“Para ti es fácil”, me dicen con frecuencia quienes no
escriben. Piensan erróneamente que escribir es, para uno, como enchilar gordas.
Se equivocan. Salvo para algunos pocos privilegiados, escribir es una actividad
que comporta tercas dificultades, serios dolores de parto. Nada más inquietante
que una cuartilla (hoy monitor) en blanco, razón por la que no es nada
infrecuente que los proyectos serios de escritura, los que aspiran al
privilegio de la publicación, se demoren y a veces terminen por salir como jalados
por un tirabuzón torpe y obstinado.
Me pasa pues que, como a la mayoría e indefectiblemente,
escribir siempre es una actividad no ajena al disgusto. Quiero suponer que eso
se debe, entre otros motivos, a que no es frecuente el casamiento de las expectativas
con los resultados: uno tiene una idea más o menos redonda en la cabeza y a la
hora de materializarla en el disco duro tal idea se torna esquiva, tan
escurridiza que nos arrincona poco a poco en la frustración del cazador burlado
por la liebre. He aprendido, sin embargo, a lidiar y a convivir con ese
sentimiento: el de las expectativas altas y los resultados insatisfactorios. El
consuelo, al final, es que uno hace lo que puede, no lo que quiere.
Por eso mi asombro al hallar, en un libro que leo por estos
días y quiero reseñar dentro de poco, una confesión de Alfonso Reyes asentada
en la intimidad de su diario. El polígrafo regiomontano se refiere en ella a
los dolores de cabeza que en cierta oportunidad le provocó un texto. Hasta
antes de leerla yo pensaba que el autor de Visión
de Anáhuac jamás había sufrido para desahogar palabras, párrafos,
cuartillas como quien arroja tortillas al comal. Con una producción
bibliográfica como la que nos legó, es decir, descomunal, Reyes me dio siempre
la impresión de que era un engranaje perfectamente aceitado para no sufrir a la
hora de fraguar textos.
Pero no. Aunque quizá menos que el común de los escritores,
Reyes también sufrió, como podemos notarlo en estas palabras: “Llevo como 10
días encerrado en casa, consagrado a la monografía sintética ‘Las letras
patrias’ concebido por el secretario de Educación Jaime Torres Bodet, que hay
que hacer a toda prisa: México y la cultura. Me ha costado mucho esfuerzo
concebirlo, y lo he atacado tres veces, guardando los dos estados anteriores de
lo que ya llevaba hecho sobre el siglo XVI, pues ha de caber todo en 100
páginas a máquina. Ni como ni duermo. ¡Terrible! Abandoné todo lo demás” (en Una amistad literaria. Correspondencia 1942-1955, FCE-Colección Tezontle, México, 2018, 431 pp.)
Casi da gusto que el indetenible Reyes también haya sufrido
alguna vez durante el acto de escribir. Lo digo por la admiración que le
guardo, pues lo consideraba una especie de semidiós. El párrafo citado me dejó
ver que a veces fue humano, tan humano como cualquiera de nosotros.