo literario, y cualquier otro, a corta edad no dejará jamás de
pasmarme, y esto quizá se debe a las limitaciones que a mi ya no corta edad
encaro a la hora de ejercer mi escritura. ¿Qué debo hacer para que un texto sea
eficaz?, me pregunto siempre y de inmediato pienso en la dificultad de la
respuesta, una respuesta que al negarse termina cediendo su lugar un poco a la
razón y otro poco a la intuición. Al releer a López Velarde quedo boquiabierto porque
siento que todo lo razonó/intuyó bien pese a la corta vida que le cupo en
suerte. ¿Cómo le hizo? No sé, y todo se lo atribuyo al genio.
Vicente
Quirarte se ha preguntado lo mismo y en el ensayo La patria con cuerpo de mujer (Secretaría de Cultura de Coahuila,
Saltillo, 2021, 41 pp.) ofrece algunas valiosas respuestas sobre el poema mayor
de nuestro zacatecano: La Suave Patria.
Es una plaquette valiosa, de descarga gratuita en PDF dentro de la página web de la SEC.
“Los 100 años de la muerte [1921] de Ramón López Velarde
son también los 100 años de la publicación de La Suave Patria en la
revista El maestro, dirigida por José Vasconcelos y dedicada, sobre
todo, al magisterio”, nos informa Quirarte. Más adelante, destaca que “el
mérito de López Velarde no fue el de introducir temas y colores locales en su
poesía, sino cantar la provincia con la profundidad y la verosimilitud que
nadie se había atrevido, mucho menos en una época cuando la cosmopolita era el
grito de guerra de todas las escuelas y movimientos”.
Tenía apenas 33 años y, agrega Quirarte, “fue el primero en
mirar la superficie y las entrañas de la patria. Como antecedentes tenía al
tumultuoso Rafael Landívar, los paisajes serenos de Joaquín Arcadio Pagaza, el
pincel constructivo y cuidadoso de Altamirano, la identificación entre
naturaleza y emoción en Othón. Pero nadie había hablado de la patria con la
desacralización y la irreverencia de López Velarde; nadie la había querido como
a una mujer ni le había comprado trajes tan hermosos, de tanta sencillez y tanto
lujo; nadie la había tomado por la cintura para decirle al oído lo chula que
era”.
Esto es lo que se sentimos al adentrarnos en el poema-insignia
del jerezano: una especie de inmediata intimidad (valga el epíteto) en la
convivencia con la patria, la extraña sensación de que asistimos a un homenaje
sin grandilocuencia, ajeno a demagogias patrioteras, a la vez mayúsculo y
cercano, más concreto que intangible; no es, por esto, un poema escrito para el
aspaviento declamatorio al que muchos lo han orillado.
Venturosamente y con sus propias armas, “La Suave Patria ha combatido durante un siglo en contra de declamadores empeñados en cantar un poema concebido para decirse”, remata el ensayo de Quirarte.