Como ocurre ya no con frecuencia, sino siempre, la carta de
López Obrador a Donald Trump provocó una epidemia de especialistas en
diplomacia que en todos los soportes a su merced explicaron por qué sí y por
qué no habían sido correctas las líneas dirigidas por nuestro presidente al de
los Estados Unidos. Colocado al margen, lo más que puedo, de la simpatía por lo
que sigue quedando del proyecto de reconfiguración nacional emprendido por el
actual gobierno mexicano, leí la carta y salvo dos o tres frases innecesarias,
no veo mal su contenido ni su forma, y tampoco veo mal algo más sutil: su tono,
la coloratura del tratamiento que la anima.
Lo primero que uno debe preguntarse es elemental: ¿cómo puede
ser tratado Donald Trump? Por supuesto, si somos mexicanos de a pie, ciudadanos
como usted y como yo, la tentación de la dureza es muy grande, casi el único
camino: señalar con toda solidez al mandatario norteamericano que se equivoca y
que México juzga inaceptable la medida propuesta, la de los aranceles
escalonados ¡y blablablá! Enrique Krauze dio una brillante idea: “Al tirano no
se le apacigua, Al tirano se le enfrenta. En todo tiempo, en todo lugar”. Así,
de golpe, el autor de Biografía del poder
pasó de ser empresario de la comunicación a Che Guevara en las Naciones Unidas.
El problema de esa afirmación está en la ambigüedad del verbo “enfrentar”,
literalmente “ponerse en frente de”. ¿Qué significa en este caso? ¿Levantar los
puños como boxeador? ¿Amenazar con romper relaciones? ¿Blindar la frontera? ¿No
mandarles aguacate? No sé. Lo único que sé es que enviar una carta inmediata y
respetuosa es una forma de enfrentar, por poco que parezca (que en términos
diplomáticos es, de hecho, lo primero y lo único que debe proceder, no declarar
la guerra).
Leí la carta de López Obrador e, insisto, salvo dos o tres
frases que quizá yo quitaría, lo demás me parece atinado. La postura es la
misma, ciertamente, que en un caso análogo podría asumirse si fuera Haití el
país que nos amenaza. AMLO y sus asesores recurren a la historia para no dejar
la respuesta en un párrafo taxativo, hacen aseveraciones sobre personajes de
los dos países y se colocan con firmeza ante el interpelado, no con bravatas.
Es verdad que no se logra mucho aterciopelando la palabra frente a Trump, tipo
de suyo atrabiliario, pero menos se obtendría si el tono fuera vidrioso. En
resumen, ante un toro que embiste hay que sacar el trapo y tratar de hacer la
faena.