El viernes por la noche, luego de ver el partido en el que
Santos empató con Puebla en Puebla, caminé tres cuadras y volví a casa. Me
había tomado cuatro cervezas y ya no quise abrir un libro. En cambio, vi
Twitter y lo primero que me detuvo fue en mensaje atroz: en un pueblo de
Hidalgo llamado Tlahuelilpan (topónimo muy similar al Tlahualilo lagunero)
había pasado algo terrible: estalló un ducto mientras decenas de personas lo
huachicoleaban. El efecto sedante de las cervezas desapareció en el acto. Un video
mostraba la llamarada inmensa y por allí, ni tan cerca ni tan lejos, la imagen
de personas que iluminaban la oscuridad porque corrían envueltas en llamas.
El espectáculo no podía ser más pavoroso. Las redes sociales,
sobre todo Twitter, tronaba con opinantes de todas las banderías, muchos de
ellos, la mayoría, aportando su cuota de impertinencia, culpando al primero que
se les ocurría. Me fui a dormir, turbado, como a las dos, ya en el sábado.
Al despertar, no sin sentir que había cruzado una madrugada pesadillesca,
volví a las redes sociales y leí notas informativas. Para entonces ya se
contabilizaban más de sesenta muertos, muchos heridos y un número indeterminado
de desaparecidos. Fue allí cuando, sin querer, me topé con una imagen
monstruosa. Tengo por política no ver y menos difundir fotos de ese tipo, pero
ésta era extraña, pues al principio no la entendí y, al observarla con
detenimiento, inevitablemente la retuve. Sobre pasto aún verde hay un cuerpo
boca arriba y con los brazos rígidos; luce negro. Los rasgos quedaron intactos,
incluso creo que el pelo que se le ve, relamido hacia atrás, es su pelo real.
Esa imagen me recordó la foto de un Leng Tch’e, el suplicio
chino o muerte de los mil cortes que aparece en Farabeuf, el libro de Salvador Elizondo. Como dice una nota de El País, “La imagen muestra la escena final de la ejecución pública
a un magnicida. Atado a un poste, con la piel del pecho arrancada hasta dejar
descubiertas las costillas y los pies amputados por sus verdugos, el condenado
mira al horizonte con gesto extasiado en el momento justo antes de morir”. Así
como esa imagen perturbadora se impuso a Elizondo y le dio motivo para escribir
un libro, la del sujeto quemado quedó lamentablemente fija en mi memoria, casi
casi como una síntesis de lo que sucedíó en Tlahuelilpan. Viendo eso uno desea
que nunca más vuelva a pasar, que pare la desgracia nacional del huachicoleo y
que por ese lamentable motivo nadie más, nadie, vuelva a morir.